El riesgo de no tener coche
El riesgo de no tener coche
Peatones y ciclistas bajo ruedas
No sé si se han dado cuenta, pero resulta que la ciudad de Oaxaca se va transformando poco a poco en un lugar muy estrepitoso. Un sitio lleno de ruido, movimiento y diversos modos de contaminación que han transformado esta antes apacible ciudad, en un lugar para vivir y andar, a uno que expulsa cada vez más gente de muchos de sus espacios.
Existen muchas causas de esta situación, pero sin duda la más evidente es la ausencia del estado en los asuntos que a la ciudad competen. Por ejemplo, la salida de la participación pública en el ámbito del transporte público ha dejado a la sociedad a merced de un sistema de transporte desconfigurado, con tecnologías antiguas y destructoras del medio ambiente, sin rumbo.
Pero lo más preocupante de las faltas que podamos enumerar al respecto, es que el estado no tiene prácticamente ninguna herramienta que equilibre este balance en favor de los peatones.
Los sistemas de transporte son autónomos, apenas se les aplica la ley, –por cierto, una ley en espera de que exista como tal– y cualquier circunstancia se presta para evitarla. El último ejemplo de esto es la imparable proliferación de moto taxis en la ciudad. Pero este mismo fenómeno había sucedido con la epidemia de taxis colectivos que ha convertido nuestro sistema vial en un auténtico atolladero.
Y mientras el transporte público funcione a su libre albedrío y sin apenas regulaciones, las personas que pueden evitarlo optan por comprar un vehículo privado. Como resultado, el parque vehicular se incrementa rápidamente; hay más motores circulando y las arterias de la ciudad se ven copadas. La consecuencia no vista de este estado son los altísimos niveles de contaminación que ya reporta esta ciudad muchos sus días.
Mientras el motor se adueña de las calles y le roba a los habitantes de la ciudad hasta el 80 % del espacio público de la ciudad que está concentrado en sus calles, otro tipo de usuario, el que no puede o no quiere andar montado en un vehículo que quema hidrocarburos, enfrenta grandes dificultades para poder desplazarse por una ciudad que no lo reconoce como actor relevante.
En fechas recientes tuvimos noticias de un muy trágico accidente –una disculpa a los deudos por hablar de este tema hasta este momento–, un autobús urbano atropelló y mató a un habitante de la ciudad.
Desde luego el tema resonó más en la nota roja de los diarios que en la consciencia de las personas, y en especial en la de los políticos y técnicos. La persona que perdió la vida era no sólo un ciclista, se trataba de un empleado público, un joven con todo por delante a punto de contraer matrimonio. Este hombre perdió la vida no sólo bajo las llantas de un autobús, fue atropellado por un sistema entero que no le ha dado espacio para ser él mismo.
Una cosa se puede asegurar sin ningún temor a equivocarnos: ninguna ciudad en el mundo ha superado la crisis que genera la movilidad intra e inter-urbana con la entrada de más vehículos en circulación o la ampliación de más vialidades. La solución radica por el contrario, en la disminución de vehículos, la diversificación de las formas de transporte y, sobretodo, en la construcción de un sistema de transporte público de calidad.
Con tristeza vemos que hasta ahora ninguna de estas estrategias se cumple. El número de coches no deja de crecer y los sistemas financieros para su adquisición son cada vez más simples. Los peatones y ciclistas se mueven en los espacios residuales que las vialidades vehiculares dejan, bajo su propio riesgo. Y el transporte público de esta ciudad y toda la región se niega sistemáticamente a entrar a una nueva era.
Sinceramente el panorama a este punto es muy poco alentador. Quienes toman las decisiones y tienen el poder de cambio de esta situación deberían tomar consciencia de que una sociedad sale adelante cuando se ponen a su disposición las herramientas que la transforma.
Mientras tanto, en esta urbe un acto tan simple como salir a caminar o dar una vuelta en bici significa jugarse la vida, con el peligro de quedar bajo las llantas de un autobús de transporte público. Hablamos de una contradicción aberrante. Nos encontraremos en un estado prehistórico en cuanto a no sólo la movilidad inteligente, estaremos de nuevo construyendo sociedades divididas entre los que van a bordo de un vehículo y los que no.
A veces me gusta fantasear, imaginar cómo sería ésta mi ciudad –también la suya–, si quienes la dirigen no fueran conductores, si fueran más peatones o hasta ciclistas. Algo me dice que Oaxaca no sería la misma.