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Alimentación saludable para ti y nuestro planeta I

Alimentación saludable para ti y nuestro planeta I

¿Qué tiene que ver cuidar de nuestra alimentación y cuidar el planeta? Nada más y nada menos que todo. El proceso completo de los alimentos, desde que se cultivan hasta que llegan a tu mesa, contribuye a la tercera parte de todas las emisiones de carbono. ¿Sabías que la agricultura es la industria que usa más tierra en todo el mundo? Además, los fertilizantes y pesticidas que se usan comúnmente en la agricultura industrial contaminan ríos y lagos, lo que afecta a todos los seres vivos que están cerca.
Pero las buenas noticias son que como tod@s comemos todos los días, tod@s podemos hacer algo para mejorar esta situación. Aquí te vamos a dar algunas ideas que puedes practicar con tu familia.
Consume productos locales. Esto quiere decir que hay que tratar de comprar productos que se hayan cultivado cerca de donde vives. Así, no sólo apoyas a tu comunidad y consumes alimentos de temporada (que son más sanos). Además son más baratos, ya que el costo de transporte es menor y también se contamina menos porque no se tienen que transportar tan lejos.
Termina tu comida. Casi la mitad de los alimentos se tiran. Esto es un gran desperdicio no sólo de la comida en sí, sino también del agua, energía y tierra que se usaron para producirlos. Además, a menos de que tengas composta en casa, la comida que llega a los basureros produce gas metano, que contribuye al calentamiento global.
La siguiente semana continuamos con más…

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El riesgo de no tener coche

El riesgo de no tener coche
Peatones y ciclistas bajo ruedas

No sé si se han dado cuenta, pero resulta que la ciudad de Oaxaca se va transformando poco a poco en un lugar muy estrepitoso. Un sitio lleno de ruido, movimiento y diversos modos de contaminación que han transformado esta antes apacible ciudad, en un lugar para vivir y andar, a uno que expulsa cada vez más gente de muchos de sus espacios.

Existen muchas causas de esta situación, pero sin duda la más evidente es la ausencia del estado en los asuntos que a la ciudad competen. Por ejemplo, la salida de la participación pública en el ámbito del transporte público ha dejado a la sociedad a merced de un sistema de transporte desconfigurado, con tecnologías antiguas y destructoras del medio ambiente, sin rumbo.

Pero lo más preocupante de las faltas que podamos enumerar al respecto, es que el estado no tiene prácticamente ninguna herramienta que equilibre este balance en favor de los peatones.

Los sistemas de transporte son autónomos, apenas se les aplica la ley, –por cierto, una ley en espera de que exista como tal– y cualquier circunstancia se presta para evitarla. El último ejemplo de esto es la imparable proliferación de moto taxis en la ciudad. Pero este mismo fenómeno había sucedido con la epidemia de taxis colectivos que ha convertido nuestro sistema vial en un auténtico atolladero.

Y mientras el transporte público funcione a su libre albedrío y sin apenas regulaciones, las personas que pueden evitarlo optan por comprar un vehículo privado. Como resultado, el parque vehicular se incrementa rápidamente; hay más motores circulando y las arterias de la ciudad se ven copadas. La consecuencia no vista de este estado son los altísimos niveles de contaminación que ya reporta esta ciudad muchos sus días.

Mientras el motor se adueña de las calles y le roba a los habitantes de la ciudad hasta el 80 % del espacio público de la ciudad que está concentrado en sus calles, otro tipo de usuario, el que no puede o no quiere andar montado en un vehículo que quema hidrocarburos, enfrenta grandes dificultades para poder desplazarse por una ciudad que no lo reconoce como actor relevante.

En fechas recientes tuvimos noticias de un muy trágico accidente –una disculpa a los deudos por hablar de este tema hasta este momento–, un autobús urbano atropelló y mató a un habitante de la ciudad.

Desde luego el tema resonó más en la nota roja de los diarios que en la consciencia de las personas, y en especial en la de los políticos y técnicos. La persona que perdió la vida era no sólo un ciclista, se trataba de un empleado público, un joven con todo por delante a punto de contraer matrimonio. Este hombre perdió la vida no sólo bajo las llantas de un autobús, fue atropellado por un sistema entero que no le ha dado espacio para ser él mismo.

Una cosa se puede asegurar sin ningún temor a equivocarnos: ninguna ciudad en el mundo ha superado la crisis que genera la movilidad intra e inter-urbana con la entrada de más vehículos en circulación o la ampliación de más vialidades. La solución radica por el contrario, en la disminución de vehículos, la diversificación de las formas de transporte y, sobretodo, en la construcción de un sistema de transporte público de calidad.

Con tristeza vemos que hasta ahora ninguna de estas estrategias se cumple. El número de coches no deja de crecer y los sistemas financieros para su adquisición son cada vez más simples. Los peatones y ciclistas se mueven en los espacios residuales que las vialidades vehiculares dejan, bajo su propio riesgo. Y el transporte público de esta ciudad y toda la región se niega sistemáticamente a entrar a una nueva era.

Sinceramente el panorama a este punto es muy poco alentador. Quienes toman las decisiones y tienen el poder de cambio de esta situación deberían tomar consciencia de que una sociedad sale adelante cuando se ponen a su disposición las herramientas que la transforma.

Mientras tanto, en esta urbe un acto tan simple como salir a caminar o dar una vuelta en bici significa jugarse la vida, con el peligro de quedar bajo las llantas de un autobús de transporte público. Hablamos de una contradicción aberrante. Nos encontraremos en un estado prehistórico en cuanto a no sólo la movilidad inteligente, estaremos de nuevo construyendo sociedades divididas entre los que van a bordo de un vehículo y los que no.

A veces me gusta fantasear, imaginar cómo sería ésta mi ciudad –también la suya–, si quienes la dirigen no fueran conductores, si fueran más peatones o hasta ciclistas. Algo me dice que Oaxaca no sería la misma.

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Cultiva tu propia huerta II

Cultiva tu propia huerta II…

¿Ya escogiste qué hortalizas vas a sembrar? ¿Tomates? ¿Espinacas? ¿Lechuga? ¿Rábanos?
Ya que decidiste qué semillas plantar y tienes el lugar preparado, ya sea en la tierra directamente o en macetas, hay que preparar los sustratos para recibir las semillas. Primero hay que poner una copa de algún material orgánico como paja o fibra de coco perfectamente mezclada con tierra o composta. El sustrato nos ayuda a almacenar agua y nutrientes para ayudar a nuestras plantitas.
Después de esta primera capa vamos a poner tierra también mezclada con composta. Luego vamos a mojar la tierra hasta que esté húmeda, pero no empapada. Finalmente puedes poner las semillas o trasplantar las plantas que hayas comprado o preparado con anterioridad.
Si sembraste antes en pequeños contenedores, puedes trasplantar a una maceta más grande o a la tierra cuando las plantitas tienen 2 o 3 hojas. Tienes que tener mucho cuidado al hacerlo, ya que las raíces son muy delicadas y se pueden dañar fácilmente. Después de trasplantar o sembrar hay que regar con cuidado, de preferencia con una regadera, para que la plantita pueda crecer.
Recuerda señalar qué sembraste y cuándo. También puedes llevar un diario y dibujar o tomar nota de lo que observas en tu huerto. Te invitamos a compartir tus experiencias con nosotros.

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Bibliotecas y parques

Bibliotecas y parques
La respuesta de la ciudad a la violencia

Los orígenes de la violencia en nuestra sociedad actual tiene muchos padres, pero en general una madre: la pobreza.

Y ningún lugar concentra tantas situaciones de necesidad como las ciudades. Las ciudades en México concentran casi el 80 % de la población, por lo que resulta casi lógico que las expresiones de pobreza que afectan a casi la mitad de nuestra población se refleje en las ciudades. Aunque no hay que perder de vista que los casos más extremos de miseria siguen apareciendo en poblaciones rurales.

De hecho, este último fenómeno es el que ha traído una enorme cantidad de población del campo a la ciudad desde cuando menos la mitad del siglo pasado. Y este arrastre de personas significó, entre muchas cosas, la construcción de espacios urbanos marginales, donde la vida se traduce en necesidades básicas sin atender, falta de servicios y equipamiento, depresión y desesperación.

Las urbes son cada vez más grandes y más poderosas, pero también más inequitativas. Por todo el planeta las ciudades, en especial las grandes, se conforman más y más por enormes polígonos urbanos donde se acomodan millones de personas que subsisten bajo mínimos.

Un buen día despertamos y nos dimos cuenta que este cúmulo de gente, por largo tiempo ignorado, estaba en el epicentro de muchos de los conflictos sociales de nuestra generación. De estos barrios y colonias olvidadas sale el descontento social, los invasores de suelo, el comercio informal y muchos de los jóvenes que ingresan en las filas de las bandas delincuenciales, entre otros fenómenos.

Por generaciones olvidamos que las personas para desarrollarse requieren más que un lugar donde cubrirse de la intemperie. Necesitamos espacios que nos entusiasmen, que saquen lo mejor de nosotros, que faciliten el desarrollo de nuestras actividades y que permitan el sano desarrollo de nuestros niños y jóvenes.

Miremos por ejemplo el caso de ciudades que se vieron sumidas en procesos muy violentos e incómodos en tiempos recientes y que mediante estrategias de intervenciones de carácter urbano lograron un cambio perceptible en positivo a su realidad.

Desde los años noventa, Colombia padeció una situación de violencia generalizada pero con particular intensidad en ciudades como Medellín. Esta se convirtió por muchos años en una de las urbes más peligrosas del mundo. Cuando las reacciones convencionales policiacas mostraban su ineficiencia –como lo hacen ahora en México– una estrategia alternativa emergió desde la ciudad misma para resolver en parte sus problemas.

El plan, llevar bibliotecas y parques públicos a aquellas zonas sin equipamiento para abrir opciones de convivencia en barrios y vecindarios que hasta ese momento habían permanecido alejados de la cultura y las letras. Es decir, la ciudad emprendió una estratégia montada en la apertura de áreas verdes y la generación de espacios dedicados a difundir conocimiento.

No se trataba simplemente de inaugurar una biblioteca más, de crear un almacén de libros con algunas sillas. Cada proyecto manifiesta una identidad particular, un esmero por dignificar aquellos barrios y sus habitantes, que antes habían sido dejados de lado. Estas manifestaciones de la cultura contemporánea asignan identidad a muchas personas que hasta ese momento sólo se podían ver reflejados en construcciones mínimas y ambientes insanos.

Si bien Medellín fue el caso de mayor notoriedad en nuestro continente, lo cierto es que no ha sido el único ni de lejos. Otra ciudad colombiana –Bogotá- atravesó un sendero parecido. En Brasil el programa Fabela Barrio llevó una gran cantidad de equipamiento a fracciones de ciudad donde antes no había nada, por mencionar algunos.

Es igual un error reducir el éxito de estos programas a la sola incursión de un servicio público o un área verde. A la par se realizaron grandes inversiones en infraestructura para conectar a los habitantes de estos lugares. Elevadores que ascienden 30 o 50 metros para acceder a un barrio. O sistemas enteros como el Metrocable de Medellín  se unieron a la llegada de redes de comunicación digital que llevaron toda una población a la actualidad.

Las ciudades crecen y multiplican su población, se acercan personas de diversas culturas a convivir en ellas, y es por eso que la lucha por una ciudad justa debe ser el eje que reforme el espacio urbano, por el bien y la seguridad de todos los que habitamos en ellas.

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