Insectos trabajadores
¿Sabías que hay aproximadamente 20,000 especies de abejas en el mundo? ¿Y qué existen desde hace 30 millones de años?
Estos pequeños insectos que a veces zumban a nuestro alrededor y amenazan con picarnos, son increíblemente trabajadores y organizados. Viven en todos los continentes, excepto en la Antártida, y llegan a vivir hasta 80,000 en una colmena. Tienen 6 patas, dos ojos, dos alas y un estómago. Sus alas se baten 11,400 veces por minuto, lo que hace que produzcan el zumbido que escuchamos.
Las abejas tienen una organización muy estricta. Primero está la reina, que se dedica a poner huevos. Están los zánganos que se aparean con la reina y las abejas trabajadoras, que limpian la colmena y se encargan de recolectar el polen para alimentar a todos.
La abeja es el único insecto que produce comida que consume el humano: la miel. Esta deliciosa sustancia es 80 % azúcar y 20 % agua y es la única comida en el planeta que no se echa a perder. Además se considera que tiene propiedades curativas; la miel se ha usado durante milenios para ayudar a sanar heridas, ya que los microbios no pueden vivir ahí.
Para producir medio kilo de miel, las abejas tienen que volar más de 88,000 kilómetros y colectar el polen de dos millones de flores. ¡Es como ir de Oaxaca a la Ciudad de México más de 90 veces ida y vuelta! O volar 3 veces alrededor de la Tierra. ¿Te imaginas?
No en mi patio
No en mi patio
Cambio y trauma en la ciudad
Es común escuchar comentarios sobre el hecho de que las crisis son realmente ventanas a nuevas oportunidades, a la llegada de mejores tiempos. Parte de esta verdad es que en tiempos de crisis abrimos la puerta a situaciones y prácticas que en el cotidiano es más complicado de justificar, e incluso muchas veces, imaginar
En el aspecto urbano este hecho es más que elocuente cuando se trata de entender las grandes transformaciones que han impulsado a las urbes a romper la tendencia e iniciar nuevas rutas hacia su mejor desarrollo.
Es caso de muchas ciudades, algunas de ellas muy bien conocidas y otras no tanto, que a partir de la imperiosa necesidad de mantenerse en el juego, tanto local como global, empujaron su mirada más allá de la tradición. Ciudades tan importantes como París, Sevilla, Nueva York, Portland, Río de Janeiro e incluso la Ciudad de México –entre otras muchas– han iniciado un cambio de rumbo en varios sectores, que antes se creía imposible.
Sin embargo, ninguna de estas ciudades transitó el proceso de rompimiento y transformación de manera calmada. Por el contrario, su inicio tuvo que ver en la gran mayoría de los casos con puntos sin retorno en los cuales resultaba más caro a largo plazo mantener las cosas como estaban que intentar algún proceso de cambio.
Ante el cambio generalmente existen polos de resistencia. Incluso frente a las situaciones más necesarias, siempre habrá algún sector de la sociedad que verá innecesario o contrario a sus intereses el cambio por venir. Esta situación es totalmente comprensible. Por desgracia, la experiencia nos dice que los intereses de los que se oponen a los cambios no siempre están en correlación con el bien común.
Existe un término que se aplica en estos casos que se conoce como como NIMBYismo. Esta expresión se desprende de la frase en inglés “Not In My Back Yard” –no en mi patio trasero. Y como la expresión afirma, es una negación tácita a todo lo que afecte mi particular entorno, sin preocuparse mucho por lo que pase al conjunto.
Continuamente quienes trabajamos en el campo urbano nos encontramos frente al hecho de que los proyectos que se proponen para intentar mejorar la ciudad son ampliamente reconocidos y hasta aplaudidos… Hasta el punto donde se toque algún nervio.
Una experiencia nuestra de hace pocos años en esta misma ciudad: la propuesta de recuperar la red ferroviaria de la ciudad como sistema de movilidad en masa. En aquel tiempo, un grupo de transportistas se sintieron sorprendidos y afectados por el proyecto. Luego de una presentación sólo para ellos, los nervios se calmaron y sorprendentemente escuchamos incluso reconocimientos hacia el proyecto, que les parecía muy bueno mientras no trastoque sus intereses o quedarán fuera del cambio que significaba.
Lo cierto es que incluso este grupo de transportistas se mostró interesado en participar en el proyecto una vez que lo conoció, aunque esto no signifique para nada que el conflicto se hubiera resuelto con el visto bueno de todos. Revertir la reacción al cambio es una de las problemáticas más difíciles con las que un urbanista o planificador urbano se puede encontrar.
La pregunta es ¿cómo conseguir que quienes están a favor de que las cosas se mantengan iguales flexibilicen sus posiciones para ir implementando cambios progresivos en el medio urbano? No hay que buscar demasiadas respuestas: se debe actuar a nivel de la calle misma para trasmitir la necesidad del cambio y consecuentes beneficios para la mayoría. Indudablemente siempre habrá posiciones en contra, pero al final debería prevalecer la búsqueda del bien común.
La ciudad no es el patio trasero de nadie, es el espacio común que compartimos todos los que poblamos una urbe y que día a día sumamos más y más. Por lo que el interés en lo público adquiere mayor fuerza y sentido a la hora de tomar decisiones y formular estrategias.
Entender el proceso cambiante de los lugares y la necesidad de que quienes habitamos en las ciudades lo hagamos en un medio ambiente saludable y acorde a los tiempos que vivimos es actualmente una urgencia.
Porque al sumar los indicadores con los que contamos actualmente no nos queda mucho lugar donde hacernos; según el índice de competitividad del IMCO 2012 somos la capital 31 de 32 y la 60 de 77 ciudades analizadas, en ese medidor. La crisis ya está aquí, la pregunta es ¿podemos cambiar para enfrentarla?