Isla de calor
Los espacios urbanos que poblamos en la actualidad son grandes extensiones de suelo casi siempre de baja intensidad constructiva y densidad poblacional, donde la existencia de masa vegetal es muy limitada. Particularmente las calles de las ciudades y de casi cualquier asentamiento se han convertido en lugares pétreos, duros, sin remansos que permitan realizar una caminata de forma confortable y segura.
El cómo las calles en las urbes se han transformado tan profundamente en tiempos recientes tiene un origen bastante ordinario. Éstas se han adaptado paulatinamente en los últimos cien años para dar paso a los diferentes tipos de medios que las circulan, particularmente los vehículos de motor que en la actualidad colapsan y contaminan nuestras manchas urbanas.
Esta reflexión toma sentido por una razón en particular. Las ciudades de nuestro país no hacen otra cosa que expandirse sin mucho orden lógico. Mientras la población se incrementa paulatinamente en la mayoría de los entramados urbanos de nuestro país, motivada tanto por la concentración de personas, como por el crecimiento natural de la población asentada, la ciudad multiplica muchas veces más su extensión.
A medida que se amplía la mancha urbana, y que la mayor parte de su superficie, incluidas calles, se cubre de concreto, se crea un sello que impide que los ciclos naturales del territorio se desarrollen de manera normal. Bajo millones de toneladas de concreto que las ciudades acumulan quedan atrapados estratos de suelo que apenas tienen contacto entre ellos, o con otro elemento vital para nuestra existencia: el agua.
El ciclo del agua es el motor que mantiene la vida en el planeta, y desde luego de él depende nuestra supervivencia como especie. Lo que le sucede a las ciudades cuando este ciclo se altera, es que se quedan cada vez más, fuera de la estructura natural de las cosas, se rompe la tectónica que ha favorecido el que nos podamos permanecer en un lugar determinado.
De forma que las ciudades actualmente se pueden entender como un obstáculo fabricado en materiales artificiales, que impiden la relación entre el agua y la tierra.
Este fenómeno termina por desatar otros tantos que suceden en este estrato intermedio artificial que hemos creado. Uno de ellos se le conoce como isla de calor, que consiste en que los materiales de tipo pétreo como las rocas y el concreto que hemos usado para edificar nuestras viviendas y pavimentar nuestras calles, absorben una gran cantidad de calor, para liberarlo paulatinamente después.
De forma que la inercia térmica de los materiales con que construimos las urbes, altera la relación metabólica del sistema vivo que es la ciudad. Como resultado, aún cuando el sol se oculte, nuestra vivienda, la calle o la plaza, liberarán calor muchas horas después, lo cual se percibe fácilmente cuando caminamos por la ciudad al atardecer, basta tocar una pared y comprobarlo.
A su vez, la falta de masa vegetal a lo largo y ancho de las urbes, hace que no exista por un lado sombras que limiten la absorción de calor por parte de elementos construido. Por otro lado, al no haber árboles, se pierde la oportunidad de que su follaje actué como regulador de temperatura, refrescando el aire que les circula, ayudando a disminuir la temperatura, mejorando la sensación de confort.
A este fenómeno producido por el impacto del sol en la mancha urbana hay que sumarle otro aún más radical; la presencia humana junto con las actividades que desarrollamos y que aportan también al efecto de calentamiento.
Prácticamente cada una de nuestras acciones resulta en la liberación de energía, particularmente el circular de miles de vehículos por las calles de la ciudad lo que resulta en el uso de motores de combustión interna, el desgaste llantas y la emisión de gases de efecto invernadero. Esta relación personas ciudad descontrolado en nuestros días, contribuye notablemente a transformar el medio ambiente en cuestión térmica.
De forma qué las ciudades y sus manchas de concreto se han convertido en radiadores poblados, donde las personas estamos cada vez más acaloradas e incómodas, lo que termina por limitad su productividad. Resulta urgente desarrollar estrategias en todos los sentidos que contribuyan a disminuir esta situación en favor de la habitabilidad y buena salud de las urbes, sus habitantes o visitantes, así como las actividades que estos realizan cada día.
@tavomad