Los ríos

Los ríos

Los ríos
Esas arterias que mueren lentamente

En fechas recientes se celebró a nivel mundial el Día Internacional de los Ríos. Esta efeméride, que nos recuerda la estrecha relación histórica que mantenemos con estos elementos de la geografía física del planeta, debería en nuestro contexto local adquirir un sentido más que crítico.

Sobra decir que la existencia y prevalecía de la sociedad entera se relaciona directamente a nuestra relación con el agua. Pero en particular con estos afluentes de los cuales nuestras ciudades han succionado vida por generaciones.

En el territorio de los Valles Centrales de Oaxaca la existencia de un gran número de cordilleras montañosas y afluentes que se derraman desde ellas ha constituido tres cuencas fluviales que precisamente alojan dos grandes ríos: el Atoyac y el Salado. Ambos, en la actualidad, representan una desgracia a nivel ecológico y un recordatorio de que nada o muy poco hemos aprendido de nuestras experiencias pasadas.

Cada día mediante un sistema de drenaje que no llega a ningún lado –cuando menos no a dónde debería- se derraman en lo que son ríos vivos cientos de miles de litros de agua sucia, sin ninguna consideración. Se trata de los residuos de casi un millón de personas que terminan de una u otra manera, bajo este o aquel esquema,  contaminando aquello sin lo cual la vida es imposible.

De esta manera se cierra un triste ciclo hídrico que arranca con la captación de agua en sierras cada vez más deforestadas, agua que se desplaza por arroyos urbanizados que se usan para vaciar desechos para luego ser depositada, mediante filtración en mantos freáticos, desde donde se le bombea para hacerla llegar a nuestras casas sin apenas tratamiento.

Es así como llega a un gran número de las viviendas de la ciudad de Oaxaca un agua turbia y oscura, la cual aceptamos sin apenas queja y que devolvemos al río en forma de aguas negras –allí sí y sin lugar a dudas– sin haber sido tratado un sólo litro de agua antes de reintegrarlo al ecosistema.

Como resultado, estos afluentes en los que hace apenas una generación era posible acudir a bañarse, hoy en día son lugares pestilentes y focos de contaminación donde algunas voces poco lúcidas hablan de su entubamiento.

La Ciudad de México, que actualmente ocupa una importante extensión del Valle del Anáhuac, bajo el impulso del crecimiento demográfico y urbano de medidos del siglo XX optó por una política de confrontación con el agua, con los ríos. El resultado, tras más de seis ríos entubados e innumerables afluentes enterrados o extinguidos, es una crisis hidráulica contante que cuesta a todo el país miles de millones de pesos. En el DF, el costo real de un litro de agua entubada supera al de un litro de leche.

El agua debiera ser el eje de cualquier política pública seria que pretendiera resolver de fondo los problemas de cualquier sociedad. ¿Cómo generar una sociedad sana y fuerte si tiene que pelear por lo más básico para sobrevivir? Si lo que una vez fue un elemento sagrado dentro de nuestras culturas se ha convertido en un desecho que fluye por un eje fluvial al que a casi nadie respeta y para el cual apenas se obsequia una mirada melancólica.

Resulta urgente retomar el camino en este tema. Nuestra sociedad y su medio ambiente deben dejar de recibir trato de segunda para volverse el eje de todas nuestras transformaciones. Y no hay lugar mejor por donde iniciar este cambio que reconsiderando el papel de los ríos en nuestro presente y futuro.

Estos magníficos elementos de nuestro relieve que corren alejados de la mano del hombre muestran su potencia y grandeza enverdeciendo lo que serían páramos secos, irrigando los campos fértiles de los tres valles de Oaxaca, permitiendo hoy, como hace cientos de años, que nuestra sociedad y su economía se desarrollen trayendo bienestar y oportunidades allí por donde surca.

En un lugar donde cada día estamos acostumbrados a hablar de reivindicaciones sociales de todo tipo, donde lo mismo se lanza una proclama que se cierra una calle, hoy toca hacer nuestro propio llamado desesperado. Porque de nuevo, que reivindicación puede ser más justa y alcanzar a la comunidad por igual, sean ricos o pobres, avecindados o nativos, que el que un día podamos lo mismo beber el agua de la llave, que sumergirnos en las playas del Atoyac y el Salado, como lo hicieron los abuelos antes que nosotros.

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