La fuente gris
La fuente gris
por Pedro Pablo Sacristán
Había una vez un niño que cuando paseaba por el bosque escuchó un triste lamento, como si lloraran cantando. Siguiendo el ruido llegó hasta una gran fuente, misteriosa y gris. De su estanque parecía surgir aquel sollozo constante. Al asomarse, entre las sucias aguas de la fuente vio un grupo de peces grises girando en círculo lentamente. De sus bocas surgía un sollozo con cada vuelta.
Divertido por la situación, el niño trató de atrapar uno de aquellos peces parlantes, pero al meter la mano en el agua, se le volvió gris hasta el codo y una enorme tristeza le invadió. Al tiempo comprendió enseguida la tristeza de aquellos peces: sentía lo mismo que sentía la tierra. Se sentía sucio y contaminado. Sacó la mano del agua rápidamente y se fue corriendo. Pero su mano siguió gris y siguió sintiéndose triste.
Probó muchas cosas para alegrarse, pero nada funcionaba. Un día se dio cuenta de que sólo devolviendo la alegría a la tierra podría él estar alegre. Desde entonces se dedicó a cuidar del campo, las plantas, el agua, y se esforzaba porque todos obraran igual. Y tuvo tanto éxito que su mano fue recobrando el color y, cuando el gris desapareció completamente y volvió a sentirse alegre, se atrevió a volver a ver la fuente. Desde lejos pudo oír los alegres cantos de los peces de colores, que saltaban y bailaban en las cristalinas aguas de aquella fuente mágica. Y así supo que la tierra volvía a estar alegre, y él mismo se sintió de verdad alegre.
Vegetación urbana
Vegetación urbana
Los árboles que necesitamos
Las ciudades en las que habitamos hoy día, son sin duda aluna las más grandes que jamás haya visto la humanidad. Hemos edificado sistemas urbanos increíblemente complejos con poblaciones de varios millones de personas. La ciudad de Tokio-Yokohama en Japón por ejemplo, es parte de un conjunto urbano que puede llegar a contener una población de más de 35 millones de personas.
Para muchos, el que las urbes tengan estas colosales proporciones es directamente proporcional a la calidad de vida de sus habitantes. Es decir, la ciudad entre más grande mejor. En general se trata de una afirmación que tiende a ser cierta, aunque no siempre, no a cualquier costo y no en todas circunstancias. Una en particular preocupa de forma especial: la ausencia de verde en nuestras manchas urbanas.
Las urbes en México, sin importar su escala, y en parte sumidas en una inmensa presión demográfica, se han expandido de forma más parecida a una infección que mata tejido vivo que a un organismo que trata de estarlo.
Mientras tanto vemos como la ciudad va consumiendo cada vez más rápido enormes cantidades de territorio de todo tipo sin dar tregua a bosques, llanos, campos agrícolas, ríos, riberas o desiertos. En muchas ocasiones cuesta trabajo incluso llegar a suponer cuál podría haber sido el paisaje que dominó en lugar donde hoy está edificada nuestra casa, escuela o tomamos el café. Se borra todo rastro de naturaleza.
Esto ha ocasionado una terrible disociación de la población con el medio ambiente, ese del que dependemos directa e ineludiblemente. Aún no hay nadie que soporte beber agua contaminada o respirar aire sucio, sin que nuestro cuerpo lo resienta de forma negativa y a veces mortal. El gran Smog de Londres de 1952 y sus más de 12 mil muertos son una evidencia de esta afirmación.
Pero sin importar estas experiencias, nuestras ciudades cada vez muestran más falta de aquello que puede hacer de nuestro medio ambiente un lugar más amable y saludable: los árboles.
El árbol en la ciudad cumple con más de una función. Es eso que hace el duro paisaje de la urbe más amable, quién nos protege de la lluvia y los rayos del sol, –algo particularmente importante en nuestra ciudad. Limpia nuestro aire y es muchas veces guardián de la memoria y las tradiciones de un lugar. Como muestra están los magníficos sabinos que podemos encontrar en los Valles Centrales, uno de ellos en la estación del ferrocarril, que pese a su importancia histórica se encuentra terriblemente abandonado.
Los beneficios de estos habitantes estáticos de la ciudad son interminables, un sólo árbol puede amortizar la contaminación de 100 automóviles. También se ha demostrado que en un proceso de recuperación médica tiene un efecto positivo en el paciente. Y quizás lo más valioso, son el soporte de toda una diversidad biológica que enriquece nuestra experiencia urbana.
Plantas trepadoras, hongos, insectos, aves, etc. ocupan cada espacio disponible en un árbol para formar un círculo simbiótico del cual formamos parte directa, por más que nos empecinemos en demostrar lo contrario.
Pese a todo esto, pareciera que la nuestra, como muchas ciudades, tiene algo en contra de estos miembros tan destacados de nuestra sociedad. Casi cada día debemos lamentar la pérdida de algún árbol, muchos de ellos adultos y en plena forma, lo que le da al problema un matiz trágico del cual apenas nos percatamos pese a su terrible impacto en la sociedad y su medio.
Ya sea por la inconsciencia de unos cuentos que le maltratan cuando sigue siendo frágil, o por la realización de alguna obra civil en nuestro entorno, el árbol es continuamente talado y después olvidado. Ya nadie habla de los muchos derribados en la Colonia Reforma para la construcción de una tienda de autoservicio, o más recientemente de los que desaparecieron en la zona de Cinco Señores para la edificación de una obra vial y otros tantos que se pierden cada día anónimamente.
Estas acciones, pueden estar justificadas –aunque a veces no lo suficiente– sin embargo, no deben ser pretexto para negarle a la ciudad y sus habitantes eso que nos tiene vivos. Si un árbol desaparece cientos deberían surgir, no solo ser plantados y olvidados, sino acompañados y cuidados –la mayor parte de los árboles plantados no llega a adulto.
Como quién cuida lo más precioso, porque eso es lo que nos regalan cada día: una mejor, agradable y sobretodo, posible, vida.
El respeto a la naturaleza
El respeto a la naturaleza
Uno de los valores más importantes que podemos tener en nuestra vida es el respeto hacia nosotr@s mism@s y los demás seres humanos. Aceptar que tod@s somos personas con cualidades, gustos e ideas diferentes y que tod@s somos valiosos es muy importante para poder convivir en armonía.
Pero, ¿así como respetamos a l@s demás, respetamos a la naturaleza? Aunque los humanos somos una parte muy pequeña, el impacto que nuestras actividades tienen en la Tierra es enorme. Prácticamente podemos decir que no hay lugar en nuestro planeta que no haya sido afectado por alguna acción humana.
Además, muchas de las cosas que hacemos como tirar basura, gastar agua, cortar árboles, entre otras, pueden ser muy dañinas para la naturaleza y la vida que depende de ella, incluyéndonos a nosotros.
Si aprendemos a respetar a la naturaleza, dándonos cuenta de que tanto las plantas como los animales son seres vivos que merecen que los tratemos igual que nos gustaría que nos trataran a nosotros, estaremos dando un gran paso para conservarlos, lo cual hace que nuestras vidas sean mejores, más bellas y más sanas.
A continuación te damos algunas ideas:
- Evita tirar basura en calles, parques, banquetas…
- Cuida el agua cuando te bañes, laves los dientes o ayudes en las tareas domésticas.
- Respeta la vida de plantas y animales: no cortes las hojas de los árboles y plantas, cuida a tus mascotas si las tienes, o a cualquier animalito que te encuentres en tu casa o en la calle, incluyendo insectos, pájaros y reptiles.
Jardín
El contacto con la naturaleza siempre ha sido importante. Ahora vamos a ver cómo eran los jardines en otras partes del planeta.
En los jardines árabes, el agua y la sombra obviamente tienen una gran importancia, ya que el clima es seco y árido. Tradicionalmente, un jardín islámico es un lugar fresco para descansar y reflexionar, por lo que cuentan con lugares cómodos para sentarse. Por lo general estaban rodeados de muros y canales de agua los dividían en cuatro partes. Al centro había un estanque o pabellón. También había riachuelos y fuentes y estaban decorados con mosaicos y azulejos. Sembraban árboles frutales como naranjos, dátiles, higos, almendras, chabacanos, manzanas, peras, membrillos y duraznos. Sus flores preferidas son las rosas, narcisos y violetas.
Los jardines chinos, por otra parte, no están diseñados para verse por completo en un instante. Mientras el visitante va avanzando, va disfrutando de diferentes “cuadros” perfectamente compuestos. También estaban rodeados de muros blancos, que servían de fondo para las flores y los árboles. Usualmente al centro del jardín había un estanque. Un jardín típico tenía plantas, árboles y rocas.
El jardín tenía múltiples funciones; se podía usar para banquetes y reuniones. También para disfrutar de un espacio tranquilo para pintar, escribir poemas, tocar música o leer.
Y a ti, ¿cómo te gustaría que fuera tu jardín?