La calle IV
La calle IV
La parte ecológica
Si consideramos que la mayor parte del espacio público con que cuenta una urbe, la que sea, y se toma en cuenta que casi tres cuartas partes del total de este espacio corresponde a sus calles, quizás sea tiempo de hacer una reflexión sobre el papel que juegan estos lugares dentro del sentido ambiental de la ciudad, ese factor del que se habla mucho, pero del que sin embargo se conoce y se hace poco.
Las ciudades en nuestro país albergan hoy día a casi el 80% de los mexicanos. Esta realidad continúa en proceso de crecimiento, y marca hasta el día de hoy una tendencia que no tenemos claro cuando se detendrá.
Este fenómeno ha traído diversas consecuencia, que van desde el abandono de muchos asentamientos menores y una consecuente baja en la densidad de población de grandes extensiones de territorio, hasta la transformación de la vida en el campo que cada vez se constituye como un espejo de la vida urbana con la que alguna vez estuvo en oposición.
Y en este proceso de urbanización casi voraz es donde no se ha podido dar un salto seguro en dirección de un equilibrio entre ciudad y medio ambiente. Ninguna ciudad en nuestro país cumple con las recomendaciones oficiales respecto a la media de espacio verde que requiere una persona para lograr un desarrollo justo y equilibrado.
Las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud recomiendan al menos una reserva de área verde de 9 m2 por habitante, aunque la verdadera meta asciende a casi el doble, 16 m2 por persona. Ninguna ciudad de nuestro entorno se adapta a esta realidad, y es que quizás hemos puesto no sólo demasiado concreto al espacio vital que poblamos, sino que no hemos encontrado la estrategia que nos conduzca a generar espacios más verdes en cualquier lado donde haya oportunidad.
Ante el tempestuoso crecimiento de la mancha urbana allí donde se extiende, y bajo los mecanismos que han regido ese crecimiento en la mayor parte del territorio urbano, que poco tiene que ver con la planeación y la regulación, la verdadera lógica que ha guiado la ocupación del suelo y el crecimiento de las ciudades tiene que ver más bien con la comercialización del territorio bajo cualquier esquema hasta el último metro cuadrado.
Bajo este esquema, suponer que se generaría una reserva de espacio dedicada al esparcimiento, la relajación o simple contemplación de la naturaleza, parece más una ilusión que un hecho alcanzable.
Pero frente a esta realidad, ¿qué nos queda? ¿Abrir la ciudad de tajo para intentar introducir alguna zona verde entre el tejido urbano ya consolidado? Puede ser pero… Quizás debamos plantearnos el conceder otro uso a lo que como hemos mencionado al inicio de este artículo, representa la mayor parte del espacio colectivo de cualquier ciudad en casi cualquier lugar: la calle.
Supongamos por un momento que este elemento con el que estamos tan familiarizados cada día -la calle- que da salida a nuestra puerta, se transformara a sí misma en una parte contante de la reserva de espacio verde con que cuenta la ciudad.
Bajo un adecuado diseño del espacio urbano esta condición puede transformare en una realidad. De hecho, así lo es en muchas de las ciudades más equilibradas y desarrolladas del planeta.
En esos lugares la calle no es totalmente propiedad de los vehículos de motor y sus habitantes conviven diariamente con el concepto que hace de la calle el espacio para jugar y convivir que siempre ha sido y que nunca debió de dejar de ser. La pérdida de esa capacidad ha significado un enorme precio en lo ambiental, pero quizás sea en lo social en donde más hemos pagado.
Si cada calle de nuestra ciudad pudiera alojar una fila de árboles de distintas especies, así como otras especies vegetales. Si nuestras calles y banquetas permitieran la absorción de agua para luego trasladarla al manto freático y facilitar la recarga de los acuíferos, si detrás de esto arribaran de nuevo especies de insectos y animales a poblar estos espacios junto con nosotros, nuestra ciudad sería distinta.
La calle, como hemos intentado explicar en esta serie, puede ser el invento más natural y genial de la sociedad, es una plataforma única donde se gestan y se generan cambios en la humanidad. Por qué no reconsiderarla, dejarla respirar y darle oportunidad de ser ese pulmón que tanto nos hace falta.