Transporte público en la ciudad II
Transporte público en la ciudad II
Un territorio cambiante
Uno de los problemas que enfrentan las ciudades de media escala en la actualidad es sin duda el trauma que significa dejar de verse a sí mismas como un pueblo grande para entenderse como una ciudad.
Lo cierto es que casi cualquier ciudad capital de nuestro país no merece ser vista como un pueblo en ningún caso, por más que muchas veces una parte de su población se empeñe en mantener esta nostálgica visión. En los tiempos que corren, la vida de las urbes ha alejado esta mirada de la realidad al pasar a formar parte -de manera voluntaria o inconsciente- de un concierto que se desarrolla más allá de los límites que solían reconocer.
La marea humana que ha ocupado las ciudades mexicanas en los últimos tiempos ha arrojado números que ni siquiera hubiéramos imaginada hace medio siglo. Los principales polos urbanos se han expandido de una manera descontrolada. Como resultado, por cada unidad de población que se incrementaba, la mancha urbana lo hace seis veces.
Pero como ya mencionamos en otra entrega de esta columna, la escala de la ciudad y su población no son ni por mucho el principal factor de cambio dentro de las ciudades del siglo XXI. Lo que realmente ha marcado el cambio entre una forma de entender la ciudad, es lo que pasa dentro de los límites. Es decir, la forma en que quienes habitan la urbe entienden y usan el espacio urbano.
El territorio urbano debe ser entendido a partir de esta perspectiva, desde la comprensión de que su estructura está sujeta a un proceso de transformación constante de ida y vuelta que induce e involucra su propia transformación.
Así, desde que la fuerza motriz apareciera en el cotidiano de los grupos humanos el territorio ha sido transformado cada vez de forma más violenta y acelerada. A medida que las formas de movilidad se han hecho más eficientes, las dimensiones de los espacios se hacen más compactas y lo mismo sucede en sentido opuesto. Cuando éstas son ineficientes, el territorio se expande.
Es decir, que a medida que se tiene un sistema de transporte en masa efectivo, el tamaño operativo de nuestras urbes es igualmente más pequeño. Una ciudad muy grande puede ser considerada compacta si su densidad media esta equilibrada con su entorno inmediato y si cuenta con transporte público que permita a sus habitantes movilizarse rápidamente por su territorio.
Por otro lado, una ciudad pequeña puede ser increíblemente extensa en el sentido funcional si para movernos de un lugar a otro es necesario gastar grandes cantidades de tiempo y recursos. Esto convierte a esta urbe en un lugar ineficiente y costoso que termina por rezagarse en comparación con ciudades más eficientes.
Esta breve y casi rudimentaria analogía nos debe servir para entender que mientras nuestro territorio urbano no se compacte mediante la puesta en marcha de un sistema de movilidad más adecuado a la estructura actual de la ciudad, nuestro nivel de competitividad será de los últimos del país. Así lo revela el último estudio realizado por el Instituto Mexicano para la Competitividad –IMCO– sobre ciudades mexicanas, donde somos la penúltima ciudad capital, solamente superando a Chilpancingo.
Según los datos con los que contamos hoy día, sabemos que un viaje en transporte público de un lado a otro de la Zona Metropolitana, es decir cambiar del corredor de la carretera a Etla al de la carretera a Mitla, toma cerca de 45 minutos. Esto es un tiempo exagerado si se toma en cuenta que la distancia media de este recorrido se encuentra en el marco de los 7 o 8 kilómetros.
Este modelo significa que el sistema de movilidad actual está jugando en contra de la estructura del territorio. Que no es capaz de ofrecerle respuestas a una sociedad que se ha vuelto muy compleja y dinámica y que refleja este dinamismo en su accionar cotidiano.
Los espacios urbanos contemporáneos son elementos muy cambiantes que pueden ser transformados o congelados en el tiempo a medida que acceden a mejores formas de ordenamiento, tanto de su espacio físico como de las actividades que en él se desempeñan. Las ciudades como la nuestra deberían de entender esta realidad y optar por modelos de movilidad igualmente más dinámicos y sostenibles, que encojan la ciudad y aproximen a sus habitantes.