El paso del peatón

El paso del peatón

El paso del peatón
Subir y bajar

Las ciudades mexicanas contemporáneas se han construido desde la base de la emergencia y no dese la planeación, la reflexión y la consciencia. Este modelo que ha dado lugar a la construcción de urbes que muchas veces superan cualquier lógica y fuerzan a las personas a aplicar razonamientos difíciles de replicar a la hora de tratar de entenderlas.

Podemos observar de la Ciudad de México, por años y hasta hoy paradigma de la vida urbana y la planeación de ciudades el país. Y con esto quiero decir que todo lo que allí se hace se replica sí o sí en otros lugares sin un razonamiento reflexivo desde lo local. Observando cuidadosamente descubriremos que la irrupción de la movilidad vehicular dio lugar a un modelo de ciudad expansiva, dislocada y poco amable con las personas de a pie.

Uno de los ejemplos que mejor podemos utilizar para denotar esta realidad es el de los mecanismos con que cuentan los peatones para atravesar los llamados ejes viales que organizan el espacio de esa urbe. El Distrito Federal durante la mitad del siglo XX, y sobretodo bajo el gobierno del regente Hank Rhon, se lanzó a una cruzada en pro de las vialidades vehiculares que terminó por configurar una ciudad más parecida a un tapete que a una estructura urbana.

El problema fue que esta solución intentaba dar respuesta a un sólo tipo de usuario de la ciudad -aquel que tenía coche- y dejó muy de lado a la parte la sociedad que no cuenta con un vehículo motorizado.

Como resultado, los habitantes de la ciudad quedaron atrapados en polígonos grandes y pequeños que les restringían su capacidad de movimiento personal, haciendolos dependientes de otras formas, en especial las motorizadas. Conjugado con el cambio de escala de la ciudad, millones de patones se vieron de repente convertidos en viajeros cotidianos, se volvieron “urbanautas”.

Para tratar de mitigar el efecto que los bordes viales representan en la ciudad se hicieron comunes unos artilugios que por ineficientes fallan cotidianamente. El famoso paso peatonal, que en cualquiera de sus distintas presentaciones, no es sino un artefacto muy ineficiente, casi siempre desagradable a la vista y extremadamente inseguro para las personas.

Quienes habitan las urbes e intentan desplazarse de un lado a otro se ven sometidos a un nivel de estrés tanto emocional como físico. Ya que aparte de ser la presa de los conductores, resulta que un andante debe subir y bajar de 5 a 6 metros de altura en escaleras para poder cruzar una avenida. Y en el mejor de los caso desplazarse sobre prolongadas trampas que son la desesperación de los usuarios.

A esto se le suma que estos lugares son de hecho ratoneras que facilitan a los delincuentes el emboscarnos muy fácilmente. Bastan dos personas y un poco de intimidación para que un puente peatonal sea el lugar perfecto para delinquir. Es muy común que esto suceda y es igualmente común que estos pasos sean propiedad de alguna pandilla.

La otra alternativa a este elemento elevado, es el paso deprimido. Si bien se trata de un elemento menos complicado a nivel físico, tiene igualmente muchas complicaciones. Esta igualmente el hecho de la inseguridad, pero se suman otros, como las inundaciones, la falta de luz o la aparición de ambulantaje en sus bocas o interiores –en los puentes pasa lo mismo– lo que los hace también lugares poco amables.

En medio de los problemas de infraestructura que enfrentamos cada día deberíamos estar sumidos en una búsqueda y captura de una solución que resuelva de una vez la problemática que tienen el peatón para moverse en la ciudad. Una donde no recaiga sobre él la responsabilidad de poder realizar un cruce en una esquina. Y donde el conductor se concientice del hecho de que el que va a pie es su congénere, su hermano, su pareja, su hijo.

El peatón debe poder pasar por calles y avenidas con el menor esfuerzo posible, debe ser la pieza desde la cual hagamos el resto de los planteamientos viales de la ciudad. Porque si seguimos omitiéndolo como hemos hecho hasta ahora, perdemos la posibilidad de construir una sociedad más organizada y equilibrada. Una donde sean los coches los que desaparezcan del paisaje urbano cuando haga falta y donde las personas sigan siendo aquello que da lugar y sentido a la ciudad.

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