Violencia urbana
Violencia urbana
Una forma de suicidio para las ciudades
Hace poco escribíamos una columna que se refería a cómo es que una ciudad puede construir su propia destrucción o degradación si se rehúsa a reconstruirse desde una visión innovadora. Pero esta no es la única forma en la que una urbe puede verse condenada a la extinción y el rezago, hay muchas otras que si bien se desprenden de la primera, son igualmente contundentes.
Y si hay un punto que vale la pena destacar en este apartado, es el que tiene que ver con el ambiente social de la ciudad y en particular uno de sus aspectos cada vez más comunes: la violencia.
Las ciudades reúnen personas tanto como sus problemas y situaciones cotidianas. Esta mezcla se acumula en un sólo espacio contenedor que termina por reventar si no se lleva a cabo alguna medida para mitigarlo. Lo cierto es que pese a la situación tan desesperada que enfrentamos hoy día a nivel nacional y local, no se vislumbra una estrategia clara por parte de ningún sector que contenga esta situación.
Un caso dramático de cómo esta situación afecta a nuestras ciudades y la gente que allí habita es el que se vive en lo que una vez fue uno de los motores de nuestra industria y nuestra sociedad como país: Ciudad Juárez. Nombrada en honor del Benemérito oaxaqueño, junto con su ciudad hermana El Paso, son urbes de referencia en la frontera norte desde hace muchos siglos, por lo que su caída en manos de la delincuencia y la violencia no es otra cosa que una tragedia.
Dependiendo en que datos nos basemos, descubriremos que hoy día por lo menos el 30% de las viviendas de la ciudad están desocupada. Esto equivale queridos lectores a cerca de 120 mil viviendas. Pónganse más tristes aún; el dato equivale a casi la totalidad del parque de viviendas de nuestra zona metropolitana. Y los números son cada vez peores.
La violencia urbana tiene muchos rostros y varios padres. Está desde luego la que engendra el crimen organizado y que pese a su brutalidad, rara vez atenta contra las personas comunes de manera directa, ya que suele estar focalizada en sectores específicos. Esto no la hace menos propensa, simplemente es hasta ahora algo un poco más distante para la mayoría, esperemos que siga así.
Pero existe otro nivel de violencia cuando menos igual de preocupante que el anterior, pero más generalizado. Aquel que se desata entre congéneres que habitamos una misma ciudad en situaciones que van desde lo más cotidiano hasta lo más intenso.
Las muestras de este fenómeno son muchas y por desgracia nos hemos acostumbrado tanto a ellas que ya casi no nos detenemos a reflexionar sobre sus causas y efectos. Esto es quizás una de las señales de alarma más evidentes que deberíamos atender. Se manifiestan desde una simple mirada hasta una agresión verbal desatada por un incidente cotidiano, un peatón acosado por un automovilista en un cruce o un insulto en forma de “piropo” a alguna mujer por la calle.
Estas formas de violencia son apenas unas cuantas de una larga lista de acciones y omisiones que llevan a nuestras urbes a lugares oscuros y abandonados. Sin embargo, por complejo que este fenómeno parezca resulta que tiene un lugar común en su origen: es resultado en la mayor de las veces de la construcción de un medio ambiente que desata y propicia la violencia entre los habitantes de un lugar.
Por generaciones las ciudades en su acumular cotidiano de personas se han convertido en inmensas bodega compartimentadas donde cada clase o segmento de la sociedad esta apartada del otro. Barrios, colonias, fraccionamientos, se han hecho intencional o accidentalmente lugares inconexos donde cada vez nos cuesta encontrar puntos afines. Esta fragmentación social y urbana es quizás nuestra bestia negra.
Entonces la solución al problema tal vez radique en romper esos estados de fractura que hoy día imperan en nuestras ciudades e iniciar un proceso de reconstrucción de los tejidos, tanto urbanos como sociales. Hacer que la gente se encuentre en lugares comunes y renunciar a las burbujas metálicas que impiden que nos rocemos y nos conozcamos en la calle cada día.
La ciudad es más parecida a un textil de lo que podemos suponer, cada tejido distinto es una parte esencial de su composición y si un trozo se desgarra, el resto puede simplemente deshilacharse poco a poco.
Bicis II
¿Sabes andar en bici? Ya sea como medio de transporte o para tener aventuras, andar en bici es una forma de transporte saludable y divertida. Además, cada vez que vamos en bici reducimos la contaminación en nuestra ciudad y ¡ahorramos! Tampoco es necesario tener cierta edad; tod@s podemos andar en bici, desde los más pequeños hasta los más grandes.
Sin embargo, para andar con seguridad, es necesario seguir algunas reglas. Primero, hay que cuidar la bici y darle mantenimiento, checar que la cadena tenga aceite, las llantas no estén ponchadas y ver que funcionen bien los frenos.
También es importante que la bici sea de tu tamaño, para que la puedas manejar y controlar bien. Ambos pies deben tocar el piso cuando estás aprendiendo. Siempre hay que usar un casco para protegerte en caso de una caída. Usar ropa clara o de colores brillantes te ayuda a tener mayor visibilidad. Esto es importante porque así los automovilistas te puedan ver más fácilmente.
Checa con tus papás los lugares por los que puedes pedalear tranquilamente, ya sea en algún parque o una calle con poco tráfico. Recuerda mantenerte atento al camino para que evites cualquier obstáculo que te pueda hacer caer. Asegúrate también de usar ambas manos para manejar y de fijarte para todos lados antes de cruzar una calle. Nunca vayas en sentido contrario al tráfico, puede ser muy peligroso.
Como con todo, entre más practiques, mejor serás. Así que aprovecha para salir a pasear en bici cada vez que puedas.
El rescate del espacio público
El rescate del espacio público
Cada rincón cuenta
La “batalla” que cada día enfrentamos por mantener una ciudad funcionando de manera eficiente y con concordia entre su población implica sin duda el que cada parte de la urbe funcione adecuadamente. Y quizás ninguna parte es tan importante como aquellas donde los habitantes de una ciudad se encuentran para relacionarse entre sí.
Sin embargo, es quizás ese aspecto de las ciudades el que más se ha dejado de lado a la hora de elegir dónde invertir y actuar. Se ha perdido el interés por generar y mantener espacios que permitan la sana convivencia entre los que habitamos un lugar geográfico. Ese es quizás uno de los grandes pecados en materia de desarrollo urbano de nuestra y muchas otras ciudades.
Este hecho no puede ser materia menor de la planeación de la ciudad y la inversión pública. Desde hace mucho tiempo tenemos evidencia de que las personas se desarrollan de mejor manera si su espacio inmediato tiene una calidad ambiental de buen nivel y existen lugares comunes donde personas de distintas edades puedan desarrollar una sana convivencia.
La ciudad se extiende cual mancha de aceite arrasando con cada metro cuadrado de suelo sin detenerse a calcular las necesidades mínimas de convivencia que un grupo de personas requiere. En otros casos, el espacio residual que queda a cargo de los municipios y gobiernos estatales luego de un proceso urbanizador carece de certeza legal o plan y proyecto para su utilización.
La mayor parte de estos hiatos urbanos son rellenados por escuelas e instituciones públicas burocráticas, pero poco lugar queda para otro tipo de actividades como la recreación y el desarrollo físico. Con contadas excepciones, como en el caso de los deportivos que se distribuyen aquí y allá, estos espacios no son accesibles a todos los espectros de la población de la ciudad.
Es necesario entender la compleja diversidad socio-política de la ciudad en la actualidad, el balance demográfico que se inclina claramente al lado de los más jóvenes, en particular los menores de 18 años que componen casi la mitad de la población de la ciudad. Conocer su nivel económico y su capacidad de movilidad interurbana es esencial para poder planear mejor el tipo y lugar de las infraestructuras que se necesitan para abatir estos regazos.
Desde hace más de una año en la Casa de la Ciudad nos hemos puesto a la tarea de primero identificar estas necesidades, analizar sus circunstancias y tratar de intervenirlas de manera eficiente. Lo cierto es que se han logrado algunos avances menores, considerando la naturaleza del problema. En fechas próximas serán concluidos dos proyectos que pretenden atacar estas carencias.
Por una parte tenemos el parque infantil Húzares, uno de los pocos espacios para la recreación de los niños pequeños que hay en la zona centro de la ciudad. Por otra tenemos el parque y jardín de niños de la colonia Azucenas en la zona de cordillera de Monteaban. Se trata en ambos casos de proyectos dedicados a la infancia, sin lugar a dudas el sector más abandonado de nuestra ciudad, pero también se trata de espacios públicos recuperados luego de largos procesos de olvido.
Esta misma semana el parque Húzares, y quizás la siguiente el Centro de Barrio de las Azucenas, entrará en funcionamiento integrado completamente a la sociedad que les da sentido. Sin embargo y pese a la satisfacción que esto nos pueda generar, la tarea es amplia y ardua. Miles de niños crecen por todos los rincones de la ciudad sin escuelas adecuadas o espacios verdes mínimos. Es algo con lo que nos debemos comprometer a terminar.
Los dos casos que hemos mencionado han sido logrados con la colaboración del Ayuntamiento y el soporte de la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca A.C., pero sobretodo con el trabajo de los habitantes del lugar. Sin embargo, este pacto en pro de los espacios públicos de la ciudad se debe ampliar.
Sin el compromiso de aquellos que tienen el poder público y la capacidad de invertir el dinero de todos allí donde hace falta, los esfuerzos aislados poco podrán hacer por revertir las faltas de espacios públicos dignos, que se multiplican por todos lados. Esto no significa que pintar una barda o arreglar un banco sea algo inútil, sin embargo debemos comprometernos mucho más allá, en especial con los más débiles, con los más pequeños, con los más grandes.
Historia de la bicicleta
¿Sabías que hay el doble de bicis que coches en el mundo? En muchos países en Asia por ejemplo, es la principal forma de transporte. La bicicleta tiene muchos usos, además de servir como diversión y para hacer ejercicio.
La primera forma de transporte en dos ruedas la inventó el barón alemán Karl von Drais en 1817. Durante los siguientes años varios ingleses, alemanes y franceses fueron haciendo cambios que mejoraron el diseño. Sin embargo, su forma actual ha cambiado muy poco desde 1885.
Este invento que nos parece tan común tuvo un gran efecto en la sociedad. Por una parte la fabricación de este medio de transporte sirvió como antecedente para otras industrias como la automotriz y la aeroespacial que diseñaron sus fábricas como las de las bicicletas. Pero lo más importante es que permitió a las personas moverse de forma independiente a un precio accesible para muchos. Antes de la bicicleta, la gente sólo podía moverse caminando o en carruajes o caballos.
Con el paso del tiempo la bicicleta se fue volviendo muy popular. A principios del siglo XX había cientos de clubes ciclistas donde la gente podía aprender a andar en bici y a salir de paseo con otras personas. De hecho, en los años 1950´s en Oaxaca, los habitantes se quejaban de que las bicis estaban por todas partes. ¿Te imaginas una ciudad donde haya más bicis que coches?