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Anarquismo y ciudad I

La ciudad, prácticamente desde sus inicios, y quizás esto sea parte de lo que le da origen, ha sido seno de diálogos sociales. Las congregaciones humanas terminan convirtiéndose, casi siempre, en espacios de discusión, análisis, conflicto, resolución. Resulta normal así, la construcción de distintas líneas de pensamiento, que suelen coexistir, a veces de manera muy estrecha, en el complejo organismo que es la urbe.

Desde las ciudades griegas, con sus distintas líneas de pensamiento filosófico, que han trascendido hasta la actualidad, pasando por sinnúmero de movimientos sociales a través de los siglos, la urbe es y debe ser el lugar donde el debate se abre y se resuelve.

La ciudad no es un invento nuevo. Hoy sabemos que las primeras urbanizaciones datan de entre diez mil, o quizás, hasta veinte mil años de antigüedad. La ciudad moderna, que hoy podemos relacionar con nuestro modo de vida, está vinculada al proceso de industrialización del planeta en el siglo XIX, que si bien había venido sucediendo tímidamente en el XVIII por Europa, no sería hasta cien años después, que se desataría la creación de maquinarias más complejas.

Es decir que, las urbes modernas y la industria aparecieron casi a la par en la faz de la tierra. Con ellas, surgieron miles o millones de personas, que abandonaron el modo de vida rural que habían practicado sus antepasados por generaciones, para adoptar uno urbano.

En ese momento, se gestaría el ascenso de un nuevo orden social, que rápidamente se sobrepondría a la aristocracia dominante: la burguesía, compuesta por industriales y comerciantes. Con este cambio, también fue necesaria una nueva forma de organización, que les permitiera manejar la masa de personas, que no formaba parte de este nuevo grupo o de aquel que les había precedido. Así surgió entonces el proletariado.

Esta nueva estirpe de seres humanos era la mano de obra que hacía funcionar el sistema industrial. Sin embargo, sus condiciones de vida, por largo tiempo, fueron muy adversas, lo que produjo una inconformidad, que se extendió rápidamente por las calles de las comprimidas y hacinadas urbes.

Muchas fueron las líneas de pensamiento que sumaban al proletario a un escenario de mayor equilibrio en las ciudades. Serían dos, sin embargo, las que emergerían, e incluso se enfrentarían a lo largo de la historia. Por un lado, el pensamiento comunista, y por otro el anarquista, darían paso a nuevas formas de organización social, que se extenderían por muchos años, hasta llegar a nuestro tiempo.

Ambas estructuras de pensamiento son, sobre todo, urbanas. Resultaron del conflicto entre clases y fuerzas productivas, que se centraban en las ciudades que aprendían a ser modernas.

Los escritos de Marx y Engels, así como su Manifiesto del Partido Comunista, surgieron del análisis que hacían estos dos burgueses de la condición que padecía la clase proletaria. Mientras tanto, otra alternativa se gestaba; una que nacía de una corriente de pensadores, que recuperaba desde hace muchos siglos el cuestionamiento sobre la pertinencia del Estado y la propiedad privada. Resulta casi obvio, que en un momento como el que se vivía, al inicio de la era industrial, este movimiento tomara sentido.

A diferencia del comunismo, el anarquismo nunca tuvo una ”biblia”. Su estructura misma se basaba en un principio: la libertad de pensamiento dentro de una serie de valores, que representaban la igualdad y el bienestar común. Esta visión fraguó con éxito entre los movimientos obreros, que se revelaban ante la explotación generalizada que se vivía en las ciudades de finales del siglo XIX, e inicios del XX, en ambos lados del Atlántico.

El pensamiento anarquista se basa, contrario a lo que se pretende demostrar en nuestros tiempos, en un muy elevado nivel de conciencia y bienestar común, así como  el respeto a los haberes públicos. Aunque rechaza la construcción de un Estado centralizado –cosa que lo separa evidentemente del comunismo–, significa también una necesaria integración con la sociedad.

El anarquismo ha estado presente, a veces sin darnos cuenta, a lo largo de la vida de nuestras ciudades. No debemos dejarnos confundir por actos, que ocultan el verdadero significado de su papel en la vida urbana de nuestra sociedad. La ciudad y el movimiento anarquista conviven simbióticamente desde el origen de la ciudad moderna, y resulta importante revisar esta relación.

 

@tavomad

La Calzada Porfirio Díaz y el tiempo actual

La ciudad de Oaxaca es un espacio urbano muy peculiar, que contiene a la escala central y ampliada con varias particularidades. Se parece a muchas ciudades de México, pero no es igual a ninguna. El territorio y los procesos sociales que le han dado origen desde tiempos milenarios, han creado un tejido urbano, donde es posible encontrar incluso algunas singularidades.

Dentro de éstas, hay una que define, en parte, el concepto de centralidad en la ciudad, y que a su vez, está estrechamente ligado con la historia de la conformación urbana contemporánea. Se trata de la relación entre el Centro Histórico, el norte de la ciudad y el lado poniente de la colonia Reforma. Sucede que esta relación se explica, en mucho, desde la existencia de una calle en particular, denominada actualmente: Calzada Porfirio Díaz.

Esta calzada ha sido parte del proceso de expansión de la ciudad formal de principios del siglo XX, aunque sus primeros esbozos se pueden percibir en algunos planos de finales del XIX. Este eje de estilo clásico, en su concepción, pretendía comunicar el casco de la hacienda de Aguilera y el nuevo desarrollo urbano regular, de lo que hoy llamamos colonia Reforma, pero que hasta mediados del siglo XX no tuvo un nombre determinado.

La Calzada vino también a dar continuidad al viejo camino a San Felipe, que transitaba más bien por el barrio de Xochimilco, acompañando el antiguo acueducto. De forma que esta Calzada, si bien retomaba un trazado preexistente, emergió como un nuevo eje que comunicaba la parte antigua y “moderna” de la ciudad, lo que abriría un temprano modelo de expansión, esta vez, en la forma de un ensanchamiento del Centro Histórico, al estilo como había sucedido en Europa más o menos medio siglo antes.

Como podríamos suponer, este temprano origen de la Calzada no estaba pensada para el flujo de vehículos de motor; de hecho, ni siquiera circulaba por allí en viejo tranvía, que por eso tiempos se desplazaba desde la Alameda del León hasta San Felipe del Agua. Éste tomaba una ruta en diagonal desde el barrio de Jalatlaco hasta la parte oriente de la Hacienda de Aguilera y luego a San Felipe.

Así, esta Calzada fue pensada y usada en sus inicios, más bien como un paseo, un eje dedicado a los carros tirados por animales, a las personas montadas a caballos, pero sobre todo, a los paseantes. En la Calzada Porfirio Díaz, incluso ya en la etapa posterior a la Revolución y hasta mediados del siglo XX, se podía apreciar esta tendencia, por ejemplo, en el elaborado mobiliario urbano, que sobre el eje se ubicó, y del cual quedan algunos ejemplos de estilo Art Decó Nacionalista sobre la propia Calzada.

Al paso del tiempo y con la entrada del transporte motorizado en la ciudad, este paseo se convirtió de a poco en un eje vial, sobre el que circulaban más y más vehículos motorizados, que poco a poco, transformaron su vocación. Con el crecimiento expansivo posterior de la ciudad, sobre todo en el lado norte, a lo largo de la cordillera montañosa, el nivel de demanda se incrementó, hasta saturar el eje a los niveles que hoy podemos contemplar.

Actualmente la Calzada y lo que le bordea, presenta una configuración urbana muy distinta. El antiguo paseo rural y las grandes propiedades, han dado lugar a un esquema  mucho más apretado, caracterizado por una densidad media, y una vocación comercial y de servicios. Sin embargo, en un segundo plano, persiste el uso de suelo residencial.

Esta mezcla de actividades económicas y residentes es por mucho, el verdadero valor y potencial de esta Calzada; que sin embargo, ha sido poco reconocido y explotado en la actualidad, pero que vale la pena replantear y entender.

En fechas recientes, se ha presentado una serie de iniciativas para recuperar este eje y dotarle de un nuevo perfil, lo que sin duda, resultará bastante complejo. Hay muchos factores a considerar y será difícil darle igual importancia a cada uno. También existen residentes interesados en el bienestar de su comunidad, dispuestos a participar.

El reto en éste y otros proyectos de escala urbana, será construir una alternativa viable y condensada, que dé lugar a distintos puntos de vista, pero donde antes como ahora, el principal actor a considerar en la ciudad, sea la escala humana y sus particularidades.

 

@gustavo_madridv

Estrategias de resiliencia

Las ciudades en calma

La población del planeta supera ya los siete mil millones de personas, de los cuales más de la mitad habita en ciudades. Esta mitad es también la que más recursos consume. Agua, energía, alimentos, y todo tipo de insumos, que son necesarios para mantener nuestra sociedad en movimiento.

Sin embargo, este crecimiento de la población y sus demandas, ha generado una enorme presión sobre el planeta mismo. Como resultado, se ha producido una alteración de sus ciclos climáticos, y con esto, el modo de vida de millones de personas, al grado tal, que estos cambios son ya palpables en nuestra realidad. Las ciudades son cada vez más calientes, lo que implica grandes transformaciones en su ecosistema, lo cual termina por afectarnos directamente.

Una gran responsabilidad de estos cambios acelerados, es resultado del consumo exagerado de combustibles fósiles. En México, el uso de hidrocarburos es responsable de la emisión de cerca del 65 % de los gases de efecto invernadero. De este volumen, el grupo que más aporta es el de los vehículos automotores de todo tipo.

Desde la motocicleta más pequeña, hasta el avión más grande que podamos imaginar, la combustión de los motores es responsable de, poco a poco, alterar el equilibrio ambiental y traer alteraciones evidentes a nuestras vidas, haciéndose notar en todos lados. No sólo se trata, como hemos mencionado antes, de un cambio evidente en la temperatura, particularmente en las zonas urbanas.  Los cambios más notables, de hecho, se encuentran en las alejadas zonas despobladas del planeta, donde aún persiste una naturaleza casi virgen, que se ha visto igualmente impactada.

Debido, por ejemplo, al incremento de temperatura en el bosque boreal, el más amplio del planeta, varias veces más grande que los bosques del Amazonas, éste está siendo invadido por plagas, que han destruido literalmente cientos de miles de hectáreas. La falta de inviernos fuertes, ha permitido la migración de insectos, hongos y bacterias que han dañado un ecosistema, que se había mantenido en equilibrio por miles de años.

En las costas, lugar donde habita el 40% de la población mundial, la situación no es menos dramática. El derretimiento de los casquetes polares y la afectación de los glaciales con hielos «eternos», han generado un incremento en el nivel del mar, que ha puesto a muchas ciudades y asentamientos menores en jaque. Igualmente, los ciclos de tormenta que hemos enfrentando en los años recientes se van más con las comunidades costeras, lo que amplía su poder destructivo.

Incluso las recientes epidemias que hemos padecido en el planeta y que han causado una alarma generalizada, se pueden relacionar con nuestro impacto en el territorio. A medida que nos expendemos, y que nuestras máquinas nos ayudan a colonizar más rápidamente el globo, invadimos reservorios naturales que desconocemos, y que no sabemos qué podría estar contenido allí. El reciente brote de ébola en África central es un caso de esta realidad.

Pero quizás de lo que se habla poco, es que el cambio climático es un gran constructor de pobreza. La destrucción del hábitat se termina traduciendo en la destrucción paulatina del agro, que aún hoy día, es el medio de subsistencia de millones de personas. Las consecuencias de esto resultan en una migración campo-ciudad, que termina por construir un círculo vicioso, al ser, como hemos explicado antes, las que más aportan en materia de contaminantes.

Pero también es cierto, que las ciudades tienen entre sus muchas virtudes, la capacidad de transformar sus dinámicas, a fin de hacer frente a estos retos y generar estrategias, bajo el concepto de resiliencia al cambio, que nosotros mismos hemos ocasionado. Las ciudades concentran de todo, entre lo cual, están personas capaces de generar soluciones y respuestas a los retos que hemos construido como sociedad industrial.

Y si algo está urgido de esta creatividad colectiva acomodada en las ciudades, es sin duda el sector transporte, responsable en gran parte, de todos los fenómenos que hemos descrito con anterioridad. Las urbes de mediana y gran escala arrojan a la atmósfera, producto de sus sistemas de transporte, millones de toneladas de CO2, que pueden ser reducidas con el desarrollo de mejores sistemas de movilidad, lo que resultaría en una gran estrategia y un respiro para la sociedad global.

Las ciudades pueden ser grandes problemas, pero igualmente enormes soluciones. El cómo aporten a la construcción de un mundo más sostenible, es responsabilidad de todos. La modernización de las infraestructuras para transporte público y la conservación del medio ambiente que las aloja, mediante la propuesta de proyectos ambientalmente equilibrados, es en mucho, la llave para la construcción de una realidad más alegre hacia el futuro.

 

@gustavo_madridv

La transición hacia energías renovables

En una conferencia impartida en Casa de la Ciudad el experto en energías renovables Victor Martínez describió las ventajas de estos sistemas y la relevancia de su implementación en México

“Nada trabaja sin energía”, así comenzó el ingeniero electricista Víctor Martínez, egresado del Instituto Politécnico Nacional, a hablar acerca de un principio básico pero fundamental para el funcionamiento del planeta: las energías renovables que, a diferencia de los combustibles fósiles o nucleares, se obtienen de fuentes naturales, libres e inagotables.

El experto describió los distintos tipos de energías renovables durante la conferencia.La energía hidráulica es aquella que aprovecha la caída del agua desde una cierta altura para generar energía eléctrica. Esta tecnología no es nueva, sin embargo no se ha explotado todo su potencial en México.

En cuanto a la energía eólica, la cual aprovecha la energía obtenida a partir del viento, existen tres tipos: tierra firme, marina y minieólica; ésta última utilizada mayormente en zonas rurales alejadas de fuentes de energía convencional y en las montañas. Víctor Martínez apuntó que, para garantizar el éxito de este tipo de proyectos de gran envergadura en nuestro país, es necesario hacer partícipe a las comunidades que habitan los territorios cercanos al proyecto para que puedan conocer y gozar de sus beneficios, así como mejorar los procesos para la realización de estudios de impacto ambiental. “El gobierno debe jugar también un papel fundamental, frenando la posible corrupción”, declaró.

Otra fuente es la energía geotérmica, obtenida mediante el aprovechamiento del calor interno de la Tierra. En México esta tecnología se ha ido mejorando, implementándose en estados como Michoacán.

La biomasa es la utilización de materia orgánica, como el estiércol, para la generación de energía. A través del biogás, resultante de la fermentación, o la quema directa de la biomasa, es posible cocinar y reemplazar la calefacción tradicional. Una de las principales tareas, agregó el experto, es llevar esta tecnología al campo, ya que muchas familias dedicadas a la agricultura y la ganadería, podrían gozar de sus beneficios.

Finalmente, la energía solar, aquella obtenida a partir del aprovechamiento de la radiación proveniente del sol, es de las más factibles para su implementación en México, dada su ubicación geográfica privilegiada dentro del llamado Cinturón de Fuego, donde se concentran los mayores índices de incidencia solar a nivel global.

Existen dos tecnologías, la solar térmica, que aprovecha la radiación directa para calentar agua o cocinar, por ejemplo, y la solar fotovoltaica, que utiliza celdas capaces de transformar la energía lumínica en energía eléctrica. Hoy en día estos sistemas han evolucionado considerablemente, permitiendo reducir costos y hacer reciclables aproximadamente un 80% de sus componentes, lo que ha logrado una mayor aceptación por parte de las personas, industrias y empresas.

Para muchas comunidades, el poder prender un foco significa un aumento en el porcentaje de la población que puede terminar sus estudios, al contar con más horas luz. Uno de los objetivos principales de estas tecnologías, señaló Víctor Martínez, debe ser llegar a más comunidades y contribuir en su desarrollo.

La implementación de estos sistemas en nuestro país ha logrado ciertos avances, gracias a la creación de diversas políticas, leyes y normativas para fomentar el uso racional de los recursos no renovables e incrementar fuentes de energía con menor impacto medioambiental. Sin embargo, concluye Martínez, es necesario generalizar su conocimiento para encender un movimiento internacional que permita la transición a estos sistemas libres y disponibles a largo plazo.

Empezar por realizar pequeñas acciones, como desconectar los aparatos eléctricos al finalizar su uso, moderar el consumo eléctrico, reciclar y utilizar medios de transporte alternativos al automóvil, pueden generar un impacto positivo inmediato al medio ambiente.

 

Texto: Luciana Renner

Imagen: http://www.kinokunstmuseum.ch/movies/show/1491