Archivo mensual febrero 18, 2013

Alamedas

Alamedas
¿Sabías que las alamedas son los jardines públicos más antiguos? La más antigua que aún se conserva es la Alameda de Hércules en Sevilla, que data de 1574. Se llaman así porque los árboles que usualmente se plantaban en estos espacios públicos eran álamos, los cuales se plantaban alineados para crear grandes áreas sombreadas. A veces se usaban también como mercados o eran el escenario para actividades lúdicas como bailes, desfiles o demonstraciones atléticas o militares.

La Alameda de León
En el año de 1576, el Virrey Martín Enríquez concedió al Ayuntamiento de Antequera dos solares para que construyera sus casas consistoriales o un palacio municipal. Sin embargo, nada se construyó; un solar fue vendido a un particular y el otro se convirtió en mercado de alfareros, por lo que se le conocía como Plazuela de Cántaros.
El gobernador del estado, general Antonio de León, vivió frente a la Plazuela de Cántaros, y en una conversación con su secretario -Benito Juárez- surgió la idea de convertir en jardín aquella plaza que tenía mal aspecto. El proyecto se ejecutó en el año de 1840, haciendo una pequeña réplica de la Alameda Central de la Ciudad de México. El nuevo jardín se inauguró el 13 de octubre de 1843 con el nombre de Alameda de León, en honor a su fundador.

La ciudad impermeable

La ciudad impermeable
Sellando el espacio urbano

Siempre que se acerca la temporada de lluvias inician las preocupaciones sobre las posibles afectaciones que los habitantes de la ciudad padecerán dependiendo del volumen de lluvia que se precipite este año.

Buena parte del problema se debe a la terrible gestión del agua que la capital del estado ha padecido desde siempre. Hasta el día de hoy no existe una política pública adecuada que ayude a resolver esta problemática que, pese a ser cíclica, no ha sido resuelta hasta el momento y por el contrario empeora a medida que crece la mancha urbana.

Existen problemas prácticamente en cada etapa del ciclo del agua. Mantos sobreexplotados y contaminados, zonas de captación deforestadas o urbanizadas, mala distribución, falta de colectores, ríos usados como drenaje y un carencia de un sistema de aguas pluviales interconectado a la red sanitaria. Puede sonar excesivo este recuento, pero al abrir la llave del agua de nuestra casa y ver el color de la misma podremos sacar nuestras propias conclusiones.

Lo cierto es que este es problema ha sido construido a lo largo de muchos años y solapado por cualquier número de administraciones. Lo que no quiere decir que debamos resignarnos y simplemente aceptar las consecuencias de la mala gestión del recurso más fundamental para la vida.

De entre todos los factores que de manera negativa han aportado a esta crisis hay uno que tiene que ver con el adecuado diseño urbano de las ciudades: los pavimentos. Si pensamos que una superficie que puede llegar a ser el 25 % del total de las ciudades está ocupada por calles y que el espacio público apenas resalta en el panorama, al tiempo que notamos que la mayoría de estas calles están selladas con concreto hidráulico, nos daremos cuenta que acusamos un problema que suma a la crisis hídrica, la ciudad ha sido sellada, impermeabilizada y nada se filtra por ella.

Este fenómeno se suma al desventurado círculo del agua en la ciudad, no sólo por el hecho de que se impide la recarga del manto freático sino que el agua de lluvia, al no encontrar forma de filtrarse, corre por las superficies de la calle, se mete en las atarjeas y se mezcla con las aguas negras, dando lugar a inundaciones con alto riesgo sanitario. Además, no hay que olvidar que la extracción de agua profunda es la principal forma de traer agua a la ciudad.

Para atacar esta situación es necesario empezar a hacer uso de una nueva forma de hacer ciudad, de construir calles, de dignificar el espacio urbano. Urge limitar el avance de la mancha de concreto y asfalto que de a poco va cubriendo la ciudad. En la actualidad, y desde hace mucho, existen otros procedimientos que pueden ser aplicados para solucionar este problema al tiempo que se mejora la imagen visual de nuestra urbe.

Si logramos por ejemplo reemplazar poco a poco las actuales banquetas de la ciudad por unas donde se facilite la filtración del agua hacia el subsuelo, podríamos captar no sólo el agua que cae sobre las banquetas para luego introducirla al subsuelo, sino también permitir que una parte del agua que escurre de las azotes sea infiltrada también por este mecanismo, lo que facilitaría la captación de una buena cantidad del líquido.

Fabricar banquetas con materiales permeables y dar lugar a pozos de filtración puede ser una estrategia que aporte a la solución de los problemas de la ciudad con el agua. Hay diversas opciones técnicas que pueden ser aplicadas para disminuir esta problemática, desde el uso de concretos permeables o la aplicación de rocas naturales y adoquines sobre materiales permeables.

Lo importante es empezar a plantear soluciones integrales que ataquen las dificultades de la ciudad y sus habitantes desde distintas perspectivas. No basta con intentar hacer que los coches circulen más rápido –cosa que hay que decir, no se ha resuelto en ningún lado– hay que entender que no se puede solucionar un problema dejando en herencia otros tres.

Pavimentar una calle es un acto de desarrollo urbano, pero hacerlo de forma precipitada o mal planeada puede acarrear consecuencias que compliquen la vida de la ciudad. La relación entre la dureza del pavimento, la escasez de agua y las continuas inundaciones es uno de los casos típicos de esta falta de comprensión del fenómeno urbano y su conexión con otros problemas.

Pero la solución está a nuestro alcance, deberíamos arrancar la construcción de guía de prácticas urbanas que nos permita desarrollar bien nuestra ciudad, haciéndola más rica, más saludable, más permeable.

Ruido

Ruido
Acallar la ciudad

No es necesario hacer notar que este espacio combate de manera frontal el uso indiscriminado de los vehículos de motor. Tampoco es que estemos en contra del automóvil en sí mismo, es de hecho una invención y un componente necesario para el funcionamiento de la sociedad. Lo que no podemos dejar de señalar es el mal uso que se le ha dado a esta invención cuya masificación marcó el inicio de la segunda revolución industrial.

Este medio de transporte, usado de manera poco razonable, ha acarreado a nuestra sociedad más cosas negativas que positivas. La ecuación es más o menos fácil: cuando este medio de movilidad crece de manera descontrolada, simplemente colapsa las vías impidiendo justamente eso, la movilidad.

Sin embargo, su efecto negativo no se queda allí. También tiene consecuencias que abarcan cada aspecto de nuestra realidad y que van desde lo económico hasta la salud. El aspecto que queremos destacar esta vez es el que tiene que ver precisamente con la salud, y nos sólo con la salud física, sino también la emocional, que se ha visto igualmente alterada en las últimas generaciones.

Como si no bastaran las miles de toneladas de contaminantes que se arrojan a la atmósfera cada día, hay que decir que estas no salen de manera silenciosa. Por el contrario, se trata de un proceso ruidoso que al igual que los contaminantes que van al aire que respiramos o al agua que bebemos, es casi imposible de evitar.

Un motor de combustión interna puede liberar mediante un proceso de explosiones controladas de combustibles fósiles varios cientos de caballos de fuerza. Entre más pesado es el vehículo más potencia se requiere para desplazarlo. Y entre más avanza el tiempo, menos compresión tendrá un motor, lo que hace que éste sea más ineficiente y como consecuencia, ruidoso.

Así hemos llenado nuestras urbes en los últimos cincuenta años del estrepitoso ruido de metales que explotan cíclicamente en el interior de miles de vehículos, a los cuales hemos tenido que acostumbrarnos y padecer. Incluso aquellos que no son propietarios de algún vehículo y que son la mayoría de la población.

El ruido ha colonizado nuestra ciudad  también. Ha convertido el andar por lo que una vez fueron pacificas calles de Oaxaca en una convivencia complicada con un entorno que a veces no nos deja escuchar nuestros propios pensamientos. O intenten andar por las calles de Pino Suárez o Las Casas, seguro estarán de acuerdo.

Miles de vehículos particulares y públicos abarrotan las calles de una ciudad colonial que nunca estuvo pensada para tal carga. Los edificios históricos resienten también el efecto vehicular, su cantera se ve dañada debido a la vibración y los contaminantes que se precipitan sobre la roca en forma de lluvia ácida.

Pero los más afectados somos sin duda aquellos que intentamos usar la ciudad de manera no motorizada, que somos el 100% de la población en algún momento del día. Todos percibimos el tronar de motores.

Desde la banqueta sólo podemos resignarnos a escuchar el ruido que se desprende de todo lo que circula por el arroyo vehicular. Automóviles privados, autobuses, camiones, pipas y, recientemente, motocicletas van llenado el espacio físico y acústico de la ciudad, sin que al parecer nadie pueda hacer absolutamente nada. ¿O tal vez si se puede?

Lo cierto es que desde hace mucho tiempo otras ciudades han combatido eficientemente este fenómeno, atacado la raíz del mismo. Y es que sólo hay una salida: un transporte público digno, eficiente y a buen precio.

Urge modernizar el transporte público de la ciudad pero de manera consciente. Modernizar no quiere decir remplazar unidades viejas por otras más jóvenes. Significa avanzar hacia un sistema de transporte que incluya las tendencias contemporáneas de movilidad de la sociedad y las nuevas tecnologías, que dan acceso por ejemplo, a tener motores híbridos, autos eléctricos y vehículos de transporte en masa ligeros y eficientes.

Y entonces, si tenemos suerte, en unos años el ruido del motor desaparecerá y podremos de nuevo escuchar todas aquellas melodías de la ciudad que han sido cruelmente abolidas por él. Quizás algún día haya de nuevo aves cantando, hojas que toca el viento, las risas de los niños y el sonido más bello de todos; la voz humana que razona y trasforma.

La semilla

La semilla
Anónimo

La pequeña Lucía y su hermano Joaquín pasan a visitar a su abuela todos los días cuando regresan del colegio. Un día, su abuela estaba plantando semillas en el jardín. Lucia sintió mucha curiosidad y le pregunto:

– ¿Estás segura que de este granito saldrá una planta?
– Sí, le contesto ella, pronto lo veras. Y le dio un puñado de semillas para que las plantara en su casa.

Alegre e impaciente Lucía le pide a su hermano que la ayude, así que consiguen una maceta y un poco de tierra para poder plantar la primera semilla. Pero al cabo de unos  días Lucía se decepciona porque no pasa nada, entonces Joaquín le pregunta:

– ¿Ya le pusiste agua para que crezca?
– Uy –no sabía- responde.

De nuevo planta otra semilla, pero esta vez la ahoga con tanta agua. Intenta una tercera vez y la coloca en el patio para que le dé el sol. Las primeras hojitas comienzan a salir y muy contenta piensa que es el lugar apropiado y decide dejarla allí. Pero con el paso de los días sus hojitas se secan porque el sol las quema. Lucía llora hasta que su hermano le explica:

– Lucía, una semilla es una vida y es una responsabilidad cuidarla, ya viste que si no tiene agua se muere de sed, y si tiene mucha también. Si la expones demasiado al sol le pasa lo mismo. Las plantas son nuestras amigas porque ellas absorben de la atmosfera el bióxido de carbono que eliminamos cuando respiramos. Gracias a ellas podemos respirar aire puro. Vamos a intentarlo otra vez.

Entonces Lucia y Joaquín plantan una cuarta semilla a la que cuidan con mucho esmero. Y con el tiempo la semilla se transforma en un precioso árbol.