El sismo del 31 y la estación del ferrocarril mexicano del sur
Hay muy pocas persona vivas en esta ciudad que puedan dar testimonio de lo que sucedió el 14 de enero de 1931 alas 20 h. Esta fecha y este evento ha entrado tan profundo en el olvido de los habitantes de esta ciudad que ni siquiera merece una breve reflexión o alguna mención oficial.
El impacto del movimiento de la tierra de 7.8 grados sobre la escala de richter fue tal que prácticamente borro del mapa extensos sectores de lo que entonces era la ciudad de Oaxaca. Una ciudad que entonces se remetía a los límites actuales del centro histórico aunque ya era bordeada por algunos barrios que más adelante se conurbaran para hacer más extensa la ciudad, para ese entonces la población de la ciudad rondaba apenas los 30 mil habitantes.
Sin embargo, el sismo y las réplicas que siguieron alcanzó de una u otra manera a cada uno de los pobladores de la ciudad de Oaxaca, las imágenes que acompañan este hecho no dejan duda y son muy evidentes del grado de devastación que el evento dejó.
Se calcula que hasta el 95% de las viviendas de la ciudad quedaron afectadas y sin posibilidad de ser usadas, la ayuda tardó en llegar, la ciudad y sus habitantes sufrieron mucho por ese entonces. De allí la extrañes del olvido de estos acontecimientos en la conciencia colectiva de quienes vivimos en una ciudad, no lo olvidemos siempre en riesgo a que un temblor de igual o mayor magnitud repita.
La ciudad su infraestructura y edificios fueron fuertemente castigados, incluso aquellos de fabricación más o menos reciente provenientes d ella época del porfiriato que había finalizado 15 años antes. Entre estos el que alojaba la estación central del Ferrocarril mexicano del Sur. Ubicado sobre suelos arenosos en una franja de tierra que forma la zona del ex-marquesado con el río Atoyác, este lugar fue fuertemente castigado.
Dada la inestabilidad del suelo derivada del vecino cause del río, que aunque hoy alineado en ese entonces serpenteaba para casi colarse a la propia estación, los daños al lugar fueron muy severos.
Prácticamente la zona de la estación quedó arrasada, y lo que resultaba especialmente grave ya que se trataba de una infraestructura que mantenía conectada la ciudad con la zona centro del país en un momento en el que se requeriría ayuda con urgencia.
Como resultado de esos eventos el edifico principal de la estación se colapsó, sus techos en ese entonces fabricados con cerchas de madera colapsaron los arcos se abrieron y los vanos de puertas y ventanas se vinieron abajo. Pero quizás la perdida más evidente resultado de los sucesos de ese día fue la desaparición del torreón ubicado en el ala norte del conjunto, de este magnífico elemento sólo quedan algunas pocas imágenes que lo conmemoran.
La otra parte principal del conjunto también resultó fuertemente dañada; la zona de bodegas se cayó y sus estructuras quedaron por los suelos. La afectación fue total, vías y talleres resintieron igualmente los efectos del sismo.
Pero si el sismo fue terrible, el manejo que hizo el gobierno sobre estos acontecimientos no fue mejor, se llegó incluso a la censura. Esta por ejemplo el caso de las imágenes tomadas por el cineasta S. M. Eisenstein censuradas por varias décadas.
Ante la urgencia por reconstruí la ciudad las autoridades implementaron acciones al vuelo y sin mucha reflexión. Quizás por la urgencia o por la falta de recursos, lo cierto es que la reconstrucción de la estación de ferrocarril se hizo de forma apresurada, la solución que encontraron fue sustituir las cerchas de madera por pesadas vigas de acero, que serán al largo plazo las responsables de su deterioro actual.
El peso de estas nuevas estructuras sobre los restos de la fábrica de cantera y ladrillo de la estación y pese a la construcción de marcos de concreto que reforzaron las arcadas. Al paso del tiempo y con la ayuda de un suelo inestable las estructuras se comprometieron hasta que el punto de poner de nuevo en riesgo la supervivencia del edificio.
Actualmente se hace un esfuerzo por devolverle a este viejo edificio un poco del esplendor que antes tuvo, incluso antes del sismo del 31. Se hace ante la urgencia de conservar el patrimonio propiedad de todos y herencia de los que vendrán. Sin ninguna otra ambición, sin nada que no se pueda ver sólo caminando por un lugar que está y deberá estar siempre de puertas abiertas.
Pacificar la ciudad I
Una necesidad urgente
Pacificar la ciudad no es otra cosa que limitar la velocidad con la que se generan los procesos cotidianos en las urbes a un ritmo tal que sea posible manejarlos y contenerlos de ser posible.
Pese a ser un término que se aplica normalmente en aspectos viales con la intención de bajar la velocidad de flujo dentro de la ciudad a uno acorde con un ritmo de vida más humano, sin transformar las urbes en una pista de carreras. Lo cierto es que este término aplica para un sin fin de eventos en la vida de las urbes que de a poco se ven cada vez más aceleradas y hasta violentas, arrastrando a ese estado a sus habitantes.
Resulta evidente que en los últimos tiempos las ciudades de nuestro país han enfrentado un proceso de cambio paulatino pero profundo, que les ha trasformado en lugares muy dinámicos y hasta vertiginosos que rebasan la capacidad de gestión de las propias urbes. La avanzada de la vida urbana ha sido incontenible y pese a muchos avisos prácticamente ninguna ciudad de nuestro entorno estaba lista para manejar estos cambios.
Como se han venido sumado variantes a esta situación es muy evidente, iniciemos por un factor del que todos somos testigos o víctimas de alguna manera cada día:
El tráfico que asfixia la ciudad resultado de la circulación de miles de vehículos de todo tipo, no sólo ha convertido las calles de la ciudad en un atolladero cotidiano. También ha elevado el nivel de contaminación del acústica, del aire y del paisaje a un grado tal que ya afecta el estado de ánimo de quienes en la ciudad viven, lo cual se traduce en una tensión cotidiana que se expresa en forma de pitazos, gritos y hasta violencia.
Por otro lado la urgencia normalmente frustrada por llegar a cualquier parte la ciudad genera un acelerado ritmo de tráfico en algunas partes de la ciudad, que contrasta con los tapones que suelen formarse en muchos puntos claves de la misma. Esto significa elevadas velocidades de flujo en algunas partes de la ciudad y grandes embotellamientos en otras.
Lo que se traduce en una eterna tensión entre los que van de a pie y tratan de caminar la ciudad o cruzar un calle –que son la mayoría de quienes viven en la ciudad– y quienes conducen algún tipo de vehículo de motor. Sea privado o de transporte público, ellos ocupan la mayor parte del espacio de las calles de la ciudad y pese a esto tienen grandes dificultades para ir de un lugar a otro a una velocidad constante.
Pacificar la ciudad significaría en este caso regular la velocidad de flujo de tráfico en la mancha urbana, para conducirla a un flujo constante donde se armonice la sana convivencia de peatones, ciclistas, vehículos privados, de transporte público y de carga, dentro de un esquema armonioso y de tolerancia. Para esto hay que lo mismo reforzar las alternativas de movilidad no motorizadas como adaptar las ciudades a un modelo de tráfico que permita la coexistencia de ambas modalidades de traslado.
Pacificar el tráfico es una actitud que han asumido muchas ciudades de manera exitosa, fijando el pulso urbano en una velocidad que va de los 20 a 30 km/h han conseguido la construcción de un modelo más constante y por lo tanto dinámico dentro de la ciudad –en la ciudad de Oaxaca esta media rosa los 12 km/h actualmente–. Esto acarrea otras consecuencias como la reducción del estrés entre distintos tipos de usuario de la urbe y por lo tanto una mejor convivencia entre sus habitantes y usuarios.
Pero el tema en ciudades como la nuestra se tiene que extender aún más allá de las estrategias para hacer que la ciudad se sobreponga al colapso vehicular.
En los tiempos que corren y que se abalanzan sobre nosotros es necesario ampliar esta definición a otros aspectos de la vida urbana. Aquí debemos voltear a ver la experiencia de como desde la adecuación del espacio urbano se han logrado otros modelos de pacificación de la ciudad, esta vez para combatir la violencia que se vive en barrios y colonias.
En fechas pasadas se desataba un debate sobre un reporte que colocaba a la ciudad de Oaxaca como una de las ciudades más violentas del país, muchas fueron las reacciones casi todas negando el hecho. Lo cierto es que los focos rojos en la mancha urbana de la ciudad llevan un tiempo encendidos. Así lo marcaban algunos indicadores de los cuales se hizo caso omiso desde hace por lo menos cinco años, pero de este tema hablaremos después.
Infraestructura y cultura
Componentes urgentes
Las ciudades se expanden y sus poblaciones se incrementan a un ritmo tal que resulta complicado seguirles el paso. En ese proceso de expansión que a veces parece incontenible el debate se suele centrar en algunos aspectos básicos de la vida urbana y por otro lado se omiten otros que aunque igualmente esenciales no resultan tan urgentes.
Es el caso por ejemplo de los lugares destinados a fomentar los valores socio-culturales de las personas, elementos que no siempre reciben la atención que deberían y que suelen ser minimizados y en muchos casos incluso esquivados.
La carencia de espacios dedicados a las actividades culturales en las ciudades contemporáneas es una situación que se repite lo mismo en ciudades grandes que pequeñas y que priva de espacios de interacción a un buen número de la población del país.
Buena parte de esta realidad se debe como mencionamos antes a la emergencia con la que han sido ampliadas las ciudades. Antes que hacer una inversión en el sector cultural, se valora hacerlo en el de la infraestructura básica. Decisión normalmente acertada ya que es evidente que el que un asentamiento tenga agua potable, electricidad y drenaje debe ser prioritario.
Pero a largo plazo lo cierto es que esta dotación de servicios básicos no basta para garantizar el sano desarrollo de nuestras comunidades. Se requiere incluir componentes más abstractas que apoyen el desarrollo humano, más allá de aula escolar.
Sin embargo el mayor reto para la introducción de estos elementos en la vida de las ciudades y sus habitantes muchas veces no es la introducción del espacio físico como tal. Donde normalmente se encuentran las mayores dificultades es en la gestión de estos lugares que requieren personal, mantenimiento, y sobretodo un programa que desarrollar dentro de estos espacios.
Para el caso de nuestro país este importante aspecto de la vida de barrios y colonias, ha sido tradicionalmente tarea del estado y algunas ocasiones de instituciones privadas que han tomado el tema cultural como responsabilidad suya.
Bajo estos dos modelos es que se han puesto a funcionar la gran mayoría de los espacios con los que cuenta nuestra ciudad capital, Sin embargo no ha sido suficiente, ni el trabajo realizado por los diversos niveles de gobierno ni el de la sociedad civil ha sido capaz de cubrir la enorme y diversa necesidad de proporcionar espacios a una ciudad que se expande como mancha de aceite sobre el territorio y que segrega más y más población cada año.
Las consecuencias de estas carencias se ven reflejadas claramente en los lugares que las padecen, suelen ser estos donde se multiplican los conflictos sociales, donde violencia se dispara y donde abunda la mayor cantidad de jóvenes que no logran integrarse de manera exitosa a la cadena productiva de nuestra sociedad.
Es por esto que resulta importante destacar los esfuerzos que se han venido haciendo en tiempos recientes para producir nuevos espacios culturales en la ciudad. El anuncio de la construcción del centro de iniciación musical, el centro de artes cinematográficas y la restauración del museo del ferrocarril son buenas señales sobre una creciente sensibilidad sobre el tema.
Pero pese a esto, aún es notable como se sigue tendiendo a la concentración de este tipo de infraestructura en un pequeño sector de la mancha urbana que no llega a ser ni el 4% del total, nos referimos a la zona centro. Persiste una tendencia a limitar las acciones e inversiones a unos cuantos puntos donde se va saturando y hasta ensimismando un discurso que a veces suena incluso repetitivo.
No nos confundamos, es importante seguir fortaleciendo los espacios a los que muchos estudiosos denominan de «Alta Cultura» pero es igualmente necesario hacerlo con aquellos que perfil más cotidiano al que puedan tener acceso para personas que hoy día incluso salir de su colonia es un problema.
La cultura debe ser un bien de acceso público y libre, como lo es cualquier servicio básico, debe plantearse en el plano de las cosas indispensable y en la lista de lo que sacará adelante a nuestra sociedad. Por qué si no es mediante la cultura y el conocimiento difícilmente superaremos los muchos retos que nos vienen por delante.
¿Que hacemos con las motos?
Esta pregunta es una que seguramente más de uno de quienes habitamos la ciudad nos hemos hecho alguna vez, la respuesta no es nada fácil y a medida que avanza el tiempo se hará más y más compleja encontrarle una respuesta.
Un par de imágenes de la semana pasada describen esta preocupación. En la primera una familia de cuatro, con un bebe pequeño viajaban en el mismo vehículo; una motocicleta en horario nocturno. Ninguno de ellos llevaba casco, para colmo la madre no podía sujetarse a nada por cargar el bebe que llevaba en los brazos.
La segunda era un muchacho joven, que circulaba por la calle Morelos al atardecer, aunque iba sólo el casco colgaba de su brazo en vez de llevarlo puesto. En algún punto de esta situación se desbalanceó y terminó por caer justo enfrente del edificio de la Casa de la Ciudad lo que ocasionó como era de suponerse daños al motociclista y un problema vial en tan demandada arteria.
Estas dos escenas son apenas un par de muchas que podemos apreciar cada día en la calles de la ciudad con especial énfasis en los últimos años, donde la presencia de este tipo de vehículos se ha hecho más y más preponderante.
Hay muchos factores que han llevado a los habitantes de la urbe a depender de estos medios de transporte en su vida cotidiana. Sin duda, la necesidad de desplazarse de un lugar a otro en una ciudad que crece de forma expansiva es uno de estos factores. La metrópoli se ha convertido en un lugar dinámico donde sus pobladores realizan un gran número de viajes cotidianos por diversos motivos.
Entonces el tema tiene más que ver por que se opta por un vehículo de baja capacidad y elevado riesgo como forma de transporte. Allí hay cuando menos dos factores dominantes:
El primero la carencia de un transporte público de calidad y a un costo razonable. Mover una familia de cuatro integrantes de ida y vuelta, suponiendo que se realiza un sólo transbordo tendría un costo de 80 pesos en la actualidad. Esto es un muy alto costo de desplazamiento para una familia media en la ciudad de Oaxaca, que puede incluso superar su ingreso medio familiar, pero qué sin embargo muchos de sus habitantes tienen que cubrir cada día.
El segundo, es la velocidad de flujo en las vialidades de la ciudad, la ciudad de Oaxaca se ha hecho cada vez más lenta, al tiempo que sus habitantes necesitan desplazarse más rápidamente. Ante tal disyuntiva se ha optado por el uso de un medio de transporte que en teoría se mueve más rápidamente por el territorio de la ciudad, pero que implica otro conjunto de situaciones que le resta efectividad.
Entre algunas que se pueden mencionar está el hecho de que se trata de vehículos de baja gama, de fabricación extranjera que apenas cumplen con los estándares mínimos de seguridad y protección medio ambiental. Esto se traduce en un mayor número de motores circulando por la ciudad con una menor eficiencia y mayor contaminación tanto acústica, se regresa al tan poco deseado paradigma de un motor una persona.
También está el aspecto regulatorio que sobre este tipo de unidades pondera, ya que actualmente existe en las legislaciones y reglamentos actuales un vacío que no podemos obviar sobre que trato dar a este tipo de vehículos. No es lo mismo un scooter de 100 o 150 cm2 de capacidad de fabricación china, que una moto 1000 o 1200 cm2 de fabricación japonesa, habrá que adaptar las normas para este tipo de vehículos se ordenen de manera adecuada de acuerdo a sus características particulares.
Y esto se amplía a su presencia en el espacio urbano, un vehículos de motor no debe invadir una banqueta, sin importar su dimensión. La visión entre movilidad motorizada y no motorizada debe aplicar a este hecho y se tendría que prohibir que vehículos de motor invadan áreas destinadas a peatones y ciclistas, esto aplica también para los lugares de estacionamiento, que actualmente motociclistas invaden con una total impunidad.
La motocicleta como cualquier otro medio de transporte requiere ser regulado y ordenado de manera clara y oportuna para evitar conflictos. Por desgracia, basados en otros casos parecidos, –como el de los mototaxis por ejemplo–, si no se sientan las bases que regulen su presencia en la ciudad, se pueden convertir en una situación más de conflicto, en una ciudad que ya padece demasiado en esa materia.