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El valor y sentido del espacio público como bien común

El valor y sentido del espacio público como bien común

Cuando las personas barríamos la calle

Para algunos de los más jóvenes que lean este artículo les puede resultar extraño el subtítulo que este apartado describe. Pero para muchos otros nos resulta cuando menos familiar, una imagen de la gente saliendo muy temprano a barrer su banqueta.

La calle donde un servidor nació no estaba pavimentada, se trataba de una calle de tierra con algunas piezas de cantera que hacían de acera. Sin embargo, mantengo una imagen constante de personas que salían a tirar un poco de agua al suelo para luego pasar una parte de la mañana haciéndose cargo del trozo de calle que les correspondía.

Este simple acto de contacto con el espacio que está delante de nuestras casas era una manera de estrechar la relación que existía entre las personas y su medio ambiente urbano, es decir; la relación persona-ciudad.

Dicho cuadro se repetía en muchas de las poblaciones del país. Pueblos y ciudades se nutrían de la participación de sus habitantes para mantener el espacio común en buen estado. Al paso de los años y con la aparición de una sociedad cada vez más urbana, con ritmos de vida más complejos y una administración pública en expansión asumiendo el control de casi todo, esta relación se fue extinguiendo.

El remate lo dio el cambio de uso de la calle. Por siglos las calles habían sido espacios compartidos donde las personas realizaban todo tipo de actividades, desde las más cotidianas como charlar y jugar, hasta las más ceremoniales como bodas o festividades laicas y religiosas. Sin embargo, la entrada en la era del motor alejó casi todos estos usos para reducir la calle a una sola función, permitir que los vehículos circulen.

De forma que poco a poco la relación estrecha que existía entre la gente y la calle fue desapareciendo a medida que dejaron de sentir que ésta formaba parte de su mundo. Las calles ahora son de quienes por allí circulan y no de quienes habitan la ciudad. El espacio urbano perdió mucho del talante que le había identificado y con él se perdió también parte de la humanidad de la propia ciudad.

En suma, lo que hemos explicado es cómo el hecho de que la calle haya dejado de ser un bien común para convertirse en uno que prioriza un tipo de usuarios ha acarreado la perdida de mucho del sentido social que la ciudad necesita para mantenerse saludable.  El recuperar esa esencia ha sido desde hace ya algunas décadas buena parte del esfuerzo que han hecho muchos especialistas a fin de devolverle a las urbes ese brillo de humanidad que hoy extrañamos tanto.

El cómo lograr que esto suceda en tiempos tan convulsionados como los que vivimos es sin duda uno de los grandes retos que enfrentamos en colectivo, aunque a veces ni siquiera nos demos cuenta. Porque al final del día, si perdemos la calle perdemos la ciudad y en un mundo donde más y más personas somos urbanitas, esto se vuelve un problema con muchas consecuencias.

¿Cómo hacer que la gente saqué la escoba?

Ante estos retos que enfrentamos como sociedad y ciudad, hoy más que nunca resulta de vital importancia lograr que la población en general se involucre de nuevo con el espacio urbano. Y no hay mejor forma de que esto suceda que recuperar el sentido del bien común en la ciudad. Para lograr es indispensable re valorar cada espacio con que cuenta la ciudad y entender que ningún lugar carece de sentido.

Necesitamos reconectar con la calle de nuevo y para eso hay que recuperar un poco de ella para el uso de todos incluidos quienes tienen un auto, pero sobretodo quién no lo tiene, o quién está en una situación vulnerable. Niños, gente adulta y con discapacidad, deben encontrar lugar en las ciudades que hoy les niegan acceso a buena parte de sus espacios, separándonos del lugar común donde habitamos todos.

Un paso importante que se debe dar es la propia redefinición de la calle y el resto de los espacios públicos en la estructura política de la ciudad. Por absurdo que parezca, actualmente las normas y reglamentos que regulan nuestra ciudad sólo contemplan la calle como un lugar para “circular y ventilar”. Reducir la importancia del espacio público a estas dos descripciones es casi una ironía, de no ser porque es realmente así en materia de ley.

Las calles y demás espacios públicos de la ciudad como plazas, plazoletas, atrios, jardines, alamedas etc. deberían ser reconocidos necesariamente como lugares de interés público, como un valor compartido de la ciudad que nos compete a todos y por lo tanto debe ser protegido como tal.

El sentido del interés público no es otro que el entender que estos espacios que parecen no ser de nadie son realmente de todos y que por lo tanto deben ser entendidos como lo es un edifico público o un templo, una escuela o un atrio. Ya que son estos espacios los que finalmente se encargan de ligar toda la estructura de la ciudad, donde se encuentra el compendio de lugares que sí entendemos como propiedad de todos.

Y esto significa que nadie debe hacer uso u explotación individual de estos espacios sin atenerse a lsa normativas y reglamentos que los órganos de administración pública han diseñado para dichos casos. La calle puede ser usada y ocupada para muchas cosas, pero estas deben estar reguladas y contenidas en las restricciones que la sociedad demarque. De nuevo el bien público debe ser regido por los poderes públicos.

Ante esta nueva definición del interés público, los distintos fenómenos que aloja la calle pueden seguir existiendo en ella. Simplemente ahora lo hacen desde una perspectiva de servir al bien común, a la estructura entera de la ciudad y no sólo a unos pocos, por bien posicionados que estos estén en el entorno socio político de la urbe.

Y quizás así, si logramos reintroducir a la sociedad entera en la definición de calle y plaza pública de nuevo, las escobas vuelvan a aparecer, y que en lugar de fachadas cada vez más deterioradas aparezcan espacios recuperados por sus propios habitantes. Un parche de concreto en aquellas banquetas dañadas por el uso diario o una resbaladilla reparada y pintada, donde sólo quedan fierros oxidados peligrosos para los niños.

Las ciudades en la actualidad requieren y demandan nuestra participación, pero para que la podamos entregar es necesario reconocernos dentro de ella. Y no lograremos dicho cometido si no encontramos las vías para compartirla de nuevo, para conseguir esa palabra casi mágica a la que debemos aspirar en cada aspecto de nuestra sociedad: equilibrio.

 

@gustavo_madridv

www.casadelaciudad.org