Formal e informal

Formal e informal

Formal e informal

El reflejo urbano del concierto económico

Las ciudades son, como hemos mencionado muchas veces a largo de esta columna, el reflejo y soporte de una sociedad que se ha transformado de forma vertiginosa en los últimos tiempos, cada vez más ocupada en aspectos que tienen que ver más con la prestación de servicios y menos con la producción de cualquier cosa, sean bienes de consumo o ideas.

La deslocalización y regionalización de las actividades industriales y la desaparición de la producción agrícola a pequeña escala en muchos países ha dado como resultado modelos de sociedades muy especializados. Para poder sobrevivir, las ciudades han tenido que echar mano de una serie de estrategias que permitan su subsistencia.

La transición de ciudades industrializadas o cercanas a la producción agrícola a ciudades que se dedican a administrar recursos y servicios ha representado sin embargo uno de los saltos al vacío más difíciles de pasar para muchas urbes. Al tiempo que esto sucedía, cientos de miles de personas se alojaban cada vez más rápido en las ciudades como resultado del ya citado proceso de evaporación del modelo de vida agrícola.

Esta combinación resultó explosiva para las ciudades. Por un lado se destruían empleos antes seguros y que significaban el arranque de la cadena productiva, y por otro más personas llegaban a la ciudad en busca de oportunidades de trabajo. La combinación de estos fenómenos generó la ciudad informal.

En nuestro país, la ciudad emergente no es otra cosa que una proyección de cómo han evolucionado nuestras economías hasta el punto de que hoy en día, tres de cada cinco personas dependen de los trabajos que implican producir “nada”. Mientras que la mayor parte de los ingresos registrados por la industria se encuentran en industrias mega concentradas como la de los autos y el petróleo, en deterioro de la microempresa.

Esta dinámica tan poco eficiente ha dado como resultado una enorme masa de personas que se ubican en una franja de la sociedad que si bien trabaja muchos días del año, habita en viviendas que no son de su propiedad legal y ejecuta empleos sin ninguna certidumbre. El seguro social reportaba hace un año que en Oaxaca sólo estaban asegurados cerca del 5% del número de personas que podrían o deberían estar dadas de alta.

Este estado límbico en el que ha caído buena parte de nuestra sociedad ha creado una generación entera de personas que se mueven fuera del sistema, aunque de alguna manera lo refuerzan. Así, miles de empleados y empresa caen también en el concepto de lo informal. Aquellos que crean que lo informal se limita a quienes venden algún producto en la calle se equivocan.

Hay miles de empleados en el sector servicios que cobran en “negro” y que no forman parte del sistema de recaudación, o seguridad social. De forma tal que incluso el comercio que llamamos establecido, cae en alguna forma de informalidad, al grado tal que se reportaba en julio de este año, con datos de la Secretaría de Hacienda que cuatro de cada cinco empleos en el estado de Oaxaca son informales.

Para una ciudad el que este fenómeno se repita con tanta contundencia genera un enorme problema. Todas estas personas que trabajan cada día en la urbe reciben sueldos por debajo del promedio y están sujetos a la casualidad. Un oaxaqueño que se enferma no contará con seguridad social cubierta por sus aportaciones, sus cuidados dependerán de la riqueza familiar o la solidaridad del gobierno local.

Lo que implica que este habitante de la ciudad dejará de gastar sus ingresos en su barrio, que no hará compras en mercados y que reducirá su consumo al mínimo. Esto en una ciudad que vive del consumo y el servicio es un golpe que va dejando una profunda huella en el cotidiano, ya que se combina con una baja recaudación de los pocos impuestos locales y alienta a más población a la informalidad callejera, el pero de estas manifestaciones.

Las ciudades hoy día son el lugar donde se crea y se destruye, de encuentro y pérdida, si nos acercamos a la nuestra con la intención de transformarla para bien, entonces seguro encontraremos la forma de hacer mejor lo que sabemos hacer. Entender que la ciudad informal no es un fin en sí –por mucho que con ella se lucre– si no un paso a un estado de bienestar que tenemos la obligación de hacer llegar entre todos, algún día.

Casa de la Ciudad