Archivo de la etiqueta oaxaca

Oaxaca ciudad patrimonio II

Oaxaca ciudad patrimonio II

El estado del arte 27 años después

Mucho ha cambiado en el mundo y sobre todo nuestra parte del mundo en el último cuarto de siglo. Para muchos estos cambios son tan profundos y radicales como aquellos que trajo la invención de la imprenta o la llegada del hombre a la luna, dos hechos que marcan sin duda un antes y después en la era moderna de la humanidad.

Personalmente me incluyo entre quienes defienden esta tesis. Hace 25 o 30 años, pocos hubiéramos imaginado que arribaríamos a una era donde el mundo se comunica sin parar en tiempo real. Donde literalmente miles de millones de personas cuentan con dispositivos móviles que nos permiten estar en contacto e informados sobre cualquier cosa en cualquier momento.

Muchos de los que leerán esta columna lo harán en algún dispositivo electrónico que usa una tecnología que poco antes de este periodo de tiempo ni siquiera existía. Sin embargo ya está aquí, y forma parte de la vida de casi cada persona en el planeta. Incluso aquellas que mantienen un modo de vida alejado de la ciudad y el desarrollo tecnológico en algún momento de su vida tendrán un roce con la tecnología de la información contemporánea.

Respecto a nuestra ciudad, seguramente hay muchos cambios que quienes aquellos que hayan vivido lo suficiente podrán ser muy evidentes, otros más discretos pero que sin duda son igualmente relevantes.

Por ejemplo, en 1990 – tres años después de la declaratoria como ciudad patrimonio – la población de lo que hoy es la zona metropolitana de Oaxaca se calculaba en 350 mil habitantes. Hoy día esta roza los 600 mil, un incremento de poco más del 80 %. En cuanto al municipio central, el de Oaxaca de Juárez, en esa misma década contaba con 213 mil pobladores. En la actualidad la cifra ha aumentado en 50 mil hasta llegar a 263 mil almas habitándolo.

Estos cambios demográficos no son simples cifras que lógicamente han afectado la estadística de la ciudad. El crecimiento de la población en la mancha urbana de la ciudad ha generado un gran número de demandas que se ha traducido en un igual número de conflictos. Suministrar servicios básicos a una población urbana que casi se duplicó en un cuarto de siglo es una verdadera pesadilla.

Otro aspecto de la vida de la ciudad se vio igualmente transformado: el de la movilidad. A medida que la población se incrementaba, la ciudad se expandía y, hay que decirlo, muchas veces de la peor manera posible. Sobre todo cuando lo hacía en un territorio tan limitado en cuanto a recursos fundamentales como lo es éste. Esta dispersión urbana trajo consigo un gran número de medios de transporte que hoy atiborran las calles de la ciudad.

Los datos históricos al respecto son limitados, pero para crear una imagen general basta decir que según el INEGI, si para el año 2000 – es decir trece años después de la declaratoria – en todo el estado había cerca de 184 mil vehículos, para el año 2010 este número se incrementó hasta los 383 mil. Es decir 200 mil nuevos vehículos en una década, de los cuales actualmente cerca de 147 mil circulan por las calles de la zona metropolitana de Oaxaca; 100 mil de estos son autos particulares.

Es complicado asegurar cuantos vehículos motorizados circulaban por la ciudad en 1987, pero sin duda alguna el número sería increíblemente menor a lo que sucede en la actualidad.

De nuevo, las consecuencias del aumento en el número de automotores en la ciudad no son simples datos que se quedan en los archivadores del censo o las oficinas de vialidad. Esto significa que el volumen de emisiones a la atmósfera, la contaminación acústica y la congestión espacial se han incrementado igualmente de forma espectacular, agobiando a la ciudad y sus habitantes.

Como todo esto tiene que ver con la cuestión patrimonial es bastante directo. En una ciudad con la alta concentración de bienes y servicios en un sólo punto y abocada económicamente justo a esos sectores – como la nuestra – todo termina gravitando en el centro.

En la actualidad el nivel de deterioro ambiental y físico del Centro Histórico ha alcanzado niveles sin precedentes. Nunca tantos autos le circularon, personas le caminaron y jamás fue sometido al estrés de la lluvia ácida como ahora.

El Centro Histórico patrimonio de la humanidad se agrieta como resultado de su uso intensivo, de un modelo de ciudad poco sustentable y de la falta de conciencia del caso. Esto ha sido el resultado de décadas de descuido y falta de conciencia, pero nada es para siempre. Es quizás ahora el momento de romper este hilo, es tiempo de cambiar el modelo, es hora de revertir esta realidad.

Oaxaca ciudad patrimonio I

Oaxaca ciudad patrimonio I

Una historia de casi tres décadas

¿Qué define el valor de una ciudad? ¿Son sus monumentos, su arquitectura y calles, lo antiguo de su historia, el valor de sus tesoros?

Puede ser que, desde una mirada muy superficial, eso sea lo que para muchos represente el sentido patrimonial de un lugar. Sin embargo, no olvidemos que estas definiciones no son sino construcciones sociales que avalan un grupo de principios acordados entre otro grupo de personas que se centran en una visión muy general de la realidad de los lugares que se declaran como patrimonio de todos, es decir de la humanidad.

El origen de estas declaratorias se pude ubicar en la XVII Conferencia General de la UNESCO que se llevó a cabo en París en 1972. El objetivo era la protección de una serie de lugares y valores universales particulares con el fin de que se preservara su existencia en el tiempo; misión que por desgracia en muchos casos ha sido fallida y que nos debería hacer reflexionar sobre el sentido de estos hechos.

El Centro Histórico de la ciudad de Oaxaca recibió esta denominación junto con la zona arqueológica de Monte Albán en el año de 1987. Desde entonces, se ha ondeado la bandera del patrimonio de manera constante como si su pura etiqueta redefiniera el sentido de la ciudad misma.

Con todo esto es evidente, y está registrado, que el proceso de deterioro del Centro Histórico de la ciudad no sólo no se ha detenido, sino que cada vez enfrenta más amenazas. Muchas de ellas producto de un entendimiento confuso del sentido de herencia de un lugar y otras tantas resultado del paso del tiempo y la aparición de nuevos retos, frente los cuales ciudades como la nuestra no han sido capaces de adaptarse.

Pese a dichos conflictos, lo cierto es que formar parte del grupo de lugares elegidos para ser preservados debería suponer un estímulo y un compromiso con el lugar, pero sobre todo con sus habitantes. Porque de nada sirve tener un apellido ilustre si en la realidad los miembros de la familia viven en malas condiciones y la casa está deteriorada.

Casi 27 años después de la entrada de una porción del entramado urbano de la ciudad a esta selecta lista, debería ser el momento de hacer una profunda reflexión sobre cuál es el estado de las cosas y qué ha dejado como proceso de aprendizaje esta situación. Qué cosas han mejorado, cuáles siguen igual y qué otras deberíamos intentar modificar para asegurar el mejor estado de las cosas.

Esta reflexión resulta indispensable al tiempo de que cada vez se hace más evidente la necesidad de actualizar conceptos ya desgastados, así como enfrentar los retos que tiene una ciudad delante de si luego de más de un cuarto de siglo de que se haya hecho esta declaratoria. Nos referimos a que hoy en día las ciudades enfrentan problemas que en los tiempos en que se inscribieron este y otros lugares ni siquiera se mencionaban.

Contaminación del medio ambiente natural donde se inserta la ciudad, deterioro de la salud física y emocional de sus habitantes, exceso de vehículos automotores y un consecuente incremento de las emisiones contaminantes a la atmósfera y ruido, carencia de áreas verdes, etc. Son retos con los que todos los días convive la ciudad y sus habitantes y ante los cuales es necesario ofrecer alternativas.

Sobre todo cuando como en el caso de ciudades como la nuestra, el Centro Histórico cumple una función que va más allá de mera perspectiva “cultural” del problema.

El centro de esta ciudad es el epicentro en sí de las actividades sociales de la urbe, pero también lo es de la estructura económica y funcional de un territorio que se extiende por miles de kilómetros cuadrados –literalmente- ante la constitución de un sistema de operación regional bajo el cual se opera hoy día.

La ciudad de Oaxaca y los 600 mil habitantes que suman la zona metropolitana es un ente administrativo que acapara una gran parte de las actividades productivas y socio-culturales de la región. Por este motivo es que el que su corazón urbano esté en buen estado y actualizado en los tiempos que se viven hoy día, resulta por demás importante para la salud de todo un sistema que sólo tiene sentido porque está habitado por personas.

Dentro de dos semanas la ciudad será anfitriona de un evento que reunirá a muchos otros miembros del grupo de ciudades patrimonio. Quizás sea una buena oportunidad para tratar de discutir juntos estos retos y buscar una redefinición del sentido actual de ser un lugar que se ha declarado de interés para todos habitantes del planeta, pero mucho más para nosotros, quienes aquí vimos.

Ciudad sin personas

Ciudad sin personas

Ciudad sin ciudad

Hace una semana este mismo periódico ponía en la portada una noticia que, por grave, sorprende no haya sido replicada en otros diarios o medios de comunicación con la contundencia que merece.

El estado de Oaxaca perdió 700 mil personas en el padrón electoral, pasando de 3 400 000 personas a 2 700 000. Esto equivale a más del total de población que habita en la Zona Metropolitana de Oaxaca. Imaginen que de la noche a la mañana la ciudad se vaciara.

Suena bastante imposible, sin embargo ese es el volumen de personas adultas que salieron del estado en el periodo desde la última revisión del padrón realizada por el IFE. Mientras nuestro estado perdió población, otros como Veracruz, Puebla, el Estado de México o el Distrito Federal la ganan.

La demografía es una ciencia con muchos huecos; es complejo hacer previsiones y cálculos cuando se habla de seres humanos, de personas que obedecen a una enorme cantidad de variables que pueden condicionar su modelo y estilo de vida. Sin embargo, cuando los flujos de personas son tan amplios, es relativamente fácil suponer qué está pasando, y es que esta gente no está migrando, está escapando.

El problema de perder población en edad adulta es muy grave. Mientras una persona de mediana edad se encuentra lista para producir, una joven o en la infancia, requiere de atención e inversión por parte del estado como educación, servicios médicos, etc. Esto significa que sale del estado nuestra fuerza productiva y permanece nuestra población más dependiente, lo cual también significa un enorme desbalance en la situación socio-económica del estado.

En el plano urbano, que es lo que aquí nos interesa, esta realidad es contraria de sobremanera a la salud de nuestra ciudad.

Cómo generar un estado de bienestar dentro de los límites de la zona metropolitana si no contamos con personas en edad productiva que emprendan las acciones que pueblo por pueblo, colonia por colonia, barrio por barrio necesitamos. Cómo generar ideas creativas y revolucionarias que modifiquen las condiciones de la población urbana si perdemos una buena parte de nuestra masa humana en etapa productiva.

El fenómeno se multiplica y afecta sectores de la vida urbana que no somos capaces de entender del todo. Durante los últimos tiempos nos hemos dedicado a tratar de establecer proyectos de equipamiento urbano en barrios periféricos y pobres. Para llevarlos a cabo acudimos a las formas de organización tradicional representadas por tequios a la hora de ejecutar las diversas acciones.

Grande fue nuestra sorpresa cuando constatamos que a estos llamados, el 80 % más o menos de quienes acuden son mujeres. De estas un gran número son madres solteras, jefas de familia o en situación de abandono de facto por parte de la pareja.

Es pronto para asegurarlo, pero no sorprendería a nadie que entre aquel flujo de 700 000 personas que han abandonado el estado en los últimos años hubiera salido algún miembro de las familias con las que nos ha tocado trabajar en los proyectos en los que hemos trabajado. Pero tampoco sería una sorpresa para nadie si esto sucediera.

Otras veces en esta columna hemos mencionado que el principal valor con que cuenta una ciudad para enfrentar los retos que el futuro trae, es su capital humano. Personas jóvenes y en edad productiva que permeen en las diversas capas de la sociedad para proponer salidas y nuevas soluciones a los retos cada vez más claros que las urbes enfrentan.

Medio ambiente, competitividad, competencia global, movilidad sustentable, reindustrialización, son temas de los que se habla de manera contundente en otras latitudes y donde las urbes están trabajando profundamente. Tampoco se asusten si descubrimos –como lo hemos hecho ya—a jóvenes oaxaqueños participando en la mejora y transformación de otras urbes distintas a las suyas.

Las urbes necesitan captar gente creativa, no perder su propia fuerza local. Resulta indispensable detener ese sangrado, abrir opciones, mejorar las condiciones para que nuestra gente permanezca en el estado y la ciudad. Pero esto sólo será posible si abrimos nuevas oportunidades, mejoramos la estabilidad y ofrecemos una razón que los convenza que vale la pena estar aquí.

Infraestructura escolar

Infraestructura escolar

El tema que nadie menciona

Durante los últimos meses, en medio del alboroto que generó las protestas de una parte del magisterio por la llegada de la llamada “reforma educativa”, el tema de la educación tomó verdadera importancia en el debate local.

No debería sorprendernos ya que, pese a lo trillado de la frase, sin educación no hay futuro, es un hecho que habría que tatuarlo en la frente de todos los involucrados en esta discusión. Especialmente la clase política y una parte de la magisterial que han lucrado con el tema hasta cansar al resto de la sociedad, sin que eso se traduzca en una mejora del nivel o las condiciones educativas. Somos el último de la lista en el tema y eso no es una suposición, es una realidad.

Esta columna no es una de carácter político sino de análisis urbano, sin embargo es importante entender este contexto para adentrarnos a la materia del tema que pretendemos tocar.

Luego de meses de debate, nadie –por lo menos que sepamos– ha puesto atención a un tema que por conocido da preocupación: la calidad de la infraestructura educativa en el estado y la urbe, es decir la condición física que guardan las escuelas. Quiénes habitamos la ciudad, y sobre todo quienes lo hacen en las zonas de bajos recursos de la misma, saben exactamente a qué nos referimos.

Existen en nuestra ciudad miles de niños en todos los niveles educativos asistiendo a clases en situaciones realmente desconsoladoras, sin que nada se esté proponiendo de forma contundente para resolver el problema. En especial el tema de la educación preescolar es realmente escandaloso, la periferia de la ciudad de Oaxaca se ha plagado de escuelas de lata que encierran en condiciones terribles a seres humanos en su edad más temprana.

La película se pone aún más negra cuando el tema se traslada al ámbito de lo rural. Si en la ciudad hay latas con mesas rotas como mobiliario, en las comunidades rurales es común ver a los chicos acudir a escuelas a cielo abierto, sin ninguna facilidad para desarrollar su actividad.

El cómo un estado con uno de los presupuestos más grandes de la federación ha generado este desequilibrio es un misterio, un tema en el que los especialistas en desarrollo humano deberían investigar. Cómo es que entrado el siglo XXI no se hayan subsanado estas necesidades y que tampoco se vea un plan agresivo que lo resuelva es aún una interrogante más grande.

Hasta hace poco, incluso cuestionar el número de escuelas en la entidad era una pregunta sin respuesta. El suponer que se conoce el estado de las mismas pareciera mucho desear, pero lo cierto es que la situación es crítica y urgente. Si se pretende sacar adelante a la generación de gente joven más grande que jamás ha existido debemos trabajar en esa dirección todos unidos: gobiernos, sociedad, magisterio.

Es realmente urgente reposicionar al estudiante como la parte central del desarrollo académico y considerar los requerimientos de infraestructura. Construir escuelas resistentes, sostenibles y aptas para recibir una buena educación en los tiempos que corren. Integrar nuevas tecnologías y materiales ambientalmente poco agresivos en su diseño, así como involucrar a la sociedad en su concepción y manejo.

Sabemos por experiencia que los habitantes del estado y esta ciudad están dispuestos a hacer su parte para sanar esta situación. Por más de un año, en la colonia Azucenas en lo alto de la cordillera de Monte Albán, nos hemos sumido en un profundo trabajo -desde la concepción de la idea hasta la ejecución de la obra- que ha dado como resultado una nueva escuela donde antes había láminas oxidadas.

Se trata de un proyecto humilde pero sensible a la realidad que enfrentan tanto estudiantes como profesores, ambos víctimas de la mala situación de infraestructura que se padece. Sin embargo, este proyecto logró reunir la buena voluntad de la sociedad organizada, gobiernos y padres de familia para resolver la realidad de una de las miles de escuelas que cada día acogen niños y jóvenes para su formación a pesar de contar con una situación muy desfavorable.

Este sencillo experimento social, urbano y arquitectónico, da una pequeña muestra de que si asumimos este reto con la seriedad que demanda, la solución es posible. Y luego de un año de trabajar con estas personas, desde la Casa de la Ciudad y su equipo, sólo nos queda dar las gracias a ellos por todo lo que nos han