Una ciudad saludable
Una ciudad saludable
Un modelo a largo plazo
Las ciudades se pueden entender como organismos complejos donde miles y millones de personas coexisten en medio de una gran diversidad de circunstancias. Aparatos cambiantes y contemporáneos, las ciudades se han convertido en el lugar para vivir por excelencia, allí habita más de la mitad de la población mundial y más de tres cuartas partes de la nacional.
Como todo organismo, el que este enferme resulta en un problema. Mismo que se intensifica según el tamaño de su población.
Lo que enferma a una ciudad no es otra cosa que el resultado de las acciones de sus habitantes. Estos son las células de este organismo, por lo que de su salud depende la de todo el sistema. Esto es un hecho que a veces se olvida y que perdemos de vista constantemente.
Distintas disciplinas nos han enseñado cómo la vida urbana implica una serie de circunstancias que nos afectan prácticamente. La psicología colectiva, la sociología urbana, la antropología urbana, la salud pública y otras áreas del conocimiento han dedicado muchas páginas y largos estudios a entender cómo las ciudades afectan y, en qué sentido, a sus habitantes.
De estas prácticas hemos aprendido bastantes cosas. Sabemos que existe una relación muy poderosa entre el estado del medio ambiente y los habitantes de la ciudad. Esto ha generado teorías incluso extremas, como la de las ventanas rotas. Si una casa es fea y tiene las ventanas rotas, las personas le perderán el respeto y terminarán por romper las ventanas que están en buen estado.
Por este motivo es necesario que no haya ventanas rotas en las ciudades, que el medio ambiente sea lo suficientemente completo y agradable como para que nadie piense en romper una ventana. La teoría de ventanas rotas se ha llevado al borde en muchos casos -en alguno yendo demasiado lejos- al grado de criminalizar muchas actividades sociales en las urbes, bajo el pretexto de la prevención.
Otro aspecto de la salud de las ciudades tiene que ver directamente con la salud física de sus habitantes. Uno de los gastos más altos que puede realizar cualquier estado o ciudad es el de brindar servicios de salud a su población. Según el Banco Mundial, nuestro país gastó en el 2012 el 6.2 % del PIB nacional – casi equivalente a lo que se gasta en educación. Esta cifra es multimillonaria y supera por mucho a cualquier programa social del que tengamos conocimiento.
Si observamos una tabla comparativa de las expectativas de vida y principales causas de muerte de nuestra población en la actualidad y hace cincuenta años, descubriremos más diferencias que correspondencias.
Primero, la expectativa de vida tanto de hombres como mujeres se ha incrementado considerablemente. Hoy, ambos grupos superan los 70 años de edad promedio, lo que significa una larga vida para la mayor parte de la población. El segundo hecho es que pasamos de morir de enfermedades producidas por agentes externos, como las infecciones, a enfermedades que tienen que ver más con nuestros hábitos de vida.
Como mencionamos en la columna anterior, las principales causas de muerte en México están relacionadas sobre todo con la falta de ejercicio y mala alimentación. Las enfermedades cardiacas -hipertensión y diabetes- suman casi un 30% de las causas de muerte en México. Todas estas dolencias están directamente relacionadas con un modelo de vida urbana, que ha sedentarizado a la población, en mucho por la falta de planeación inteligente en la ciudad.
Hemos construido ciudades que incitan a no usar nuestro cuerpo, ya sea por aludir a temas de seguridad, tiempo o infraestructura. Lo cierto es que los habitantes urbanos realizamos muy poca actividad física. Según una encuesta reciente elaborada por la consultora GFK señala que sólo el 20% realiza actividad física un día a la semana. Al tiempo que hemos sustituido nuestra dieta tradicional por otra basada sobre todo en el consumo de hidratos de carbono y grasas saturadas.
Finalmente no podemos terminar este artículo sin dejar claro un punto. No hay mejor forma de hacer actividades físicas que mediante la realización de nuestras actividades cotidianas. Transformar la ciudad en espacios caminables tiene ese enorme potencial. Si nuestra población camina 30 minutos al día, el impacto en el sector salud sería increíblemente positivo. Una ciudad que camina es una ciudad sana y una ciudad sana es una ciudad rica, hay que aprender a construirla.