Archivo mensual mayo 28, 2013

La calle IV

La calle IV
La parte ecológica

Si consideramos que la mayor parte del espacio público con que cuenta una urbe, la que sea, y se toma en cuenta que casi tres cuartas partes del total de este espacio corresponde a sus calles, quizás sea tiempo de hacer una reflexión sobre el papel que juegan estos lugares dentro del sentido ambiental de la ciudad, ese factor del que se habla mucho, pero del que sin embargo se conoce y se hace poco.

Las ciudades en nuestro país albergan hoy día a casi el 80% de los mexicanos. Esta realidad continúa en proceso de crecimiento, y marca hasta el día de hoy una tendencia que no tenemos claro cuando se detendrá.

Este fenómeno ha traído diversas consecuencia, que van desde el abandono de muchos asentamientos menores y una consecuente baja en la densidad de población de grandes extensiones de territorio, hasta la transformación de la vida en el campo que cada vez se constituye como un espejo de la vida urbana con la que alguna vez estuvo en oposición.

Y en este proceso de urbanización casi voraz es donde no se ha podido dar un salto seguro en dirección de un equilibrio entre ciudad y medio ambiente. Ninguna ciudad en nuestro país cumple con las recomendaciones oficiales respecto a la media de espacio verde que requiere una persona para lograr un desarrollo justo y equilibrado.

Las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud recomiendan al menos una reserva de área verde de 9 m2 por habitante, aunque la verdadera meta asciende a casi el doble, 16 m2 por persona. Ninguna ciudad de nuestro entorno se adapta a esta realidad, y es que quizás hemos puesto no sólo demasiado concreto al espacio vital que poblamos, sino que no hemos encontrado la estrategia que nos conduzca a generar espacios más verdes en cualquier lado donde haya oportunidad.

Ante el tempestuoso crecimiento de la mancha urbana allí donde se extiende, y bajo los mecanismos que han regido ese crecimiento en la mayor parte del territorio urbano, que poco tiene que ver con la planeación y la regulación, la verdadera lógica que ha guiado la ocupación del suelo y el crecimiento de las ciudades tiene que ver más bien con la comercialización del territorio bajo cualquier esquema hasta el último metro cuadrado.

Bajo este esquema, suponer que se generaría una reserva de espacio dedicada al esparcimiento, la relajación o simple contemplación de la naturaleza, parece más una ilusión que un hecho alcanzable.

Pero frente a esta realidad, ¿qué nos queda? ¿Abrir la ciudad de tajo para intentar introducir alguna zona verde entre el tejido urbano ya consolidado? Puede ser pero… Quizás debamos plantearnos el conceder otro uso a lo que como hemos mencionado al inicio de este artículo, representa la mayor parte del espacio colectivo de cualquier ciudad en casi cualquier lugar: la calle.

Supongamos por un momento que este elemento con el que estamos tan familiarizados cada día -la calle- que da salida a nuestra puerta, se transformara a sí misma en una parte contante de la reserva de espacio verde con que cuenta la ciudad.

Bajo un adecuado diseño del espacio urbano esta condición puede transformare en una realidad. De hecho, así lo es en muchas de las ciudades más equilibradas y desarrolladas del planeta.

En esos lugares la calle no es totalmente propiedad de los vehículos de motor y sus habitantes conviven diariamente con el concepto que hace de la calle el espacio para jugar y convivir que siempre ha sido y que nunca debió de dejar de ser. La pérdida de esa capacidad ha significado un enorme precio en lo ambiental, pero quizás sea en lo social en donde más hemos pagado.

Si cada calle de nuestra ciudad pudiera alojar una fila de árboles de distintas especies, así como otras especies vegetales. Si nuestras calles y banquetas permitieran la absorción de agua para luego trasladarla al manto freático y facilitar la recarga de los acuíferos, si detrás de esto arribaran de nuevo especies de insectos y animales a poblar estos espacios junto con nosotros, nuestra ciudad sería distinta.

La calle, como hemos intentado explicar en esta serie, puede ser el invento más natural y genial de la sociedad, es una plataforma única donde se gestan y se generan cambios en la humanidad. Por qué no reconsiderarla, dejarla respirar y darle oportunidad de ser ese pulmón que tanto nos hace falta.

Sopa de letras

¿Cuál es tu verdura favorita?

Te invitamos a encontrarla en la siguiente sopa de letras.

 

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Costal de papas

Costal de papas

¿Te gustan las papas? Te invitamos a sembrarlas. ¡Es muy fácil!

Vas a necesitar:
Un saco de café (seguramente en los cafés te pueden regalar uno).
3 o 4 papas. Puedes experimentar con diferentes variedades.
Tierra
Periódico viejo

Instrucciones:
Cubre el área donde vas a trabajar con periódico.
Llena el saco con unos 10 cms de tierra de buena calidad.
Pon las papas en la tierra a unos 10 cms de los lados del saco y deja un espacio de 15 cms entre ellas.
Cubre las papas ligeramente con tierra y riégalas un poco. Poco a poco las papas irán germinando papas nuevas conforme van creciendo.
Cuando las papas crezcan, añade tierra suficiente para cubrir el tallo. Riega ligeramente.
Sigue añadiendo tierra hasta que llegues a la parte de arriba del saco.
Las papas tardan aproximadamente 100 días en crecer. Cuando las hojas comiencen a ponerse amarillas, es tiempo de cosechar.
Con la ayuda de un adulto, ¡voltea el saco y encuentra tu tesoro! ¿Cuántas papas crecieron?

¿Ya viste qué fácil es cultivar tu propia comida? Claro que se necesita tiempo, paciencia y cuidados, pero estamos seguros que la comida que tú cosechas sabe más rica. ¿No te parece?

La calle III

La calle III
Desde la economía

En los muchos años y siglos que la humanidad se ha aglomerado en ciudades, la calle ha significado muchas cosas. Algunas veces simples vías de comunicación, en otras, auténticos iconos del poder. Pero si algo las ha caracterizado en el tiempo es su papel dentro del sistema económico de las urbes desde el origen mismo de la humanidad.

La calle representa el lugar perfecto para intercambiar tanto bienes, como servicios o ideas. Y la humanidad lo ha sabido aprovechar desde lo más antiguo de nuestros orígenes como sociedad urbana.

Revisemos por ejemplo un caso que hoy día sigue causando admiración a quien tiene la oportunidad de conocerlo. La medina –ciudad antigua– de Fez en Marruecos, es actualmente un sitio que ha sido declarado patrimonio cultural de la humanidad. No por lo grandiosa o peculiar de su arquitectura, organización y perfil islámico, o la importancia de sus monumentos. Fez es patrimonio inmaterial de la humanidad.

Lo que en este caso valora la UNESCO, organismo encargado de estas declaraciones, es que el conjunto de actividades humanas que allí se desarrollan, es lo suficientemente particular y relevante como para ser protegido por la humanidad entera. Pero lo que indirectamente se dice, aunque no se menciona, es que lo que reconoce es la dinámica vida callejera que este lugar posee y que da soporte a las actividades que las personas desarrollan.

La medina de Fez es un estrecho sistema de calles donde la vida de dentro y fuera de los edificios se mezcla al grado tal que a veces nos perdemos en la profundidad de sus callejones y portales. Los oficios se derraman desde las viviendas hacia la calle y el comercio se extiende sobre todo lo largo de las calles y callejuelas que ensamblan la medina. Es la calle llevada a su expresión más pura.

Esta tradición nos llega a nuestros tiempos desde lo más remoto de la historia urbana de la humanidad. La calle es así, tiene el poder de integrar personas, pero también espacio y comercio. Es el soporte favorito del mercadeo.

En la actualidad, la calle continúa siendo un elemento fundamental para la economía de las ciudades, sobretodo en una época donde el sector de los bienes y servicios concentra más de la mitad de la actividad económica de naciones y ciudades. Lo que significa que las calles urbanas cargan con una buena parte de la responsabilidad financiera de estos lugares. Sin embargo, en nuestro país este fenómeno ha sido muy poco entendido y mucho menos aprovechado, por lo menos en el sector formal de la economía, el informal es otra historia.

El ambulantaje, fenómeno tan cotidiano como antiguo en la historia de nuestras sociedades, es el que mejor ha entendido y aprovechado el potencial de la calle como eje comercial. Por el contrario, ya sea de forma premeditada o accidental, los gobiernos han desarrollado históricamente una inadecuada gestión de la calle como espacio público. En mucho debido a que se le ha reducido a ejes de movilidad, sobretodo vehicular, pasando de largo de su potencial económico.

Esto ha dado muchas veces como resultado una errónea visión de la movilidad urbana, que sacrifica la actividad comercial en pro de la movilidad vehicular. Así, las recientes intervenciones en materia de infraestructura vial de muchas ciudades, incluidas la nuestra, han dado al traste con la actividad económica de calles e incluso barrios enteros. Un precio muy alto para brindar movilidad a aproximadamente el 10 % de la población que es la que posee automóvil.

Pero la calle es y debe ser mucho más. Las experiencias de otros lugares nos muestran que una adecuada gestión de la calle se puede traducir en un incremento en el intercambio de bienes y servicios, y consecuentemente un aumento de la oferta de empleo. Al igual que sucede en el caso del comercio informal y el ambulantaje, si se regula la presencia del comercio formal en las calles las ciudades pueden multiplicar sus ingresos.

Para que esto suceda se deben realizar muchas tareas previas. Una de las más importantes es reposicionar al peatón como el eje del cambio. Y es que casi nadie compra en coche. Estudios recientes muestran que un peatón consume hasta tres veces más que un automovilista, y que una mejora en las condiciones peatonales de la ciudad se traduce en un incremento de ventas y valor de las propiedades.

La ciudad puede soportarse a sí misma –esto lo han logrado muchas de las urbes más importantes del planeta. Para conseguirlo debemos retomar la calles, ubicarlas en el centro de nuestro debate y liberarla de sus complejos para que sea de nuevo el canal donde fluye casi cualquier cosa en la ciudad.