Las reglas del juego en movilidad urbana
Una sociedad participativa
Las ciudades del mundo son en la actualidad extremadamente dinámicas, más de la mitad de quienes habitamos en urbes realizamos al menos un viaje al día en alguna dirección, aunque lo normal es hacer más de uno.
Ya sea en medios privados o públicos, nuestra población se encuentra en un constante movimiento que va saturando las opciones de movilidad en la ciudad. Este colapso del sistema es casi inevitable; el número de vehículos en las ciudades se multiplica, pero las vialidades apenas se pueden desdoblar dentro de las metrópolis.
La pregunta que nos hacemos constantemente ante esta situación es simple, cómo generar alternativas y soluciones ante la saturación de la red de movilidad de las ciudades.
Pese a que existen múltiples alternativas y respuestas a esta pregunta, las soluciones no son para nada sencillas. Implican medidas no siempre populares que tenemos que asumir en el marco de una conciencia colectiva. La apuesta por la creación de redes de transporte público eficientes y accesibles, son sólo una parte de la solución al problema.
Lo mismo sucede con las estrategias que involucran a la movilidad no motorizada pese a su demostrada eficiencia, en el mejor de los casos conocidos a nivel mundial, representan el 9% del total de viajes cotidianos.
Y es que el verdadero cambio y reto en materia de movilidad sin embargo, tiene poco que ver con la movilidad en sí y mucho con la creación de una auténtica cultura alrededor de cómo moverse en las ciudades. Es decir, es mucho más importante generar un estado de conciencia colectiva sobre nuestra responsabilidad al desplazarnos sobre las urbes, que el viaje o viajes que realizamos en un día cualquiera.
Para que esto suceda resulta urgente asumir una especie de pacto social entre quienes en la ciudad habitamos para respetar las normativas y leyes escritas y no escritas que permiten la convivencia de las personas por las calles. Porque pese a lo que se pudiera suponer, ésta es sin duda la medida más eficiente a la hora de enfrentar la crisis que vivimos en materia de movilidad.
Más allá de la edificación de grandes o pequeñas infraestructuras, las ciudades se hacen más amables cuando su población se concientiza de cómo su actuar afecta a sus vecinos y cómo es que una sociedad más civilizada en esta materia beneficia a todos lo que habitan en las urbes.
Si respetamos el derecho de todos a transitar por la ciudad, evitando malas prácticas al volante, como la doble fila o el arrojar los autos a los peatones en los cruces, notaríamos una mejora inmediata en los patrones de movilidad de ambos colectivos. Si hacemos caso al reglamento de tránsito en materia de seguridad, se reducirá el número de accidentes y el peligro que éstos implican para los viajeros.
Hacer uso de los vehículos de motor en casos realmente necesarios y no para cualquier evento ayudaría a disminuir el tránsito en la ciudad, pero también a nuestra salud, al motivar el caminar como forma de movilidad, atacando la crisis de salud que padecemos derivada del sedentarismo de nuestra sociedad.
Todas estas y otras muchas medidas que básicamente están destinadas a facilitar la tolerancia y la seguridad en nuestras calles, son acciones que no requieren de grandes inversiones sino de acciones individuales que terminan beneficiándonos a todos. Sin embargo, implementarlas puede ser sin duda el motor de una transformación más profunda que cualquier alternativa pueda suponer.
La conciencia colectiva en las urbes de nuestro tiempo es mucho más necesaria de lo que podemos suponer. Ante un sistema de finanzas públicas altamente comprometido, donde la inversión pública se reduce en favor del gasto corriente, el que las personas se involucren desde sus hábitos en la mejora de su espacio inmediato ya no es una opción, hoy día es una necesidad más que urgente.