Sopa de letras
¿Cuál es tu verdura favorita?
Te invitamos a encontrarla en la siguiente sopa de letras.
Costal de papas
Costal de papas
¿Te gustan las papas? Te invitamos a sembrarlas. ¡Es muy fácil!
Vas a necesitar:
Un saco de café (seguramente en los cafés te pueden regalar uno).
3 o 4 papas. Puedes experimentar con diferentes variedades.
Tierra
Periódico viejo
Instrucciones:
Cubre el área donde vas a trabajar con periódico.
Llena el saco con unos 10 cms de tierra de buena calidad.
Pon las papas en la tierra a unos 10 cms de los lados del saco y deja un espacio de 15 cms entre ellas.
Cubre las papas ligeramente con tierra y riégalas un poco. Poco a poco las papas irán germinando papas nuevas conforme van creciendo.
Cuando las papas crezcan, añade tierra suficiente para cubrir el tallo. Riega ligeramente.
Sigue añadiendo tierra hasta que llegues a la parte de arriba del saco.
Las papas tardan aproximadamente 100 días en crecer. Cuando las hojas comiencen a ponerse amarillas, es tiempo de cosechar.
Con la ayuda de un adulto, ¡voltea el saco y encuentra tu tesoro! ¿Cuántas papas crecieron?
¿Ya viste qué fácil es cultivar tu propia comida? Claro que se necesita tiempo, paciencia y cuidados, pero estamos seguros que la comida que tú cosechas sabe más rica. ¿No te parece?
La calle III
La calle III
Desde la economía
En los muchos años y siglos que la humanidad se ha aglomerado en ciudades, la calle ha significado muchas cosas. Algunas veces simples vías de comunicación, en otras, auténticos iconos del poder. Pero si algo las ha caracterizado en el tiempo es su papel dentro del sistema económico de las urbes desde el origen mismo de la humanidad.
La calle representa el lugar perfecto para intercambiar tanto bienes, como servicios o ideas. Y la humanidad lo ha sabido aprovechar desde lo más antiguo de nuestros orígenes como sociedad urbana.
Revisemos por ejemplo un caso que hoy día sigue causando admiración a quien tiene la oportunidad de conocerlo. La medina –ciudad antigua– de Fez en Marruecos, es actualmente un sitio que ha sido declarado patrimonio cultural de la humanidad. No por lo grandiosa o peculiar de su arquitectura, organización y perfil islámico, o la importancia de sus monumentos. Fez es patrimonio inmaterial de la humanidad.
Lo que en este caso valora la UNESCO, organismo encargado de estas declaraciones, es que el conjunto de actividades humanas que allí se desarrollan, es lo suficientemente particular y relevante como para ser protegido por la humanidad entera. Pero lo que indirectamente se dice, aunque no se menciona, es que lo que reconoce es la dinámica vida callejera que este lugar posee y que da soporte a las actividades que las personas desarrollan.
La medina de Fez es un estrecho sistema de calles donde la vida de dentro y fuera de los edificios se mezcla al grado tal que a veces nos perdemos en la profundidad de sus callejones y portales. Los oficios se derraman desde las viviendas hacia la calle y el comercio se extiende sobre todo lo largo de las calles y callejuelas que ensamblan la medina. Es la calle llevada a su expresión más pura.
Esta tradición nos llega a nuestros tiempos desde lo más remoto de la historia urbana de la humanidad. La calle es así, tiene el poder de integrar personas, pero también espacio y comercio. Es el soporte favorito del mercadeo.
En la actualidad, la calle continúa siendo un elemento fundamental para la economía de las ciudades, sobretodo en una época donde el sector de los bienes y servicios concentra más de la mitad de la actividad económica de naciones y ciudades. Lo que significa que las calles urbanas cargan con una buena parte de la responsabilidad financiera de estos lugares. Sin embargo, en nuestro país este fenómeno ha sido muy poco entendido y mucho menos aprovechado, por lo menos en el sector formal de la economía, el informal es otra historia.
El ambulantaje, fenómeno tan cotidiano como antiguo en la historia de nuestras sociedades, es el que mejor ha entendido y aprovechado el potencial de la calle como eje comercial. Por el contrario, ya sea de forma premeditada o accidental, los gobiernos han desarrollado históricamente una inadecuada gestión de la calle como espacio público. En mucho debido a que se le ha reducido a ejes de movilidad, sobretodo vehicular, pasando de largo de su potencial económico.
Esto ha dado muchas veces como resultado una errónea visión de la movilidad urbana, que sacrifica la actividad comercial en pro de la movilidad vehicular. Así, las recientes intervenciones en materia de infraestructura vial de muchas ciudades, incluidas la nuestra, han dado al traste con la actividad económica de calles e incluso barrios enteros. Un precio muy alto para brindar movilidad a aproximadamente el 10 % de la población que es la que posee automóvil.
Pero la calle es y debe ser mucho más. Las experiencias de otros lugares nos muestran que una adecuada gestión de la calle se puede traducir en un incremento en el intercambio de bienes y servicios, y consecuentemente un aumento de la oferta de empleo. Al igual que sucede en el caso del comercio informal y el ambulantaje, si se regula la presencia del comercio formal en las calles las ciudades pueden multiplicar sus ingresos.
Para que esto suceda se deben realizar muchas tareas previas. Una de las más importantes es reposicionar al peatón como el eje del cambio. Y es que casi nadie compra en coche. Estudios recientes muestran que un peatón consume hasta tres veces más que un automovilista, y que una mejora en las condiciones peatonales de la ciudad se traduce en un incremento de ventas y valor de las propiedades.
La ciudad puede soportarse a sí misma –esto lo han logrado muchas de las urbes más importantes del planeta. Para conseguirlo debemos retomar la calles, ubicarlas en el centro de nuestro debate y liberarla de sus complejos para que sea de nuevo el canal donde fluye casi cualquier cosa en la ciudad.
La calle II
La calle II
Desde lo técnico
Cuando escuchamos el dicho “todos los caminos llevan a Roma”, más allá de aceptar el hecho de que irremediablemente habitamos en un mundo donde todo se conecta y apunta a una misma dirección. Deberíamos ver lo que hay por debajo de esta frase que ha trascendido en el tiempo, desde una época donde de verdad en el continente europeo por casi mil años todos los caminos llevaron a Roma.
Hay un aspecto poco conocido de estos elementos, que paradójicamente resulta de vital relevancia para entender el éxito de este sistema, la parte técnica. Los caminos romanos eran resultado de una ingeniería probada en el terreno y avalada por un grupo de especialistas en su construcción que revolucionaron de igual manera la forma de hacer tanto los caminos como la guerra.
Pensado para la marcha de una o dos columnas de soldados alineados perfectamente y construidos mediante un sistema que garantizaba su prevalecía en el tiempo y un alto nivel de servicio, los caminos romanos resumen la importancia de tener vías de comunicación no sólo bien planificadas sino también bien montadas.
Este símil histórico nos sirve para hacer notar la importancia de un adecuado diseño y sistema constructivo en las vías de comunicación y, muy en particular, en las calles de nuestras ciudades.
Hoy día, de todos los factores posibles que pueden definir la solución técnica de las calles es qué y no quién circulará sobre ellas. Si las calzadas romanas estaban pensadas para la marcha del ejército y mantenían anchos relativamente estrechos de máximo 12 metros, en la actualidad la realidad es completamente distinta.
Las calles se han convertido en lugares donde la escala humana ha perdido su presencia en apenas medio siglo. En su lugar, los vehículos de motor han emergido como los auténticos propietarios de casi cada calle de la ciudad. Por lo tanto, el debate sobre cómo debe ser construida una calle se ha centrado en qué recubrimiento es más apto para que los diversos vehículos de motor rueden, no para que las personas caminen.
Así, cada asentamiento humano de nuestro país se ha convertido en un sistema de calles recubiertas de concreto o asfalto, que si bien pueden favorecer la circulación de vehículos que ruedan, ha generado otras problemáticas. Entre ellas, el hecho de que nuestras urbes se han convertido en inmensos tapones que apenas permiten la infiltración de agua al subsuelo, la temperatura de la ciudad se ha elevado varios grados y lo verde ha sido casi exiliado de sus límites.
Cuando el automóvil apareció en la urbe, resultó evidente que las calles de muchas ciudades nunca fueron pensadas para el tipo de vehículos que hoy las circulan. Por este motivo la ciudad colonial, por ejemplo, perdió sus empedrados y sus losas de cantera quedaron sepultadas bajo distintas capas de concreto y asfalto. Con esto desapareció parte de su carácter tradicional en favor de una mejor superficie de rodamiento para automóviles.
Pero quizás esta no es la peor parte del fenómeno, al final los autos son un componente de nuestra sociedad y modo de vida y puede incluso resultar necesario hace adaptaciones para que este funcione mejor dentro de nuestras ciudades. La verdadera contradicción aparece una vez que las ciudades optan por calles vehiculares en una especie de resistencia histórica, intentando simular un perfil tradicional.
Así, han ido apareciendo poco a poco calles con estampados que pretenden ser empedrados pese a estar fabricados de concreto, banquetas revestidas de cantera –pese a las prohibiciones de distintos reglamentos– o farolillos que intentan pertenecer a otro momento en la historia. Así es cómo contradictoriamente una negación del pasado de la calle termina por convertirse en un intento –malo casi siempre– por recuperarlo
Lo cierto es que finalmente hemos construido calles con sistemas constructivos poco amables con el medio ambiente, poco compatibles con medios de movilidad no motorizados, que dificultan el paso de peatones o que se deterioran rápidamente.
Las calles son elementos fundamentales y funcionales de la ciudad, por eso es que su fabricación desde lo técnico debiera ser una experiencia integral.
El adecuado diseño del sistema constructivo de una calle hace que el auto circule bien, que las bicicletas tengan lugar y que los peatones y personas con problemas de movilidad se muevan libremente. Esto es algo que continuamente se olvida; debemos detener la inercia de colocar cualquier cosa sobre nuestras calles sólo por costumbre y empezar a preguntarnos qué es lo mejor que tenemos para que todo mundo se mueva libremente.