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El proceso de la fotosíntesis

El proceso de la fotosíntesis

La semana pasada aprendimos que las plantas no pueden moverse para conseguir su propia comida, así que la tienen que producir ellas mismas. Este proceso se llama fotosíntesis y requiere de 4 cosas: la luz del sol, agua, bióxido de carbono y clorofila.

Pero, ¿qué pasa una vez que la planta dispone de estos ingredientes? ¿Sabías que las plantas, al igual que nosotros, respiran? Pero en vez de respirar oxígeno como nosotros, respiran bióxido de carbono. Las plantas también toman agua a través de sus raíces. Una vez que tienen agua y oxígeno, sólo necesitan luz. Las hojas de las plantas tienen muchas células pequeñitas que se llaman cloroplastas donde se lleva a cabo el proceso. Las cloroplastas hacen que las hojas sean verdes y también transforman el bióxido de carbono, el agua y la luz en azúcar y oxígeno. Entonces las plantas pueden usar el azúcar como alimento y el oxígeno lo descargan en la atmósfera, lo cual nos permite a nosotros respirar.

La fotosíntesis sucede en TODAS las plantas, incluyendo las algas. Los humanos y animales hacemos lo opuesto a la fotosíntesis: respiramos oxígeno y exhalamos bióxido de carbono. Esto quiere decir que ambas nos necesitamos mutuamente para poder vivir. Por ello es importante cuidarlas y sembrar las más que puedas.

Taxis y otros medios de transporte público

Taxis y otros medios de transporte público
Del lado del volante

Debido a los temas sobre los que investigamos y trabajamos en la Casa de la Ciudad, continuamente nos toca medir la percepción que tiene la gente del transporte público de la ciudad. Si bien no hemos tenido la oportunidad de hacer un trabajo de percepción más profundo sobre el transporte en taxis y la gente, si nos toca vincular estas personas con nuestra realidad cotidiana.

Lo hemos repetido muchas veces en esta columna, la mejor forma de recorrer largas distancias en las ciudades debería ser el transporte público, en cualquiera de sus distintas definiciones.

Los taxis son sin duda uno de los inventos que marcan el inicio de la vida urbana, un coche de alquiler que recorre la ciudades en busca de viajeros solitarios que necesiten moverse de un lugar a otro. Su llegada se remonta prácticamente a la aparición de los primeros vehículos de motor y el cambio de tracción animal por la combustión interna.

Desde ese momento fue evidente el papel que tendría la movilidad colectiva motorizada dentro de nuestra sociedad. Esta ha cambiado y evolucionado en múltiples direcciones y mientras más lo hace, más necesidad tiene de encontrar una manera de viajar dentro de la urbe.

Hoy día nos hemos convertido en una sociedad urbana multitudinaria. Existimos sobretodo en ciudades, ciudades que rebasan muchas veces nuestro entender y de las que somos incapaces de mesurar, aprender o simplemente recorrer.

Necesitamos un medio de transporte, y la gran mayoría nosotros ya sea por conveniencia u obligación, dependemos del transporte que ofrecen los vehículos colectivos. La mayor parte de del tiempo vivimos esta experiencia del lado del usuario, de aquel urbanita que camina la ciudad en busca de un destino. Pero qué tal si nos aproximamos un poco más a la realidad de quién conduce por horas y horas sin parar.

Se calcula que en la ciudad de Oaxaca existen poco más de mil taxis de sitio, un poco menos de mil autobuses, y dudo que alguien sepa cuántos taxis colectivos rondan por la metrópoli. Otros muchos tipos de vehículos públicos circulan la urbe y sus alrededores: suburbans, autobuses varios, mototaxis, etc. Cada uno de estos está siendo guiado por un chofer, por alguien que vive del motor y el volante.

Se trata de literalmente miles de personas, cientos de horas de conducción y miles de kilómetros que se consumen uno a uno de un lado a otro de la ciudad. Son igualmente muchos litros de gasolina y una increíble cantidad de neumáticos que se desgastan en las calles de la ciudad.

Conducir en una ciudad como la que conforma la mancha urbana de la ciudad de Oaxaca supone no sólo mucho tiempo, esfuerzo y gasto de energía. Es también un reto impresionante de resistencia física y mental. Aquel que crea que circular entre ejes viales saturados, colonias empinadas y centros históricos atiborrados de personas es algo que simplemente pasa y se hace, no ha terminado de entender qué es lo que mueve nuestra urbe.

Sólo una clara minoría de quienes habitan la ciudad tienen coche, y sucede también que muchos de estos vehículos están concentrados es un sector de la población. No son pocas las familias de clase media que cuentan con más de un vehículo. Es decir el vehículo de alquiler en cualquiera de sus versiones es el que se encarga de movernos en una ciudad dispersa y compleja que ha necesitado de la aparición de esta nueva versión de prestadores de servicios públicos.

Sin embargo, abordar un taxi en estos días no es siempre un placer. Quizás sea el estrés que la ciudad genera, o el cansancio de las largas horas de servicio, pero muchas veces nos queda la sensación de que no recibimos el servicio que merecemos. Un primer detalle, al abordar, casi nunca tenemos certeza de cuánto costará nuestro viaje es un viaje lleno de incertidumbres.

Modernizar la vida en la ciudad pasa por modernizar también nuestra relación con el taxi y otros medios de transporte. Es hora de que se trabaje en establecer una mejor relación entre usuario y chofer. Entre ofrecer un servicio y comprarlo, entre la ciudad y sus habitantes. Pagar lo justo, ser amables con quién nos da un buen servicio, confiar en quién nos lleva a nuestro destino.

¡A comer!

¡A comer!

¿Qué haces cuándo tienes hambre? A lo mejor atacas el refrigerador o tratas de convencer a tu mamá que te lleve a algún restaurante. Haces eso porque eres un herótrofo, es decir, un organismo que obtiene su energía de la comida que consume. Los humanos y los animales somos herótrofos.
Las plantas, por otra parte, no pueden ir al refri cada vez que tienen hambre. Tienen que producir su propia comida. Por ello, las plantas se consideran autótrofas. Usan la energía del sol para producir la comida que necesitan. Esto es lo que llamamos fotosíntesis.
A veces podemos aprender mucho de algo observando cuidadosamente la palabra que la describe. Probemos con fotosíntesis. Esta palabra está hecha de un prefijo foto que significa luz y una palabra raíz síntesis, que significa más o menos juntar. Entonces, si las unimos nos da juntar con luz. Una definición más detallada que podemos encontrar en el diccionario nos da la siguiente respuesta: la producción de carbohidratos formada por bióxido de carbono y agua, usando la luz del sol como fuente de energía y con la ayuda de clorofila.
La fotosíntesis es un proceso que sucede en las células de las plantas. Para llevarlo a cabo se necesitan ciertos ingredientes como:
Luz – del sol
Agua – que la planta toma de la tierra a través de sus raíces
Bióxido de carbono – que la planta toma del aire
Clorofila – que se encuentra en las células de la planta

La próxima semana hablaremos del proceso que siguen las plantas con estos ingredientes.

Una ciudad saludable

Una ciudad saludable
Un modelo a largo plazo

Las ciudades se pueden entender como organismos complejos donde miles y millones de personas coexisten en medio de una gran diversidad de circunstancias. Aparatos cambiantes y contemporáneos, las ciudades se han convertido en el lugar para vivir por excelencia, allí habita más de la mitad de la población mundial y más de tres cuartas partes de la nacional.

Como todo organismo, el que este enferme resulta en un problema. Mismo que se intensifica según el tamaño de su población.

Lo que enferma a una ciudad no es otra cosa que el resultado de las acciones de sus habitantes. Estos son las células de este organismo, por lo que de su salud depende la de todo el sistema. Esto es un hecho que a veces se olvida y que perdemos de vista constantemente.

Distintas disciplinas nos han enseñado cómo la vida urbana implica una serie de circunstancias que nos afectan prácticamente. La psicología colectiva, la sociología urbana, la antropología urbana, la salud pública y otras áreas del conocimiento han dedicado muchas páginas y largos estudios a entender cómo las ciudades afectan y, en qué sentido, a sus habitantes.

De estas prácticas hemos aprendido bastantes cosas. Sabemos que existe una relación muy poderosa entre el estado del medio ambiente y los habitantes de la ciudad. Esto ha generado teorías incluso extremas, como la de las ventanas rotas. Si una casa es fea y tiene las ventanas rotas, las personas le perderán el respeto y terminarán por romper las ventanas que están en buen estado.

Por este motivo es necesario que no haya ventanas rotas en las ciudades, que el medio ambiente sea lo suficientemente completo y agradable como para que nadie piense en romper una ventana. La teoría de ventanas rotas se ha llevado al borde en muchos casos -en alguno yendo demasiado lejos- al grado de criminalizar muchas actividades sociales en las urbes, bajo el pretexto de la prevención.

Otro aspecto de la salud de las ciudades tiene que ver directamente con la salud física de sus habitantes. Uno de los gastos más altos que puede realizar cualquier estado o ciudad es el de brindar servicios de salud a su población. Según el Banco Mundial, nuestro país gastó en el 2012 el 6.2 % del PIB nacional – casi equivalente a lo que se gasta en educación. Esta cifra es multimillonaria y supera por mucho a cualquier programa social del que tengamos conocimiento.

Si observamos una tabla comparativa de las expectativas de vida y principales causas de muerte de nuestra población en la actualidad y hace cincuenta años, descubriremos más diferencias que correspondencias.

Primero, la expectativa de vida tanto de hombres como mujeres se ha incrementado considerablemente. Hoy, ambos grupos superan los 70 años de edad promedio, lo que significa una larga vida para la mayor parte de la población. El segundo hecho es que pasamos de morir de enfermedades producidas por agentes externos, como las infecciones, a enfermedades que tienen que ver más con nuestros hábitos de vida.

Como mencionamos en la columna anterior, las principales causas de muerte en México están relacionadas sobre todo con la falta de ejercicio y mala alimentación. Las enfermedades cardiacas -hipertensión y diabetes- suman casi un 30% de las causas de muerte en México. Todas estas dolencias están directamente relacionadas con un modelo de vida urbana, que ha sedentarizado a la población, en mucho por la falta de planeación inteligente en la ciudad.

Hemos construido ciudades que incitan a no usar nuestro cuerpo, ya sea por aludir a temas de seguridad, tiempo o infraestructura. Lo cierto es que los habitantes urbanos realizamos muy poca actividad física. Según una encuesta reciente elaborada por la consultora GFK señala que sólo el 20% realiza actividad física un día a la semana. Al tiempo que hemos sustituido nuestra dieta tradicional por otra basada sobre todo en el consumo de hidratos de carbono y grasas saturadas.

Finalmente no podemos terminar este artículo sin dejar claro un punto. No hay mejor forma de hacer actividades físicas que mediante la realización de nuestras actividades cotidianas. Transformar la ciudad en espacios caminables tiene ese enorme potencial. Si nuestra población camina 30 minutos al día, el impacto en el sector salud sería increíblemente positivo. Una ciudad que camina es una ciudad sana y una ciudad sana es una ciudad rica, hay que aprender a construirla.