Ciudad sin personas
Ciudad sin personas
Ciudad sin ciudad
Hace una semana este mismo periódico ponía en la portada una noticia que, por grave, sorprende no haya sido replicada en otros diarios o medios de comunicación con la contundencia que merece.
El estado de Oaxaca perdió 700 mil personas en el padrón electoral, pasando de 3 400 000 personas a 2 700 000. Esto equivale a más del total de población que habita en la Zona Metropolitana de Oaxaca. Imaginen que de la noche a la mañana la ciudad se vaciara.
Suena bastante imposible, sin embargo ese es el volumen de personas adultas que salieron del estado en el periodo desde la última revisión del padrón realizada por el IFE. Mientras nuestro estado perdió población, otros como Veracruz, Puebla, el Estado de México o el Distrito Federal la ganan.
La demografía es una ciencia con muchos huecos; es complejo hacer previsiones y cálculos cuando se habla de seres humanos, de personas que obedecen a una enorme cantidad de variables que pueden condicionar su modelo y estilo de vida. Sin embargo, cuando los flujos de personas son tan amplios, es relativamente fácil suponer qué está pasando, y es que esta gente no está migrando, está escapando.
El problema de perder población en edad adulta es muy grave. Mientras una persona de mediana edad se encuentra lista para producir, una joven o en la infancia, requiere de atención e inversión por parte del estado como educación, servicios médicos, etc. Esto significa que sale del estado nuestra fuerza productiva y permanece nuestra población más dependiente, lo cual también significa un enorme desbalance en la situación socio-económica del estado.
En el plano urbano, que es lo que aquí nos interesa, esta realidad es contraria de sobremanera a la salud de nuestra ciudad.
Cómo generar un estado de bienestar dentro de los límites de la zona metropolitana si no contamos con personas en edad productiva que emprendan las acciones que pueblo por pueblo, colonia por colonia, barrio por barrio necesitamos. Cómo generar ideas creativas y revolucionarias que modifiquen las condiciones de la población urbana si perdemos una buena parte de nuestra masa humana en etapa productiva.
El fenómeno se multiplica y afecta sectores de la vida urbana que no somos capaces de entender del todo. Durante los últimos tiempos nos hemos dedicado a tratar de establecer proyectos de equipamiento urbano en barrios periféricos y pobres. Para llevarlos a cabo acudimos a las formas de organización tradicional representadas por tequios a la hora de ejecutar las diversas acciones.
Grande fue nuestra sorpresa cuando constatamos que a estos llamados, el 80 % más o menos de quienes acuden son mujeres. De estas un gran número son madres solteras, jefas de familia o en situación de abandono de facto por parte de la pareja.
Es pronto para asegurarlo, pero no sorprendería a nadie que entre aquel flujo de 700 000 personas que han abandonado el estado en los últimos años hubiera salido algún miembro de las familias con las que nos ha tocado trabajar en los proyectos en los que hemos trabajado. Pero tampoco sería una sorpresa para nadie si esto sucediera.
Otras veces en esta columna hemos mencionado que el principal valor con que cuenta una ciudad para enfrentar los retos que el futuro trae, es su capital humano. Personas jóvenes y en edad productiva que permeen en las diversas capas de la sociedad para proponer salidas y nuevas soluciones a los retos cada vez más claros que las urbes enfrentan.
Medio ambiente, competitividad, competencia global, movilidad sustentable, reindustrialización, son temas de los que se habla de manera contundente en otras latitudes y donde las urbes están trabajando profundamente. Tampoco se asusten si descubrimos –como lo hemos hecho ya—a jóvenes oaxaqueños participando en la mejora y transformación de otras urbes distintas a las suyas.
Las urbes necesitan captar gente creativa, no perder su propia fuerza local. Resulta indispensable detener ese sangrado, abrir opciones, mejorar las condiciones para que nuestra gente permanezca en el estado y la ciudad. Pero esto sólo será posible si abrimos nuevas oportunidades, mejoramos la estabilidad y ofrecemos una razón que los convenza que vale la pena estar aquí.
Infraestructura escolar
Infraestructura escolar
El tema que nadie menciona
Durante los últimos meses, en medio del alboroto que generó las protestas de una parte del magisterio por la llegada de la llamada “reforma educativa”, el tema de la educación tomó verdadera importancia en el debate local.
No debería sorprendernos ya que, pese a lo trillado de la frase, sin educación no hay futuro, es un hecho que habría que tatuarlo en la frente de todos los involucrados en esta discusión. Especialmente la clase política y una parte de la magisterial que han lucrado con el tema hasta cansar al resto de la sociedad, sin que eso se traduzca en una mejora del nivel o las condiciones educativas. Somos el último de la lista en el tema y eso no es una suposición, es una realidad.
Esta columna no es una de carácter político sino de análisis urbano, sin embargo es importante entender este contexto para adentrarnos a la materia del tema que pretendemos tocar.
Luego de meses de debate, nadie –por lo menos que sepamos– ha puesto atención a un tema que por conocido da preocupación: la calidad de la infraestructura educativa en el estado y la urbe, es decir la condición física que guardan las escuelas. Quiénes habitamos la ciudad, y sobre todo quienes lo hacen en las zonas de bajos recursos de la misma, saben exactamente a qué nos referimos.
Existen en nuestra ciudad miles de niños en todos los niveles educativos asistiendo a clases en situaciones realmente desconsoladoras, sin que nada se esté proponiendo de forma contundente para resolver el problema. En especial el tema de la educación preescolar es realmente escandaloso, la periferia de la ciudad de Oaxaca se ha plagado de escuelas de lata que encierran en condiciones terribles a seres humanos en su edad más temprana.
La película se pone aún más negra cuando el tema se traslada al ámbito de lo rural. Si en la ciudad hay latas con mesas rotas como mobiliario, en las comunidades rurales es común ver a los chicos acudir a escuelas a cielo abierto, sin ninguna facilidad para desarrollar su actividad.
El cómo un estado con uno de los presupuestos más grandes de la federación ha generado este desequilibrio es un misterio, un tema en el que los especialistas en desarrollo humano deberían investigar. Cómo es que entrado el siglo XXI no se hayan subsanado estas necesidades y que tampoco se vea un plan agresivo que lo resuelva es aún una interrogante más grande.
Hasta hace poco, incluso cuestionar el número de escuelas en la entidad era una pregunta sin respuesta. El suponer que se conoce el estado de las mismas pareciera mucho desear, pero lo cierto es que la situación es crítica y urgente. Si se pretende sacar adelante a la generación de gente joven más grande que jamás ha existido debemos trabajar en esa dirección todos unidos: gobiernos, sociedad, magisterio.
Es realmente urgente reposicionar al estudiante como la parte central del desarrollo académico y considerar los requerimientos de infraestructura. Construir escuelas resistentes, sostenibles y aptas para recibir una buena educación en los tiempos que corren. Integrar nuevas tecnologías y materiales ambientalmente poco agresivos en su diseño, así como involucrar a la sociedad en su concepción y manejo.
Sabemos por experiencia que los habitantes del estado y esta ciudad están dispuestos a hacer su parte para sanar esta situación. Por más de un año, en la colonia Azucenas en lo alto de la cordillera de Monte Albán, nos hemos sumido en un profundo trabajo -desde la concepción de la idea hasta la ejecución de la obra- que ha dado como resultado una nueva escuela donde antes había láminas oxidadas.
Se trata de un proyecto humilde pero sensible a la realidad que enfrentan tanto estudiantes como profesores, ambos víctimas de la mala situación de infraestructura que se padece. Sin embargo, este proyecto logró reunir la buena voluntad de la sociedad organizada, gobiernos y padres de familia para resolver la realidad de una de las miles de escuelas que cada día acogen niños y jóvenes para su formación a pesar de contar con una situación muy desfavorable.
Este sencillo experimento social, urbano y arquitectónico, da una pequeña muestra de que si asumimos este reto con la seriedad que demanda, la solución es posible. Y luego de un año de trabajar con estas personas, desde la Casa de la Ciudad y su equipo, sólo nos queda dar las gracias a ellos por todo lo que nos han
Paseos por México
Exposición de fotografías estereoscópicas.
Plantas curativas
Plantas curativas
Seguramente tu mamá o tu abuelita en alguna ocasión te ha preparado un tecito de manzanilla o de menta si te dolía la panza, por ejemplo. Además de todos los beneficios de los que hemos platicado antes, las plantas son nuestras aliadas a la hora de cuidar nuestra salud.
Mucho antes de que existieran los laboratorios o las grandes empresas farmacéuticas, las personas se curaban con las plantas que encontraban. De hecho, muchas de las medicinas que puedes comprar en una farmacia tienen como base extractos o componentes de algunas plantas. La aspirina, por ejemplo, está hecha de un compuesto que se llama ácido salicílico que se extrae de la corteza del sauce.
En México, y en especial en Oaxaca, la herbolaria tiene una tradición de cientos de años. Por ser un país mega-diverso, contamos con una gran variedad de plantas que sirven para muchas cosas como cocinar, hacer papel y otros productos y también para sanar.
Se pueden usar diferentes partes de la planta con fines curativos. Se pueden usar las hojas, las flores, las semillas, la corteza o la raíz. También la forma de preparación y aplicación son diferentes. Las raíces y cortezas por lo general se tienen que cocer mucho más tiempo que las hojas o las flores. Se pueden preparar tisanas, tinturas, cataplasmas, compresas, enjuagues, jarabes, jugos, lavados… Las posibilidades son muchísimas.
¿Y tú? ¿Cuáles plantas medicinales conoces?