
Oaxaca ciudad patrimonio III
Oaxaca ciudad patrimonio III
La ciudad que hacemos todos los días
Siempre resulta importante y hasta indispensable hacer un recuento sobre el estado que guarda la urbe a lo largo del tiempo; cómo llegamos a este punto y de dónde partimos. Pero es aún más importante por mucho, saber cuál es nuestro futuro y cómo lo construimos.
Las ciudades son el reflejo de las sociedades que las habitan y construyen, son el espacio humano por excelencia desde inicios del siglo XX y por lo tanto el objeto que quizás mejor representa su realidad. Es por este motivo que si queremos entender y atender mejor los problemas y conflictos que enfrentamos como grupo, quizás la mejor forma sea analizar el uso y atención que hemos venido dando a las urbes en la actualidad.
Pero sobre todo entender que la ciudad es un proceso continuo y conjunto en el que participamos todos los días sin importar nuestra edad, sexo u origen. Una vez que estamos en la ciudad, somos sin duda alguna sus constructores.
Nuestros hábitos cotidianos encuentran reflejo en el marco de la urbe; qué hacemos con nuestro tiempo, con nuestra basura, cómo nos trasladamos de un lugar a otro… son algunas de las miles de decisiones que tomamos cada día y que terminan por impactar la ciudad. Por esto, y por pequeño que parezca, cuando nos miramos como individuos no hay cambio más profundo para el bien o mal de las urbes que aquel que se hace en la conciencia de sus habitantes.
Hace veinte años casi nadie hubiera supuesto que una ciudad como Sevilla, España daría un giro sorpresivo, para convertir una buena parte de su perímetro histórico en un ambiente casi exclusivo para los peatones. Sin embargo el día de hoy, luego de un intenso diálogo con los distintos actores sociales que convergen en la ciudad, así como su participación decidida, actualmente se trata de una de las ciudades más aptas para ser pedestre de toda España.
El Nueva York del siglo XX siempre significó un ambiente duro y violento, atiborrado de tráfico y lleno de personas siempre preocupadas y apuradas; sus habitantes eran la definición misma de individualismo urbano. En la actualidad, y desde inicios del siglo XXI, la ciudad de Nueva York es uno de los lugares urbanos más humanos y mejor pensados de toda Norte América.
Su sistema de transporte público es robusto y eficiente y mediante pequeños cambios han logrado sacarle un enorme provecho ajustando sus enlaces ínter-urbanos al uso de la movilidad no motorizada. Andar por esta ciudad a pie o en bicicleta en estos días es una experiencia propia de cualquier capital europea, nadie se sorprende si un taxi conducido por un inmigrante le cede el paso en una esquina en lugar de intentar arrollarlo. La Gran Manzana recuperó de este modo, en parte, su voz cantante en el discurso de las ciudades contemporáneas.
Pero reitero, estos cambios no hubieran sido posibles sin la reflexión y concierto de sus habitantes. Cuando Sevilla se colapsaba por el tráfico, la razón emergió y hubo que generar un cambio de sentido. Cuando Nueva York se hizo demasiado dura y resintió las consecuencias de un infame ataque, sus habitantes supieron echar mano de ese aspecto que da tanto sentido a nuestros espacios urbanos y que apenas recordamos unas cuantas veces: nuestra humanidad.
En nuestra capital, como en muchas de su tipo, los grandes retos se ciernen sobre nosotros. El tráfico ahoga nuestras calles y la contaminación carcome nuestros cuerpos y construcciones. El agua escasea y seguimos desechando millones de litros de aguas negaras a ríos aún vivos que merecen un mejor trato que el que hasta ahora le hemos dado.
En la ciudad que habitamos hoy día hace falta entrar en esa profunda reflexión en la que otras se nos han adelantado sin duda alguna. Pero también resulta indispensable entablar un nuevo diálogo con nosotros mismos, con los miembros de nuestra familia y comunidad, volvernos responsables de lo que pasa en nuestro alrededor y dejar de encontrar culpables en cada administración pública que entra o sale.
El reducir nuestro consumo de agua, reducir la cantidad de desechos sólidos, usar el vehículo privado al mínimo o planificar viajes conjuntos al trabajo o la escuela son decisiones cotidianas que se pueden resolver en casa. Porque al final queridos lectores, no olvidemos que por redundante que suene esta columna: La ciudad es la casa grande de todos.

Presentación del libro «La metrópoli de los Valles Centrales» de Gustavo Madrid
Jueves 21 de noviembre, 19 horas
Presentación del libro «La metrópoli de los Valles Centrales» de Gustavo Madrid por el catedrático Horacio Capel de la Universidad de Barcelona.
Inauguración de la exposición «Casi 3 años de hacer ciudad: Proyectos de Casa de la Ciudad 2011-2013»

Oaxaca ciudad patrimonio II
Oaxaca ciudad patrimonio II
El estado del arte 27 años después
Mucho ha cambiado en el mundo y sobre todo nuestra parte del mundo en el último cuarto de siglo. Para muchos estos cambios son tan profundos y radicales como aquellos que trajo la invención de la imprenta o la llegada del hombre a la luna, dos hechos que marcan sin duda un antes y después en la era moderna de la humanidad.
Personalmente me incluyo entre quienes defienden esta tesis. Hace 25 o 30 años, pocos hubiéramos imaginado que arribaríamos a una era donde el mundo se comunica sin parar en tiempo real. Donde literalmente miles de millones de personas cuentan con dispositivos móviles que nos permiten estar en contacto e informados sobre cualquier cosa en cualquier momento.
Muchos de los que leerán esta columna lo harán en algún dispositivo electrónico que usa una tecnología que poco antes de este periodo de tiempo ni siquiera existía. Sin embargo ya está aquí, y forma parte de la vida de casi cada persona en el planeta. Incluso aquellas que mantienen un modo de vida alejado de la ciudad y el desarrollo tecnológico en algún momento de su vida tendrán un roce con la tecnología de la información contemporánea.
Respecto a nuestra ciudad, seguramente hay muchos cambios que quienes aquellos que hayan vivido lo suficiente podrán ser muy evidentes, otros más discretos pero que sin duda son igualmente relevantes.
Por ejemplo, en 1990 – tres años después de la declaratoria como ciudad patrimonio – la población de lo que hoy es la zona metropolitana de Oaxaca se calculaba en 350 mil habitantes. Hoy día esta roza los 600 mil, un incremento de poco más del 80 %. En cuanto al municipio central, el de Oaxaca de Juárez, en esa misma década contaba con 213 mil pobladores. En la actualidad la cifra ha aumentado en 50 mil hasta llegar a 263 mil almas habitándolo.
Estos cambios demográficos no son simples cifras que lógicamente han afectado la estadística de la ciudad. El crecimiento de la población en la mancha urbana de la ciudad ha generado un gran número de demandas que se ha traducido en un igual número de conflictos. Suministrar servicios básicos a una población urbana que casi se duplicó en un cuarto de siglo es una verdadera pesadilla.
Otro aspecto de la vida de la ciudad se vio igualmente transformado: el de la movilidad. A medida que la población se incrementaba, la ciudad se expandía y, hay que decirlo, muchas veces de la peor manera posible. Sobre todo cuando lo hacía en un territorio tan limitado en cuanto a recursos fundamentales como lo es éste. Esta dispersión urbana trajo consigo un gran número de medios de transporte que hoy atiborran las calles de la ciudad.
Los datos históricos al respecto son limitados, pero para crear una imagen general basta decir que según el INEGI, si para el año 2000 – es decir trece años después de la declaratoria – en todo el estado había cerca de 184 mil vehículos, para el año 2010 este número se incrementó hasta los 383 mil. Es decir 200 mil nuevos vehículos en una década, de los cuales actualmente cerca de 147 mil circulan por las calles de la zona metropolitana de Oaxaca; 100 mil de estos son autos particulares.
Es complicado asegurar cuantos vehículos motorizados circulaban por la ciudad en 1987, pero sin duda alguna el número sería increíblemente menor a lo que sucede en la actualidad.
De nuevo, las consecuencias del aumento en el número de automotores en la ciudad no son simples datos que se quedan en los archivadores del censo o las oficinas de vialidad. Esto significa que el volumen de emisiones a la atmósfera, la contaminación acústica y la congestión espacial se han incrementado igualmente de forma espectacular, agobiando a la ciudad y sus habitantes.
Como todo esto tiene que ver con la cuestión patrimonial es bastante directo. En una ciudad con la alta concentración de bienes y servicios en un sólo punto y abocada económicamente justo a esos sectores – como la nuestra – todo termina gravitando en el centro.
En la actualidad el nivel de deterioro ambiental y físico del Centro Histórico ha alcanzado niveles sin precedentes. Nunca tantos autos le circularon, personas le caminaron y jamás fue sometido al estrés de la lluvia ácida como ahora.
El Centro Histórico patrimonio de la humanidad se agrieta como resultado de su uso intensivo, de un modelo de ciudad poco sustentable y de la falta de conciencia del caso. Esto ha sido el resultado de décadas de descuido y falta de conciencia, pero nada es para siempre. Es quizás ahora el momento de romper este hilo, es tiempo de cambiar el modelo, es hora de revertir esta realidad.

La ciudad cultura
La ciudad cultura
Lugares, historias y construcciones
Todas las ciudades tienen hitos, lugares particulares que por una u otra razón son especiales para sus habitantes y que representan una especie de sistema linfático urbano indispensable para su supervivencia. Estos lugares suelen ser pedazos edificados de la historia del lugar, o incluso vaciados urbanos que conmemoran el triunfo del espacio no edificado dentro del tejido. En todo caso son imprescindibles.
En ciudades grandes o ricas es común que estos lugares estén diseminados por el territorio, sembrando una especie de mapa físico y mental de lo que la ciudadanía necesita para abrazar una ciudad. Son el reflejo de los pasos dados por sus habitantes, las conmemoraciones de sus logros, o el recuerdo etéreo de su presencia, es el Guggenheim de Nueva York, la Sagrada Familia de Barcelona, o el monumento al Holocausto de Berlín.
Cada ciudad tiene algo, no importa su tamaño o nivel socio-económico medio, cada urbe representa una construcción mental colectiva del espacio urbano y sus lugares relevantes, son aquellos que le dan contenido al sitio sin sentido.
En la teoría del no-lugar de Marc Auge de echo se describe como es que la ausencia de estos hitos produce su antítesis; el no-lugar. Aquel espacio con el que no generamos un vínculo estrecho y al que acudimos sin ninguna conmemoración o sentido de identidad. Es como construir espacios vacíos de contenido, que sin embargo requerimos para funcionar en la actualidad disparatada que nos toca vivir.
El no-lugar es la ruina de la ciudad, la construcción de la vacuidad social y la caída del ágora comunal. Por suerte y por oficio, existen siempre los constructores de lugares, aquellos que pese a todas las modas y modernidades en sucesión, tienen como profesión dar sentido a las cosas o encontrar la forma de la gente abstraiga sentido de ellas.
El sembrado de estos lugares en el entramado físico y psicológico de la ciudad es una tarea que pese a su urgencia no es fácil. La fórmula exacta de como componer dichos elementos es tan mística y evasiva como la propia piedra filosofal, no son pocos los alquimistas sociales, urbanos, o arquitectónicos que han fracasado en al intento pese enormes esfuerzos e inversiones.
Y es que el sentido de la construcción del hito urbanístico parece radicar en una especie de transferencia de alma por parte de sus creadores que termina por engendrar en la de las personas que asumen este lugar como propio. Se trata de la recreación del Golem de Praga, del ser fabricado a base de barro que sin embargo recibe un soplo de vida de su inventor, en forma de un trozo de papel donde se describe –tal vez– el origen su existencia.
Empujar al ser humano a la creación parece una misión fantástica, entonces construir lugares de referencia en la ciudad es una especia de proceso creativo paranoico como retoma Rem Koolhaas a la hora de describir la fiebre inventiva que atacó a los creadores que atracaron en el Nueva York del antes de la gran guerra.
Es el como la combinación de la necesidad de construir y la implementación de una idea fantástica, puede resultar en la creación de espacios únicos, de referencia y llenos de contenidos venidos de los lugares más apartados de sus propias bases.
El mapa de la ciudad creativa y creada
Los navegantes que recorren las ciudades en la actualidad, abrazan estas relaciones y son sus pasajeros y pilotos según resulte la ocasión. Apoyados en la constelación de lugares edificados para estimular la razón y la estética, han sido entrenados consciente o inconscientemente en el uso de un espacio urbano que ha acumulado puntos de atracción en el entramado de la ciudad, hasta formar un mapa que desnuda una medina antes oculta.
La ciudad de los creadores silenciosos que tallan planchas de madera y cobre para estampar sus fantasías en ellas y repetir tantas veces como la numeración de la tirada lo permita, sin que el número lleve la depravación de la obra. El espacio que agazapado en la esquina permite la aparición de un Pinocho reescrito por otro creador que paga sus deudas no en la orilla de la mesa de un bar en Florencia, si no en los adentros de una mente que se revela como una placa fotográfica que todo lo capta.
Desde ese lugar caminando calle a abajo se han alzado otros lugares, otros hitos que van componiendo el mapa de la creación plástica de una sociedad caracterizada por el color y el conflicto. O quizás por los conflictos que el color genera y que se resuelve con la simpleza del fondo blanco y la impresión en tinta negra, que alude lo mismo al simbolismo de los orígenes ancestrales que la vacuidad de la sociedad moderna y aquello que no alcanza a procesar.
A los lados partiendo de ese mismo lugar se han edificado igualmente monumentos a la imaginación del género humano. El como un taller de artistas cerrados, ensimismados en su propia creación ha pasado a ser entendido como un lugar de puertas abiertas es aún un misterio. Como las almas más complejas y hasta atormentadas por su genio de una ciudad, han logrado trasladar su comprensión de la plástica al espacio urbano en forma de puertas es casi un milagro.
Porque al final la puerta cuando no tiene cerrojo no es otra cosa que un letrero de bienvenida, como aquella idea que no permanece guardada en la mente de las personas, sino que escapa para transformar su realidad.
La construcción de la identidad de una ciudad o cuando menos un trozo de ella a partir de una gota de tinta en un pedazo de papel impreso desde una placa, debe ser una de las manifestaciones de genialidad, más sinceras que cualquier urbe ha presenciado. Entender que desde los lugares que enseñan la creatividad humana, puede nacer el discurso de otros artistas y artesanos que van entrelazando los nudos de un nuevo textil social.
Nadie puede negar que en la ciudad de Oaxaca y particularmente en su zona centro hace 25 años se inició la transformación de un ambiente urbano duro y sin articulaciones en uno sensibilidad por la creación, a uno que ha hecho del lenguaje de los artistas la marca de la casa. La llegada de la invención que implicó el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca a la vida urbana significó el arranque la construcción de la ciudad cultura.
El viaje arrancó de la mano de una mente inquieta, que guarda en si un constructor de lugares, esta tendencia incontrolable le ha llevado a levantar desde su arte paredes que alojan actualmente la sensibilidad creativa de otro muchos.
Dibujar mapas ha sido a lo largo de la historia de los seres humanos una de las pasiones más marcadas y hasta obscenas de nuestra naturaleza. Pero lo que está reservado para unos cuantos es la construcción de lo que mapa indica.
En la vida de las ciudades hay siempre procesos de nacimiento y ruptura, con el hoy con el pasado y hasta con el futuro. Pero lo que ha dejado la intrusión del arte en las calles de la ciudad, ha sido para muchos la redefinición de su propio carácter y sentido. Es lo que motivado el redibujo de la mapa urbano de esta ciudad, una vez que sus lugares han cambiado de sentido y sus definiciones llenado el vacío.