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25 años de expansión urbana

Un cuarto de siglo que alteró las ciudades

Hay un momento en la historia moderna de las ciudades que se ha convertido en un parte aguas sobre el futuro de las ciudades la fecha; mayo 31 de 1976 el lugar; Vancouver Canadá el evento; congreso Habiat I. Han pasado 28 años de aquel encuentro y vale la pena hacer una pequeña reflexión sobre lo que ha significado en la vida de las urbes hasta la actualidad.

Se trataba de un encuentro convocado por la asamblea general de Naciones Unidas destinado a analizar los impactos de la rápida urbanización que el mundo estaba padeciendo prácticamente en cada rincón del planeta y sus consecuencias sobre el futuro de las sociedades.

La realidad de como habitaban cientos de millones de personas por todo el globo se había transformado tan rápidamente que resultó necesario hacer un paréntesis y revisar que consecuencias acarrearía este cambio. Sobretodo en realidades donde la vida rural había sido la constate en la vida los habitantes de muchos países, que sin embargo ahora enfrentaban una situación de transformación evidente.

Las ciudades han atraído a las personas a su interior prácticamente desde que aparecieron en la faz del planeta, sin embargo, durante mucho tiempo se había mantenido un equilibrio entre la ciudad y el campo en cuanto a población, resultado de un balance entre las fuerzas productivas que operaban en ambos territorios.

Pero para el último cuarto del siglo XX resultaba evidente que el modelo de vida rural perdía fuerza, ante el creciente numero de atractivos que la ciudad ponía disposición. Trabajo, infraestructuras, servicios, expectativas de vida más prolongadas se concentraban en las urbes, entonces abocadas a la producción industrial local que ocupaba a una enorme cantidad de mano de obra.

Si bien este proceso se había iniciado varias décadas antes, será en las los setentas y ochentas determinantes para el caso de las ciudades mexicanas. Que con la excepción de las grandes urbes se habían mantenido más o menos constantes en cuanto a su tamaño, estructura y economía interna, sin embargo esta constante se interrumpiría violentamente y un gran numero de urbes entraron en un proceso de expansión muy intenso.

A medida que el proceso industrial llega a su fin la producción mundial se concentraba en unos cuantos puntos del planeta, y el control artificial por parte del mercado del precio de productos agrícolas afectaba irremediablemente la vida rural, la migración hacía la ciudades fue inevitable.

Ciudades de todo el país presentaron procesos de crecimiento demográfico y presión sobre el suelo urbano que resultaría en un rápido crecimiento del tamaño de las ciudades que a veces rompería límites muy antiguos. Es el caso de la ciudad de Oaxaca, esta urbe enfrento durante el periodo de 1970 a 1990 un proceso de expansión que le transformará de un lugar bastante compacto a uno diseminado sobre el territorio que dará lugar a un espacio metropolitano muy complejo.

El costo de esta transformación ha sido elevado; represento altos costos sociales, económicos y ambientales que toda vía hoy intentamos solventar.

En el último cuarto de siglo la población se ha duplicado, pero la escala de las ciudades se ha multiplicado por siete. Esto implica que grandes superficies de territorio antes agrícola o rústico pasaron a formar parte de la ciudad. También significa que miles de personas demandaban asistencia y servicios en áreas muy diseminadas y con baja densidad de población lo que convierte este proceso en uno increíblemente costoso.

Todos estos aspectos de la vida de la ciudades fueron tratados en la Cumbre Habitat I de Vancouver, sin embrago poco sirvió para que el impacto de la urbanización acelerada disminuyera. Toda vía hoy seguimos enfrentado las consecuencias de procesos urbanizadores similares; las ciudad crece y se expande y el costo de administrarla se acerca cada vez más a lo impagable.

Los retos no disminuyen y la vida urbana se consolida en todo el país y el planeta, bajo un modelo de construcción del espacio urbano poco sostenible,

Ante esta constante resulta importante mirar el trayecto que hemos recorrido hasta llegar a este punto, hacer una profunda reflexión sobre el futuro y espesar a plantear alternativas. La tarea no es fácil, el modelo urbano y sus vicios está fuertemente arraigado, pero de no haber un cambio pronto, el estado de bienestar que deseamos para nuestra población se alejará cada vez más de nuestro alcance.

 

Ciudad sin personas

Ciudad sin personas

Ciudad sin ciudad

Hace una semana este mismo periódico ponía en la portada una noticia que, por grave, sorprende no haya sido replicada en otros diarios o medios de comunicación con la contundencia que merece.

El estado de Oaxaca perdió 700 mil personas en el padrón electoral, pasando de 3 400 000 personas a 2 700 000. Esto equivale a más del total de población que habita en la Zona Metropolitana de Oaxaca. Imaginen que de la noche a la mañana la ciudad se vaciara.

Suena bastante imposible, sin embargo ese es el volumen de personas adultas que salieron del estado en el periodo desde la última revisión del padrón realizada por el IFE. Mientras nuestro estado perdió población, otros como Veracruz, Puebla, el Estado de México o el Distrito Federal la ganan.

La demografía es una ciencia con muchos huecos; es complejo hacer previsiones y cálculos cuando se habla de seres humanos, de personas que obedecen a una enorme cantidad de variables que pueden condicionar su modelo y estilo de vida. Sin embargo, cuando los flujos de personas son tan amplios, es relativamente fácil suponer qué está pasando, y es que esta gente no está migrando, está escapando.

El problema de perder población en edad adulta es muy grave. Mientras una persona de mediana edad se encuentra lista para producir, una joven o en la infancia, requiere de atención e inversión por parte del estado como educación, servicios médicos, etc. Esto significa que sale del estado nuestra fuerza productiva y permanece nuestra población más dependiente, lo cual también significa un enorme desbalance en la situación socio-económica del estado.

En el plano urbano, que es lo que aquí nos interesa, esta realidad es contraria de sobremanera a la salud de nuestra ciudad.

Cómo generar un estado de bienestar dentro de los límites de la zona metropolitana si no contamos con personas en edad productiva que emprendan las acciones que pueblo por pueblo, colonia por colonia, barrio por barrio necesitamos. Cómo generar ideas creativas y revolucionarias que modifiquen las condiciones de la población urbana si perdemos una buena parte de nuestra masa humana en etapa productiva.

El fenómeno se multiplica y afecta sectores de la vida urbana que no somos capaces de entender del todo. Durante los últimos tiempos nos hemos dedicado a tratar de establecer proyectos de equipamiento urbano en barrios periféricos y pobres. Para llevarlos a cabo acudimos a las formas de organización tradicional representadas por tequios a la hora de ejecutar las diversas acciones.

Grande fue nuestra sorpresa cuando constatamos que a estos llamados, el 80 % más o menos de quienes acuden son mujeres. De estas un gran número son madres solteras, jefas de familia o en situación de abandono de facto por parte de la pareja.

Es pronto para asegurarlo, pero no sorprendería a nadie que entre aquel flujo de 700 000 personas que han abandonado el estado en los últimos años hubiera salido algún miembro de las familias con las que nos ha tocado trabajar en los proyectos en los que hemos trabajado. Pero tampoco sería una sorpresa para nadie si esto sucediera.

Otras veces en esta columna hemos mencionado que el principal valor con que cuenta una ciudad para enfrentar los retos que el futuro trae, es su capital humano. Personas jóvenes y en edad productiva que permeen en las diversas capas de la sociedad para proponer salidas y nuevas soluciones a los retos cada vez más claros que las urbes enfrentan.

Medio ambiente, competitividad, competencia global, movilidad sustentable, reindustrialización, son temas de los que se habla de manera contundente en otras latitudes y donde las urbes están trabajando profundamente. Tampoco se asusten si descubrimos –como lo hemos hecho ya—a jóvenes oaxaqueños participando en la mejora y transformación de otras urbes distintas a las suyas.

Las urbes necesitan captar gente creativa, no perder su propia fuerza local. Resulta indispensable detener ese sangrado, abrir opciones, mejorar las condiciones para que nuestra gente permanezca en el estado y la ciudad. Pero esto sólo será posible si abrimos nuevas oportunidades, mejoramos la estabilidad y ofrecemos una razón que los convenza que vale la pena estar aquí.