La calle II

La calle II

La calle II
Desde lo técnico

Cuando escuchamos el dicho “todos los caminos llevan a Roma”, más allá de aceptar el hecho de que irremediablemente habitamos en un mundo donde todo se conecta y apunta a una misma dirección. Deberíamos ver lo que hay por debajo de esta frase que ha trascendido en el tiempo, desde una época donde de verdad en el continente europeo por casi mil años todos los caminos llevaron a Roma.

Hay un aspecto poco conocido de estos elementos, que paradójicamente resulta de vital relevancia para entender el éxito de este sistema, la parte técnica. Los caminos romanos eran resultado de una ingeniería probada en el terreno y avalada por un grupo de especialistas en su construcción que revolucionaron de igual manera la forma de hacer tanto los caminos como la guerra.

Pensado para la marcha de una o dos columnas de soldados alineados perfectamente y construidos mediante un sistema que garantizaba su prevalecía en el tiempo y un alto nivel de servicio, los caminos romanos resumen la importancia de tener vías de comunicación no sólo bien planificadas sino también bien montadas.

Este símil histórico nos sirve para hacer notar la importancia de un adecuado diseño y sistema constructivo en las vías de comunicación y, muy en particular, en las calles de nuestras ciudades.

Hoy día, de todos los factores posibles que pueden definir la solución técnica de las calles es qué y no quién circulará sobre ellas. Si las calzadas romanas estaban pensadas para la marcha del ejército y mantenían anchos relativamente estrechos de máximo 12 metros, en la actualidad la realidad es completamente distinta.

Las calles se han convertido en lugares donde la escala humana ha perdido su presencia en apenas medio siglo. En su lugar, los vehículos de motor han emergido como los auténticos propietarios de casi cada calle de la ciudad. Por lo tanto, el debate sobre cómo debe ser construida una calle se ha centrado en qué recubrimiento es más apto para que los diversos vehículos de motor rueden, no para que las personas caminen.

Así, cada asentamiento humano de nuestro país se ha convertido en un sistema de calles recubiertas de concreto o asfalto, que si bien pueden favorecer la circulación de vehículos que ruedan, ha generado otras problemáticas. Entre ellas, el hecho de que nuestras urbes se han convertido en inmensos tapones que apenas permiten la infiltración de agua al subsuelo, la temperatura de la ciudad se ha elevado varios grados y lo verde ha sido casi exiliado de sus límites.

Cuando el automóvil apareció en la urbe, resultó evidente que las calles de muchas ciudades nunca fueron pensadas para el tipo de vehículos que hoy las circulan. Por este motivo la ciudad colonial, por ejemplo, perdió sus empedrados y sus losas de cantera quedaron sepultadas bajo distintas capas de concreto y asfalto. Con esto desapareció parte de su carácter tradicional en favor de una mejor superficie de rodamiento para automóviles.

Pero quizás esta no es la peor parte del fenómeno, al final los autos son un componente de nuestra sociedad y modo de vida y puede incluso resultar necesario hace adaptaciones para que este funcione mejor dentro de nuestras ciudades. La verdadera contradicción aparece una vez que las ciudades optan por calles vehiculares en una especie de resistencia histórica, intentando simular un perfil tradicional.

Así, han ido apareciendo poco a poco calles con estampados que pretenden ser empedrados pese a estar fabricados de concreto, banquetas revestidas de cantera –pese a las prohibiciones de distintos reglamentos– o farolillos que intentan pertenecer a otro momento en la historia. Así es cómo contradictoriamente una negación del pasado de la calle termina por convertirse en un intento –malo casi siempre– por recuperarlo

Lo cierto es que finalmente hemos construido calles con sistemas constructivos poco amables con el medio ambiente, poco compatibles con medios de movilidad no motorizados, que dificultan el paso de peatones o que se deterioran rápidamente.

Las calles son elementos fundamentales y funcionales de la ciudad, por eso es que su fabricación desde lo técnico debiera ser una experiencia integral.

El adecuado diseño del sistema constructivo de una calle hace que el auto circule bien, que las bicicletas tengan lugar y que los peatones y personas con problemas de movilidad se muevan libremente. Esto es algo que continuamente se olvida; debemos detener la inercia de colocar cualquier cosa sobre nuestras calles sólo por costumbre y empezar a preguntarnos qué es lo mejor que tenemos para que todo mundo se mueva libremente.

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