Archivo mensual enero 29, 2013

Vegetación urbana

Vegetación urbana
Los árboles que necesitamos

Las ciudades en las que habitamos hoy día, son sin duda aluna las más grandes que jamás haya visto la humanidad. Hemos edificado sistemas urbanos increíblemente complejos con poblaciones de varios millones de personas. La ciudad de Tokio-Yokohama en Japón por ejemplo, es parte de un conjunto urbano que puede llegar a contener una población de más de 35 millones de personas.

Para muchos, el que las urbes tengan estas colosales proporciones es directamente proporcional a la calidad de vida de sus habitantes. Es decir, la ciudad entre más grande mejor. En general se trata de una afirmación que tiende a ser cierta, aunque no siempre, no a cualquier costo y no en todas circunstancias. Una en particular preocupa de forma especial: la ausencia de verde en nuestras manchas urbanas.

Las urbes en México, sin importar su escala, y en parte sumidas en una inmensa presión demográfica, se han expandido de forma más parecida a una infección que mata tejido vivo que a un organismo que  trata de estarlo.

Mientras tanto vemos como la ciudad va consumiendo cada vez más rápido enormes cantidades de territorio de todo tipo sin dar tregua a bosques, llanos, campos agrícolas, ríos, riberas o desiertos. En muchas ocasiones cuesta trabajo incluso llegar a suponer cuál podría haber sido el paisaje que dominó en lugar donde hoy está edificada nuestra casa, escuela o tomamos el café. Se borra todo rastro de naturaleza.

Esto ha ocasionado una terrible disociación de la población con el medio ambiente, ese del que dependemos directa e ineludiblemente. Aún no hay nadie que soporte beber agua contaminada o respirar aire sucio, sin que nuestro cuerpo lo resienta de forma negativa y a veces mortal. El gran Smog de Londres de 1952 y sus más de 12 mil muertos son una evidencia de esta afirmación.

Pero sin importar estas experiencias, nuestras ciudades cada vez muestran más falta de aquello que puede hacer de nuestro medio ambiente un lugar más amable y saludable: los árboles.

El árbol en la ciudad cumple con más de una función. Es eso que hace el duro paisaje de la urbe más amable, quién nos protege de la lluvia y los rayos del sol, –algo particularmente importante en nuestra ciudad. Limpia nuestro aire y es muchas veces guardián de la memoria y las tradiciones de un lugar. Como muestra están los magníficos sabinos que podemos encontrar en los Valles Centrales, uno de ellos en la estación del ferrocarril, que pese a su importancia histórica se encuentra terriblemente abandonado.

Los beneficios de estos habitantes estáticos de la ciudad son interminables, un sólo árbol puede amortizar la contaminación de 100 automóviles. También se ha demostrado que en un proceso de recuperación médica tiene un efecto positivo en el paciente. Y quizás lo más valioso, son el soporte de toda una diversidad biológica que enriquece nuestra experiencia urbana.

Plantas trepadoras, hongos, insectos, aves, etc. ocupan cada espacio disponible en un árbol para formar un círculo simbiótico del cual formamos parte directa, por más que nos empecinemos en demostrar lo contrario.

Pese a todo esto, pareciera que la nuestra, como muchas ciudades, tiene algo en contra de estos miembros tan destacados de nuestra sociedad. Casi cada día debemos lamentar la pérdida de algún árbol, muchos de ellos adultos y en plena forma, lo que le da al problema un matiz trágico del cual apenas nos percatamos pese a su terrible impacto en la sociedad y su medio.

Ya sea por la inconsciencia de unos cuentos que le maltratan cuando sigue siendo frágil, o por la realización de alguna obra civil en nuestro entorno, el árbol es continuamente talado y después olvidado. Ya nadie habla de  los muchos derribados en la Colonia Reforma para la construcción de una tienda de autoservicio, o más recientemente de los que desaparecieron en la zona de Cinco Señores para la edificación de una obra vial y otros tantos que se pierden cada día anónimamente.

Estas acciones, pueden estar justificadas –aunque a veces no lo suficiente– sin embargo, no deben ser pretexto para negarle a la ciudad y sus habitantes eso que nos tiene vivos. Si un árbol desaparece cientos deberían surgir, no solo ser plantados y olvidados, sino acompañados y cuidados  –la mayor parte de los árboles plantados no llega a adulto.

Como quién cuida lo más precioso, porque eso es lo que nos regalan cada día: una mejor, agradable y sobretodo, posible, vida.

El respeto a la naturaleza

El respeto a la naturaleza

Uno de los valores más importantes que podemos tener en nuestra vida es el respeto hacia nosotr@s mism@s y los demás seres humanos. Aceptar que tod@s somos personas con cualidades, gustos e ideas diferentes y que tod@s somos valiosos es muy importante para poder convivir en armonía.

Pero, ¿así como respetamos a l@s demás, respetamos a la naturaleza? Aunque los humanos somos una parte muy pequeña, el impacto que nuestras actividades tienen en la Tierra es enorme. Prácticamente podemos decir que no hay lugar en nuestro planeta que no haya sido afectado por alguna acción humana.

Además, muchas de las cosas que hacemos como tirar basura, gastar agua, cortar árboles, entre otras, pueden ser muy dañinas para la naturaleza y la vida que depende de ella, incluyéndonos a nosotros.

Si aprendemos a respetar a la naturaleza, dándonos cuenta de que tanto las plantas como los animales son seres vivos que merecen que los tratemos igual que nos gustaría que nos trataran a nosotros, estaremos dando un gran paso para conservarlos, lo cual hace que nuestras vidas sean mejores, más bellas y más sanas.

A continuación te damos algunas ideas:

  • Evita tirar basura en calles, parques, banquetas…
  • Cuida el agua cuando te bañes, laves los dientes o ayudes en las tareas domésticas.
  • Respeta la vida de plantas y animales: no cortes las hojas de los árboles y plantas, cuida a tus mascotas si las tienes, o a cualquier animalito que te encuentres en tu casa o en la calle, incluyendo insectos, pájaros y reptiles.

Jardín

El contacto con la naturaleza siempre ha sido importante. Ahora vamos a ver cómo eran los jardines en otras partes del planeta.
En los jardines árabes, el agua y la sombra obviamente tienen una gran importancia, ya que el clima es seco y árido. Tradicionalmente, un jardín islámico es un lugar fresco para descansar y reflexionar, por lo que cuentan con lugares cómodos para sentarse. Por lo general estaban rodeados de muros y canales de agua los dividían en cuatro partes. Al centro había un estanque o pabellón. También había riachuelos y fuentes y estaban decorados con mosaicos y azulejos. Sembraban árboles frutales como naranjos, dátiles, higos, almendras, chabacanos, manzanas, peras, membrillos y duraznos. Sus flores preferidas son las rosas, narcisos y violetas.
Los jardines chinos, por otra parte, no están diseñados para verse por completo en un instante. Mientras el visitante va avanzando, va disfrutando de diferentes “cuadros” perfectamente compuestos. También estaban rodeados de muros blancos, que servían de fondo para las flores y los árboles. Usualmente al centro del jardín había un estanque. Un jardín típico tenía plantas, árboles y rocas.
El jardín tenía múltiples funciones; se podía usar para banquetes y reuniones. También para disfrutar de un espacio tranquilo para pintar, escribir poemas, tocar música o leer.
Y a ti, ¿cómo te gustaría que fuera tu jardín?

Consultar para decidir

Consultar para decidir
Estacionamiento o ciudad

Este fin de semana se realizó en la Ciudad de México un ejercicio que por suerte está empezando a formar parte de la vida cotidiana de las ciudades. Se consultó a la población sobre la pertinencia o no de instalar sistemas de cobro por estacionamiento en las calles de las colonias Roma y Condesa, en la parte central del nuestra ciudad capital.

Este ejercicio tan interesante arrojó entre muchas cosas dos datos muy interesantes: la participación llegó al 60% del padrón rebasando los 10 mil participantes y el resultado de la consulta marcó un esquema dividido en cuanto a la elección de las personas.

Estos datos nos hablan del interés que existe por parte de los habitantes de una ciudad en la toma de decisiones que atañen al espacio donde habitan. Igual da seña de que estos intereses trascienden el cotidiano y se mezclan con las tendencias socioeconómicas del momento.

Estas dos colonias han pasado por un proceso de transformación que arrancó poco después del sismo de 1985 pero que se intensificó al final de la década de los 90. Durante este periodo, dichos barrios pasaron de ser zonas tradicionalmente habitacionales y de clase más bien media y baja, a ser polos comerciales y de servicios que los han transformado en algunas de las colonias más deseables de la ciudad.

En la actualidad, el esquema social de estas colonias se encuentra también sumido en un proceso de cambio que ha llevado a una interesante mezcla de grupos económicos. En estos lugares hoy día conviven lo mismo personas que pagan alquileres valuados en dólares, que familias con rentas bajas o que viven en edificios “protegidos” por organizaciones sociales como la Asamblea de Barrios.

Dicho matiz hace aún más interesante el resultado de la consulta ciudadana que recientemente ocurrió. En esta columna continuamente hemos mencionado el sin sentido que tiene seguir entregando cada metro cuadrado de espacio disponible al automóvil. Peor aún si esto se hace de manera gratuita, ya que de forma indirecta representa una forma de distribución de la riqueza pública de forma desigual. Es decir, para gozar del uso de la mayor parte del espacio público de las ciudades –que son las calles– hay que comprarse un carro.

El ejercicio que el Distrito Federal acaba de practicar ha permitido que miles de personas expongan sus razones en favor y en contra de la iniciativa. Como es de esperar hubo un poco de todo en la realización de dicha práctica, incluida la mano “oscura” de aquellos que han hecho de las calles una forma de posesión y explotación privada, como es el caso de los famosos franeleros que hicieron campaña activa para proteger su “fuente” de trabajo. Lo cual no es otra cosa que explotar la calle sin ninguna certidumbre, ya que el pagarle a un franelero lo único que garantiza es tener un espacio de estacionamiento y que él mismo no va a dañar el auto. Porque aún no existe franelero que nos dé un recibo fiscal o pague a una aseguradora por protegernos en caso de robo. Es más una forma de chantaje que un verdadero servicio.

También expusieron su punto de vista aquellos que poseen automóvil y que en él ya gastan una parte importante de su dinero, que puede ser bastante más el 10% del ingreso de una familia media. Para ellos, asumir que su derecho a tener auto viene con un costo extra es algo inaceptable con todo y que, hay que dejarlo bien claro, hacen más uso del espacio y las infraestructuras que se pagan con el dinero público, que los que no tiene auto y que son mayoría.

La inequitativa forma en que el dinero público ha beneficiado a los propietarios de autos, ha creado el espejismo de que tienen más derechos que el resto, lo que indirectamente indica que quienes ganan más merecen más. Esta forma de ver la realidad no ha dejado nada bueno. Si vemos el espejo de los países desarrollados veremos que la cosa funciona al exactamente al revés, el que más tiene pone más.

Pero ante todo, hay que reconocer el hecho de que las prácticas de consulta sirven para trasparentar y medir el sentir de la sociedad. Pronto una parte importante de estas dos colonias tendrá parquímetros, me inclino a pensar que el lado donde los haya habrá mejor orden y más inversión resultado de la recaudación. Y con suerte desaparecerá del paisaje una forma de acaparación del espacio público en beneficio de la gran mayoría de personas que sólo pretendemos hacer uso, y no explotar, el espacio de la ciudad que es propiedad de todos.